La senadora Marta Pascal está divulgando estos días su fe en un independentismo sereno, tranquilo, enemigo de la confrontación y del bloqueo político; justo todo lo contrario de lo que viene protagonizando su partido, el PDeCAT, bajo la dirección de Carles Puigdemont. La ex coordinadora general de este partido apunta la posibilidad de una escisión de no modificarse el rumbo de colisión impulsado por el ex presidente de la Generalitat. La crítica de Pascal, expresada en plena campaña electoral, constituye toda una exhibición de inoportunidad política, que le acarreará ser señalada como responsable del fracaso electoral de producirse tal como aventuran los sondeos.

Las declaraciones de Pascal responden a la existencia de un estado de malestar e impotencia entre muchos militantes y dirigentes del PDeCAT por la imposición por parte de Puigdemont de unas candidaturas formadas por fieles a su ideario, conocidos como prepolíticos por los veteranos del lugar para subrayar su negativa a hacer política y limitarse al bloqueo de las instituciones. Sin embargo, casi todo el mundo, atribuye la reaparición de Pascal, justamente ahora, con las candidaturas cerradas y embarcados todos en campaña, a un movimiento preventivo de carácter particular, extremo que le resta credibilidad. La senadora autonómica teme ser víctima de una progresiva marginación por parte del legitimismo dominante en su partido hasta desahuciarla de la política en plena juventud.

Pascal es reincidente en inoportunidad. En vigilias de la última campaña autonómica, en plena tensión interna entre PDeCAT y JxCat (el artilugio electoral inventado por Puigdemont para no depender de su propio partido), la entonces secretaria general manifestó que las decisiones del futuro grupo parlamentario las tomaría el partido y no la plataforma electoral, desencadenando una agria polémica con Elsa Artadi, portavoz también entonces de los fieles a Puigdemont. El cruce de descalificaciones enturbió unos cuantos días de campaña. En aquella ocasión, el sorprendente éxito de JxCat palió momentáneamente las represalias, que al final se concretaron en julio de 2018 con su defenestración del cargo a manos de los partidarios de Puigdemont, sin encontrar demasiada resistencia.

La reflexiones de estos días han coincidido con la presentación de un libro de Carles Campuzano (uno de los diputados con más experiencia en el Congreso, caído de la lista en beneficio de los prepolíticos) cuyo título habla por sí solo: Reimaginem la independència (Reimaginemos la independencia). Todo parece una casualidad. El grupo de resistencia a un PDeCAT convertido en aparato político de los planes de Puigdemont-Torra tiene escasa fuerza en la formación sucesora de la vieja CDC del 3%. No la tuvieron cuando detentaban formalmente el poder interno para enfrentarse a sus adversarios legitimistas y no parecen tenerla ahora, expulsados de todas sus posiciones. Las adhesiones obtenidas por Pascal han sido escasas, resultado de la prudencia propia de un partido formado en su base por el sector municipalista, actualmente solo pendiente de los comicios locales, poco interesado en explotar públicamente las rencillas internas.

El futuro de la apelación a convertirse en una fuerza tranquila del independentismo para recuperar a los supuestos votantes sin partido actualmente depende en buena parte de los próximos resultados electorales. Las perspectivas dibujadas por las encuestas son malas, el PDeCAT pierde la mitad de sus diputados y ERC dobla los suyos; de confirmarse, este puede convertirse en un factor de aceleración del cambio o la ruptura del PDeCAT. Pero a la operación le falta liderazgo; difícilmente, Pascal podría liderar este movimiento, porque será acusada de favorecer el fracaso en las urnas y porque ya está siendo crucificada en las redes por los prescriptores independentistas a partir de las críticas de Puigdemont, quien no tardó ni un minuto en contraponer el sufrimiento de los presos a la frivolidad de Pascal.

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Al fondo de este escenario de confrontación interna  y miedo al fracaso electoral, Artur Mas observa sin prisas, mientras descuenta los días que le restan de inhabilitación por el 9-N. Mas eligió a Puigdemont como sucesor en la Generalitat y a Pascal como sucesora en el partido; su responsabilidad en la situación general es innegable y en los sectores financieros y económicos más tradicionales de la vieja Convergencia se le atribuye el pecado original por su conversión relámpago al independentismo en 2012. A partir de aquella fecha, el partido creado por Jordi Pujol ha ido perdiendo casi toda su fuerza e influencia ante el empuje de ERC. A pesar de todo, Mas se deja querer por quienes abogan por su retorno, sin que haya llegado a pronunciarse públicamente. El deterioro del PDeCAT y el desahució de sus dirigentes juegan a su favor.