Un 13 de septiembre de hace 422 años en pleno monasterio de El Escorial, moría el rey Felipe II entre terribles dolores y piadosos rituales. Su reinado se caracterizó por una férrea defensa del catolicismo y las buenas costumbres, lo que a menudo eclipsa otros gustos y aficiones que nos llevan a indagar en la que posiblemente sea, la estancia más secreta de los reyes de España.

Últimos momentos de Felipe II pintado por Francisco Jover y Cassanova  (Museo del Prado)

La imagen de Felipe II como perseguidor de herejes y defensor de la fe ha eclipsado su faceta de coleccionista de pinturas lascivas. En la imagen Últimos momentos de Felipe II pintado por Francisco Jover y Cassanova. (Museo del Prado).

Para ello nos trasladaremos al Madrid del siglo XVI, donde una vez asentada la capital del reino, el Alcázar, un vetusto palacio de origen islámico, fue remodelado una y otra vez. Las obras fueron casi permanentes hasta la fecha misma de su desaparición en la Navidad de 1734, pero ahora nos remontamos a 1585 cuando Felipe II decidió ampliar la fachada sur del edificio sustentándolo en unas bóvedas que daban al jardín de los Emperadores.
La sala que se abrió bajo aquellas bóvedas ha sido considerada por los especialistas Gloria Martínez Leiva y Ángel Rodríguez Rebollo como “uno de los espacios más atractivos y a la vez más enigmáticos del Alcázar de Madrid” (Inventario del Alcázar de Madrid de 1666). Y desde luego que lo fue, pues con el pasar de los años aquel lugar se convirtió en una especie de reservado para los reyes donde contemplar una de las mejores colecciones eróticas del mundo.

Bóvedas de Tiziano en el Palacio Real

En la planta baja de la esquina suroeste del Alcázar se encontraban las bóvedas del Tiziano. (Fuente Wikipedia). Imagen también del actual Palacio Real a modo orientativo.
 

Esta estancia conocida como “Las bóvedas del Tiziano” estaba situada inmediatamente debajo de la sala donde transcurre la escena de Las Meninas y en ella colocó Felipe IV, con ayuda de Velázquez, toda una serie de pinturas consideradas “lascivas” en aquel entonces. Algunas de ellas habían sido traídas por el pintor sevillano en su segundo viaje a Italia, otras cuantas adquiridas por el rey y sus emisarios en distintas almonedas, pero el grueso de la colección lo componía la serie erótica del piadoso y prudente Felipe II. Se trataba de las llamadas poesías de Tiziano, unos lienzos de carácter mitológico plagados de exuberantes señoras.

 
Aunque no todos los cuadros conservados en aquella sala eran de Tiziano la estancia se conoció como las bóvedas del Tiziano

Aunque no todos los cuadros conservados en aquella sala eran de Tiziano la estancia se conoció como las bóvedas del Tiziano.

Tales lienzos demuestran nuevamente el doble rasero de la época, en la que la Inquisición prohibía todo tipo de desnudos y el rey coleccionaba sensuales venus, atractivas dianas y casi pornográficas bacanales.
Fue en tiempos de su nieto, Felipe IV, cuando todas ellas se colgaron en esta sala secreta, desmintiendo por completo la imagen mojigata que de este último monarca se transmite en la novela Crónica del rey Pasmado (eso y la prole de hijos bastardos…).
En cualquier caso sabemos con seguridad que al menos veintisiete cuadros tenían un evidente carácter erótico, ya fuesen: de temática mitológica, como La bacanal de Andrios de Tiziano donde el protagonismo del primer plano se lo lleva una mujer totalmente desnuda; de temática religiosa como Susana y los viejos pintado por Tintoretto, donde uno de los ancianos le toca claramente los pechos; o incluso de temática alegórica como La prosperidad ahuyentando a los males también de Tintoretto donde toda la atención se la llevan las tetas de la figura que representa a la calamidad.

 
También Las tres Gracias de Rubens pasaron por las bóvedas del Tiziano

También Las tres Gracias de Rubens pasaron por las bóvedas del Tiziano.

Afortunadamente buena parte de esta sensual colección se salvó del pavoroso incendio de 1734 pero el pudor del primer borbón, hizo que la colección se fuese desperdigando. Tanto el cuadro de Diana y Calixto como El rapto de Europa acabaron en manos de su pariente Felipe II de Orleans quien a su vez se lo vendió a los ingleses, otros como Venus y Adonis atribuido a Veronés acabaron en manos del pintor de cámara Andrés de la Calleja. Incluso algunos volvieron a estar juntos en una sala, ya sí, considerada como reservada y de restringido acceso en la madrileña academia de San Fernando.