Esta misma semana, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anunciaba una movilización militar parcial en respuesta a las últimas derrotas cosechadas en Ucrania. Para reforzar su Ejército, según desvela el diario El Mundo, el Kremlin se ha desplazado a las regiones rusas más alejadas del frente ucraniano, donde las protestas que se han reproducido por el país pierden su poderío mediático.

Rusia está inmersa en un periodo convulso. Una notoria parte de su ciudadanía ha acogido con rechazo la militarización parcial decretada por Vladimir Putin en las primeras horas de este pasado miércoles. Hay quienes han podido huir a tiempo del país, antes de que las interminables colas colapsaran las carreteras fronterizas y de que se agotaran los billetes de avión.

El éxodo, exagerado según el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, es un hecho, tal y como acreditan centenares de imágenes que circulan por los medios de comunicación. Cualquier medio es aceptable para huir del servicio militar, aunque no todos han podido librarse del sobre ‘agraciado’.

La militarización parcial de Putin ha hundido sus garras sobre aquellas regiones más alejadas del frente. El Mundo ha recogido el lamento de la activista Victoria Maladaeva, de la Fundación Buriatia Libre: “¡Se los están llevando a todos! Están metiendo a las personas en autobuses”. Desde el organismo se está aconsejando a los vecinos de Buriatia que huyan a Mongolia “mientras puedan” para escapar de la obligatoriedad de la guerra.

A la caza del pobre

Las localidades más desfavorecidas de Rusia protagonizan las imágenes más tétricas de esta fase de la guerra; reclutas cabizbajos afrontando con resignación y pesar su incierto destino. Blagoveshchensk es una de esas ciudades, una región próxima a la frontera con China, cuyos vecinos han rellenado un autobús con dirección a la incertidumbre del frente.

 En regiones como Artem o Daguestán, las lágrimas y los abrazos imperan tras la llamada del Kremlin. Los nuevos soldados tienen una hora para preparar su macuto y desplazarse hasta los centros de reclutamiento. La tristeza no esconde el sentimiento de ira de parte de la ciudadanía rusa, que incluso se atreve a plantar cara a un funcionario que narraba las bondades de la guerra. “No tenemos un presente, ¿de qué tipo de futuro están hablando?”, replicaba un hombre a una mujer que medió en la disertación.

Entre tanto, en Moscú, fuerzas del orden patean las calles en busca de nuevos soldados. Ataviados con tablets y en grupos de dos o cuatro, paran en el metro a todos aquellos viajeros que carezcan, al menos, de apariencia de eslavos. Muchos de ellos son extranjeros y algunos pueden marchar previa inspección de sus documentos. Ciudadanos de regiones orientales de Rusia, en ocasiones inmigrantes laborales, también son objeto de análisis exhaustivo, comprobando si sus nombres están o no en la lista negra, donde, por cierto, sí se encuentran los detenidos en las protestas contra la guerra.