Cuando el mundo observa el humo que emana de la chimenea de la Capilla Sixtina, aguarda con expectación el anuncio más importante de la Iglesia Católica: la elección de un nuevo Papa. Ese proceso, revestido de siglos de tradición, simbolismo y secreto, es conocido como el cónclave, un rito ancestral que combina fe, política, y liturgia con una estricta normativa canónica.
Ahora, tras el anuncio del fallecimiento del papa Francisco I este lunes, el mundo entero mira hacia la capital de la Santa Sede poniendo especial atención en este anuncio. Mientras los cardenales debaten sobre quién será el nuevo hombre al frente de la Iglesia Católica, los fieles tan solo pueden esperar expectantes a conocer el nombre de la nueva máxima autoridad diocesana.
Una tradición milenaria
El término "cónclave" proviene del latín cum clave, que significa “con llave”, y hace referencia al aislamiento al que son sometidos los cardenales electores hasta alcanzar un consenso. El objetivo es evitar cualquier influencia externa sobre una decisión que, para los fieles católicos, debe estar guiada únicamente por la voluntad divina.
La historia del cónclave se remonta a 1274, durante el pontificado de Gregorio X, quien institucionalizó el proceso tras una elección que duró casi tres años debido a las disputas políticas. En el Tercer Concilio de Lyon, Gregorio promulgó la constitución Ubi periculum, que establecía que los cardenales debían ser encerrados sin contacto con el exterior hasta nombrar un nuevo pontífice. Se llegó incluso a reducir sus raciones de comida con el paso del tiempo para forzar una decisión.
¿Quiénes eligen al Papa?
Los encargados de elegir al nuevo Papa son los cardenales de la Iglesia Católica que tengan menos de 80 años al momento en que la sede apostólica quede vacante, ya sea por muerte o renuncia del pontífice (como ocurrió con Benedicto XVI en 2013). Este grupo es conocido como el Colegio de Cardenales electores y, por norma, no puede superar los 120 miembros, aunque en ocasiones ha habido excepciones.
Los cardenales provienen de todos los rincones del mundo y representan la diversidad del catolicismo global. Aunque la mayoría pertenece al clero romano o a diócesis importantes, en las últimas décadas los papas han elevado al cardenalato a figuras provenientes de África, Asia y América Latina, reflejando una Iglesia cada vez más descentralizada.
El inicio del cónclave
Una vez que la sede de San Pedro queda vacante, se inicia un período de nueve días de luto conocido como novemdiales, durante el cual se celebran misas en honor al Papa fallecido. Posteriormente, el camarlengo –quien administra temporalmente los asuntos del Vaticano– convoca oficialmente al cónclave.
Los cardenales se alojan en la Domus Sanctae Marthae, una residencia dentro de los muros vaticanos, y se trasladan cada día a la Capilla Sixtina, donde tienen lugar las votaciones. Antes de comenzar, se celebra una misa solemne llamada Pro eligendo Pontifice. Luego, todos los participantes juran secreto absoluto, invocando a Dios como testigo.
El voto: secreto, solemne y simbólico
Las votaciones comienzan con una oración al Espíritu Santo. Cada cardenal escribe el nombre de su elegido en una papeleta y la deposita personalmente en un cáliz sobre el altar, pronunciando en voz alta: "Testor Christum Dominum qui me iudicaturus est, me eligere in Papam quem secundum Deum iudico eligi debere" (“Juro por Cristo el Señor, quien me juzgará, que he votado por aquel que creo debe ser elegido según Dios”).
Tras cada ronda de votación, los escrutadores cuentan y leen los votos. Para ser elegido Papa, un candidato necesita una mayoría calificada de dos tercios. Si nadie alcanza ese umbral, se repite la votación. Se realizan hasta cuatro rondas por día, y los votos se queman tras cada jornada: si no hay nuevo Papa, se añade una sustancia química para que el humo sea negro; si hay elección, el humo es blanco, señal inequívoca de que habemus Papam.
Secreto y símbolos
La Capilla Sixtina se convierte en un espacio sagrado y custodiado. Las ventanas se sellan, se instalan inhibidores de señal y todos los participantes están incomunicados. Cualquier intento de revelar detalles del proceso puede conllevar la excomunión. Incluso el personal de apoyo, como médicos, cocineros o confesores, debe jurar secreto bajo pena canónica.
El aislamiento físico y espiritual está diseñado para garantizar que la elección sea fruto de reflexión, oración y conciencia. No obstante, la política vaticana nunca está del todo ausente: bloques de cardenales afines, conocidos como "corrientes", intentan influir en el resultado, aunque sin campañas abiertas.
El anuncio: Habemus Papam
Una vez que se alcanza la mayoría necesaria y el elegido acepta, se le pregunta cómo desea llamarse como pontífice. Desde ese momento, se convierte en Papa. Se retira para vestirse con una de las túnicas papales preparadas en tres tallas diferentes –sí, el Vaticano prevé todo– y reza en la llamada Sala de las Lágrimas, donde muchos se emocionan al asumir la inmensa responsabilidad.
Minutos después, el cardenal protodiácono aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro y pronuncia la fórmula que hace temblar al mundo católico: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam!”.