En un escenario global marcado por la incertidumbre, el avance de la ultraderecha, la sombra del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y conflictos bélicos como los de Ucrania e Israel, Europa se encuentra en una encrucijada histórica. El continente que una vez fue epicentro de guerras mundiales y que luego se erigió como faro de la democracia y la cooperación internacional, hoy parece tambalearse ante la falta de una voz fuerte y unificada. Tomar el mando y defender sus intereses con determinación son los siguientes pasos a seguir para esta región, pero no solo por razones políticas o económicas, sino por el bienestar de sus ciudadanos, quienes merecen un futuro estable y próspero en un mundo cada vez más impredecible.
El ascenso de movimientos ultraderechistas en países como Francia, Italia, Alemania y España no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de un malestar profundo. La globalización, el capitalismo, la crisis migratoria y las desigualdades económicas han alimentado el descontento social, que partidos populistas han sabido explotar con discursos divisivos y nacionalistas. Sin embargo, la respuesta no puede ser el repliegue ni la fragmentación. Europa debe demostrar que la unidad no es un eslogan vacío, sino una herramienta para garantizar la estabilidad y el progreso.
Mirando hacia Estados Unidos, vemos a un mandatario reaccionario dando coletazos día sí y día también. Pulsos tan espontáneos como déspotas que ya han empezado a tener sus primeros objetivos: la población migrante y algunos países latinoamericanos. Históricamente, Washington se ha erigido, por su potencial económico y militar, como timón de un norte global en el que la agencia europea quedaba reducida al segundo plano e, incluso, socavada ante los intereses de la primera potencia. Aquel liderazgo post Segunda Guerra Mundial a se antojó necesario durante un tiempo en pos de la estabilidad de la región, pero en un nuevo contexto donde prima la incertidumbre, Europa no puede ni debe seguir siendo una suerte de vasallo estadounidense y que su futuro dependa de los vaivenes que se le antojen a un presidente déspota.
La paz no está garantizada de por sí
Por otra parte, los conflictos en Ucrania e Israel son recordatorios crudos de que la paz en Europa no puede darse por sentada. La guerra en Ucrania ha desestabilizado el este del continente, mientras que la guerra en Israel y Gaza tiene repercusiones globales, incluyendo tensiones en las comunidades europeas. Ante estos desafíos, Europa no puede limitarse a ser un espectador o un mero proveedor de ayuda humanitaria. Debe liderar esfuerzos diplomáticos, promover soluciones sostenibles y garantizar que su voz sea escuchada en los foros internacionales.
Para lograrlo, Europa necesita una estrategia clara y coherente que fortalezca su autonomía estratégica en defensa y economía, impulse la creación de un brazo defensivo común (siendo conscientes de la existencia y labor de la OTAN), reduzca su dependencia energética y tecnológica de potencias externas mediante la diversificación de alianzas y la inversión en innovación. Esto no solo es una cuestión de seguridad, sino también de dignidad: los europeos no pueden permitir que su futuro dependa de otros agentes. Al mismo tiempo, Europa debe reafirmar su compromiso con los valores democráticos y los derechos humanos, actuando como un faro de libertad y justicia en un mundo donde el autoritarismo avanza. Defender estos principios dentro de sus fronteras y promoverlos en su política exterior, incluso frente a aliados incómodos, es una responsabilidad ineludible, porque la dignidad humana no es negociable y Europa debe ser la primera en recordárselo al mundo.
En esencia, Europa debe erigirse, como agente común con todos sus miembros, como un polo mundial de por sí, ya que cuenta con las capacidades para hacerlo. Capitanear la diplomacia internacional, imponerse ante las presiones externas y no limitarse a ser un mero socio comercial o un enganche a rebufo de Estados Unidos son algunos pasos a tomar para convertirse en una región más independiente y con mayor agencia en el globo. El mundo está cambiando a un ritmo vertiginoso, y Europa no puede permitirse quedarse atrás. El momento de actuar es ahora.