El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que afecta principalmente a personas mayores, y su prevalencia está estrechamente relacionada con el envejecimiento de la población. A medida que las sociedades de todo el mundo envejecen, los casos de demencia, entre los que el Alzheimer es el más común, continúan en aumento. Sin embargo, algunos países desarrollados han experimentado una disminución en la incidencia de la enfermedad en las últimas décadas, un fenómeno que los expertos atribuyen a mejoras en la educación, en las condiciones sanitarias y en el estilo de vida.
Pese a estos avances, el Alzheimer sigue siendo un desafío importante tanto para la comunidad científica como para los sistemas de salud, debido a la complejidad de sus causas y a la falta de tratamientos efectivos que puedan curar o frenar de manera definitiva su progresión. Con más de 50 millones de personas afectadas en todo el mundo y una proyección que podría superar los 100 millones para 2050, la búsqueda de soluciones continúa siendo una prioridad.
Comprendiendo las causas del Alzheimer
La ciencia ha hecho importantes avances en la comprensión del Alzheimer, aunque aún no se ha llegado a una cura definitiva. La hipótesis más aceptada sobre su origen es la llamada “cascada amiloide”. “Según dicha teoría el beta-amiloide, un fragmento de una proteína llamada proteína precursora del amiloide, adquiriría una conformación anómala y comenzaría a acumularse a nivel cerebral desencadenando una cascada de alteraciones que acabarían produciendo la muerte neuronal y el incorrecto funcionamiento de determinadas regiones cerebrales”, nos explica el doctor Miguel S. Boyero, especialista del Servicio de Neurología de los hospitales universitarios General de Villalba y Rey Juan Carlos, centros integrados en la red pública de la Comunidad de Madrid (Sermas).
En los últimos años, se han desarrollado tratamientos dirigidos específicamente a combatir la acumulación de beta-amiloide. Estos medicamentos, conocidos como tratamientos anti-amiloide, buscan ralentizar la progresión del deterioro cognitivo. Sin embargo, “por el momento los resultados son discretos y los tratamientos no están exentos de la aparición de efectos adversos potencialmente graves”, explica el doctor Boyero. “Estos dos motivos han hecho que dichos tratamientos todavía no hayan sido aprobados en la Unión Europea”, aclara.
Aunque estos avances representan un paso importante, la realidad es que, en el momento actual, no existe un tratamiento que pueda revertir o detener completamente la enfermedad. “En el momento actual, para el diagnóstico definitivo de enfermedad de Alzheimer se recomienda una adecuada evaluación clínica y la detección de biomarcadores específicos de la enfermedad, fundamentalmente relacionados con el beta-amiloide y la proteína tau”, explica el experto de los hospitales madrileños. Sin embargo, esta exploración debe hacer a través de “una prueba de imagen llamada PET-amiloide o de la extracción de una muestra de líquido cefalorraquídeo mediante una punción lumbar”, procedimientos ambos que suponen un elevado coste, tienen escasa disponibilidad y, en ocasiones, son invasivos.
Afortunadamente, la investigación continúa, y los expertos confían en el desarrollo de nuevos enfoques. “Es necesario el desarrollo de biomarcadores baratos, no invasivos y ampliamente accesibles como podrían ser los biomarcadores en sangre, que ya están empezando a ser implementados en algunos centros de nuestro país”, señala el doctor Boyero.
Factores de riesgo y prevención
Uno de los principales factores de riesgo para desarrollar Alzheimer es la edad. A partir de los 65 años, el riesgo de padecer la enfermedad aumenta significativamente, alcanzando su mayor prevalencia, en torno al 27%, entre los mayores de 90 años. Además, existen factores no modificables como la predisposición genética, “por ser portador de variante 4 del gen APOE o por la presencia de mutaciones en genes relacionados con el beta-amiloide”.
Sin embargo, existen también factores de riesgo potencialmente modificables que ofrecen oportunidades para la prevención. La incidencia de la demencia en las últimas décadas está disminuyendo en países como EE.UU., Francia o Reino Unido y una de las hipótesis de esta evolución está en el enfoque en el cambio de estilo de vida de la población.
Entre estos factores se encuentran “el bajo nivel educativo, la diabetes mellitus, la hipertensión arterial, la obesidad, el tabaquismo, el consumo de alcohol, la pérdida de audición, la inactividad física, el aislamiento social y la contaminación ambiental”, señala el especialista del Servicio de Neurología de los hospitales universitarios General de Villalba y Rey Juan Carlos.
De ahí la importancia de adoptar un estilo de vida saludable para reducir las probabilidades de padecer la enfermedad. Mantenerse activo tanto física como mentalmente, seguir una dieta equilibrada y evitar el aislamiento social son medidas que, aunque no garantizan la prevención total, sí pueden contribuir a disminuir el riesgo.
La actividad física, en particular, se ha destacado como un factor protector frente al Alzheimer. Estudios recientes indican que las personas que realizan ejercicio de manera regular pueden reducir su riesgo de desarrollar demencia en hasta un 20%. Además, parece haber una relación directa entre la cantidad de actividad física realizada y la protección obtenida: “Existe un efecto dosis-respuesta, a mayor actividad física mayor reducción del riesgo”.
La importancia del diagnóstico precoz
Aunque actualmente no exista una cura para el Alzheimer, el diagnóstico precoz juega un papel fundamental en la gestión de la enfermedad. Identificar los síntomas en una etapa temprana “permite dar una explicación adecuada al paciente y a sus familiares del origen de la sintomatología que padece, iniciar en fases iniciales los tratamientos sintomáticos disponibles y poner en marcha herramientas y medidas no farmacológicas para afrontar los retos del día a día”.
El diagnóstico temprano también facilita la implementación de intervenciones no farmacológicas, como la estimulación cognitiva o el apoyo psicosocial, que pueden retrasar la pérdida de funcionalidad. Además, “el diagnóstico precoz será una necesidad si se aprueban los fármacos anti-amiloide u otros fármacos modificadores del curso de la enfermedad, ya que la respuesta clínica ha demostrado ser mayor cuanto más precoz se inicia el tratamiento”, señala el doctor Boyero.
Además, el diagnóstico precoz y el seguimiento personalizado del paciente ayudan a entender mejor una enfermedad que cuenta, a día de hoy, con variantes menos conocidas en las que la principal función cognitiva afectada no es la memoria. “Las dos variantes principales son la Atrofia Cortical Posterior, donde se produce una alteración del procesamiento de la imagen visual y una alteración de la capacidad de interpretar lo que se está viendo”, explica el doctor Boyero, “y la Afasia Primaria Progresiva variante Logopénica donde los pacientes presentan dificultad para evocar las palabras, presentando un discurso menos fluido y la utilización de rodeos para expresar lo que realmente quieren decir”.
Tratamiento y apoyo psicosocial
El tratamiento del Alzheimer es complejo y requiere un enfoque integral. A nivel farmacológico, “disponemos de tratamientos que mejoran de manera modesta el funcionamiento cognitivo, las alteraciones neuropsiquiátricas y la funcionalidad en el día a día de los pacientes, aunque no evitan ni ralentizan la progresión de la enfermedad”.
Dos de los tratamientos más extendidos son los inhibidores de acetilcolinesterasa cerebral y el uso de la memantina. El primero, los inhibidores, “aumentan los niveles de acetilcolina cerebral” y son “especialmente beneficiosos en fases iniciales y moderadas de la enfermedad”. El segundo tratamiento, la memantina, “bloquea un tipo de receptor del glutamato y se usa en fases más avanzadas de la enfermedad”. Además, existen un amplio abanico de tratamientos farmacológicos “para síntomas no cognitivos como los trastornos anímicos y del sueño que pueden ser frecuentes en los pacientes con esta enfermedad”, aclara el especialista.
Más allá de los medicamentos, las intervenciones no farmacológicas juegan un papel crucial en el manejo de la enfermedad. La estimulación cognitiva, el contacto social y la actividad física son herramientas fundamentales para mantener la funcionalidad de los pacientes durante el mayor tiempo posible. Además, el apoyo psicosocial es esencial, tanto para los pacientes como para sus cuidadores, quienes a menudo enfrentan una carga emocional y física considerable.
“La enfermedad de Alzheimer ocasiona una pérdida progresiva de la autonomía de la persona que la padece, en ocasiones sin que los pacientes sean conscientes de sus propios síntomas o limitaciones. Por tanto, un adecuado soporte familiar y social es imprescindible para organización de la vida diaria del paciente, garantizar su seguridad y mantener su autonomía el máximo tiempo posible”, concluye el experto.