No mintió Santiago Abascal cuando expresó su preocupación por la guerra fratricida a tumba abierta que asola al Partido Popular. La ultraderecha necesita de los populares para articular una alternativa al Gobierno de coalición, pues son perfectamente conscientes de su techo electoral. De hecho, a Vox no solo le inquieta que sus socios se desmembren en riguroso directo, sino que ya tienen sus preferencias. Según fuentes de la formación de extrema derecha, su apuesta sería la que, hasta la fecha, cuenta con más enteros: Alberto Núñez Feijóo.

El presidente de la Xunta de Galicia tiempo ha que parece llamado a comandar Génova. Su nombre estaba en el bombo de posibles candidatos tras la marcha de Mariano Rajoy, pero aguardó su momento, que ha llegado -si bien no como él quisiera-. Junto a Isabel Díaz Ayuso, comanda el frente de barones que aspira a derrocar a Pablo Casado tras el quilombo del espionaje y las sombras de los contratos del hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Pese a que la propia Ayuso se ha descartado y su entorno ha bendecido a Feijóo, no es del todo descartable su candidatura. Cayetana Álvarez de Toledo no hace sino animarla a dar el salto. Lo relevante es que Feijóo y Ayuso son el día y la noche. Extraña ver cómo ha sido posible esta alianza contra natura. Un gallego de perfil moderado tendente al centro y que repudia a Vox frente a una madrileña que bebe los vientos por el electorado de ultraderecha.

Ayuso bebe los vientos por la ultraderecha mientras Feijóo repudia a Vox

Los de Abascal tienen claro a quién prefieren. Se inclinan por Feijóo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, puesto que les resultaría mucho más sencillo entenderse con Ayuso. A su juicio, el gallego haría más plausible la construcción de una alternativa viable a Pedro Sánchez porque llega a un electorado más laxo mientras que Ayuso se come parte de su pastel, como ya ocurrió en las elecciones autonómicas en Madrid, que Ayuso rozó la mayoría absoluta y contuvo el ascenso de Vox, que se quedó en 13 escaños, solo uno más que en la anterior convocatoria.

¿Qué quiere ser el PP?

PSOE y PP son dos portaviones, hablando en términos políticos. Dos partidos con tanto poso y peso no son fácilmente abatibles. Génova resolverá su particular crisis de igual forma que los socialistas superaron su fatídico octubre del 2016. Las heridas sanarán, ahora bien, antes de supurar, los populares habrán de plantearse qué PP quieren ser. Los errores de Pablo Casado, que han sido muchos, han propiciado una alianza contra natura. Feijóo y Ayuso son tan diferentes que podrían incluso integrar partidos distintos. De hecho, el gallego lamentó los primeros guiños de Casado a Vox como presidente de la formación mientras Ayuso los jaleaba.

De Casado se dirá que presidió el PP, pero nunca lo lideró. No logró imprimir un sello propio y coherente y sus estrategias se guiaban por bandazos. Cuando aterrizó en la cúpula pretendía absorber a la escisión ultra a base de piropos, pero entretanto, apostó por dos perfiles duros como Ayuso y Álvarez de Toledo. Sus dos apuestas personales le salieron rana y cambió de parecer. Tornó en un Casado más moderado en apariencia, que no en la práctica, al grito de “hasta aquí hemos llegado”; para, nuevamente, virar tras la sólida victoria de Ayuso en Madrid. Para evitar caer en ese bucle de inconsistencia hace falta una brújula, a saber, un proyecto claro con un líder que lo ejecute sin titubeos.

El PP deberá, ahora, responder al quid de la cuestión: ¿Qué PP quiere ser? Vox, según parece, tiene claro qué desea encontrarse al otro lado de la mesa.

Los tres estados del PP: sólido, líquido y gaseoso

Vox se ha enfrentado a múltiples estados del PP: gaseoso, líquido y sólido. Y todos ellos por obra y gracia de Pablo Casado.

En la víspera de la capitulación de la pasada legislatura, cuando los independentistas tumbaron los Presupuestos de Sánchez y se atisbaban elecciones generales, Casado apostó por una estrategia dura con los socialistas (“todo será el 155 y Cataluña”), pero evitando “morder el anzuelo” en cuestiones como el aborto o la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos. Y más allá de que ni él ni sus afines siguieron la consigna, a la metedura de pata de Suárez Illana y a la propuesta de Ley de Apoyo a la Maternidad me remito; no se limitó a seguir el rebufo de Vox. Más bien trataba de obviarlo. Estado gaseoso.

Después, Casado expuso ante los periodistas que no hablaría de ellos porque poseen el “votante descarriado” del PP al que quería volver a enamorar. Pero se saltó la premisa y no solo asumió su existencia, sino que además, abrazó sus discursos y sus tesis, convirtiéndose en la marca blanca descafeinada de Abascal. Así las cosas, el líder del PP cambió de estado: de ser liviano y obviar la existencia de Vox, pasando de puntillas por sus exabruptos y evitando etiquetarles (estado gaseoso), a moldear su discurso en función de las ocurrencias de Vox. Estado líquido.

Y llegó la moción de censura de Abascal contra Sánchez. Casado entonó el famoso “hasta aquí hemos llegado” y la relación de amistad entre ambos se quebró. Estado sólido. Eso sí, poco le duró, porque volvió a derretirse para aprovechar el impulso de Ayuso en Madrid.