Quien escribió el poema fue el gran escritor uruguayo Mario Benedetti y quien le puso música y lo convirtió en canción fue mi buen amigo Joan Manuel Serrat: “El Sur también existe”. Benedetti lo escribió refiriéndose a América, al gran contraste, al abismo inmenso que en América existe entre el Norte y el Sur de aquel gran continente. Dos caras de una misma moneda que no se asemejan casi en nada.

En estos momentos de tan graves disensiones en el seno de la Unión Europea (UE) ante la grave crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia del coronavirus, impresiona ver cómo también en nuestra Europa actual debemos decir bien alto y claro que “el Sur también existe”.

Porque, de la misma manera que América no es solo su Norte, que en América   “el Sur también existe”, en esta Europa actual los hay que ponen en cuestión que en Europa “el Sur también existe”, porque se niegan a compartir, de forma equitativa y solidaria, los gravísimos costes de toda clase que la tremenda pandemia del coronavirus está causando, y sin duda seguirá haciéndolo, en muchos estados miembros de la UE. Pretenden olvidar, desde el Norte, que en Europa “el Sur también existe”.

La cerrazón total, al menos en un principio, de Alemania, Países Bajos, Austria y Finlandia, entre otros países ricos del Norte y el Centro de Europa, de abrirse a la posibilidad de un reparto justo, equitativo y solidario de la multimillonaria factura a la que toda Europa, y de un modo muy especial y concreto la UE, debe hacer frente, a corto, a medio y hasta a largo plazo, incluso después de que, esperemos que mucho más pronto que tarde, hayamos conseguido superar esta pandemia global.

António Costa, el siempre valiente y sincero primer ministro socialista de Portugal, fue expeditivo y concluyente al definir estas reacciones insolidarias: “Repugnante y mezquino”. No tan contundente pero no por ello menos duro ha sido el presidente francés, el centrista Emmanuel Macron: “Algunos actúan como si España e Italia fuesen responsables del virus”. Aunque con un tono más conciliador como le corresponde a todo un presidente del Parlamento Europeo como lo es ahora el progresista italiano David Sassoli, no ha querido ocultar su decepción inicial, matizada con un tímido deseo de cambio: “Esperaba una mayor muestra de responsabilidad por parte de los líderes nacionales. Ahora tenemos dos semanas para trabajar, durante este tiempo esperemos que se levanten las reservas que algunos tienen y se den respuestas”.

Alemania, con la canciller democristiana Angela Merkel al frente, parece haber olvidado ya que en 2018, es decir hace tan solo un par de años, trascendió que su país había ganado la nada despreciable cifra de 2.900 millones de euros como resultado indirecto del programa de compra de títulos de la deuda griega que había impulsado el Banco Central Europeo (BCE). Alemania, y en concreto Merkel, parece haber olvidado también que el obligado, aunque parcial, pago de la deuda púbica griega salvó de la quiebra inmediata a la práctica totalidad de las cajas de ahorro germanas, muy endeudadas hasta entonces por su abultada compra de títulos griegos.

Alemania y los Países Bajos parecen haber olvidado asimismo que un estudio del Centro de Política Europea (CPE), con sede en Friburgo, constata que ambos estados son los que más y mejor se han beneficiado del euro como moneda europea común. En el caso concreto de los Países Bajos, además, se produce una situación de auténtico escándalo: con un sofisticado sistema de execciones fiscales e impuestos de toda índole, el país actúa de hecho, en el mismo centro geográfico de la UE, como si fuese un paraíso fiscal más, con consecuencias muy negativas para otros estados miembros: por ejemplo, España e Italia perdieron el 4% y el 5%, respectivamente, en concepto de impuestos de sociedades a causa del “dumping” practicado por los Países Bajos. Por no hablar del puerto de Rotterdam, que se ha convertido en el principal puerto de toda Europa, con beneficios estratosféricos, en gran parte gracias a estos incentivos fiscales que los Países Bajos utilizan como si este estado miembro de la UE en realidad fuese un paraíso fiscal más, como lo es sin duda otro pequeño pero influyente Estado miembro de la UE, Luxemburgo.   

Unos y otros deberían atender con prontitud la llamada dramática del ahora ya nonagenario socialista francés Jacques Delors, que durante diez años, entre 1985 y 1995, presidió la Comisión Europea. Delors, un europeista de verdad, ha reaccionado con inusitada dureza ante las actuales disensiones: “El clima que parece que reina entre los jefes de Estado y de gobierno y la falta de solidaridad europea hacen correr un riesgo mortal a la UE. El microbio ha vuelto”.

Y es que en Europa el Sur también existe. Sin su Sur, Europa dejaría de ser Europa. Sin su Sur, la UE también dejaría de ser la UE.

Quizá la respuesta a todo esto esté en una pregunta, la formulada no sin cierta ironía por el ya antes citado actual presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli: “Si no reforzamos la Unión Europea, su mercado, ¿a quién venderán sus tecnologías o sus tulipanes?”.