Solo hay algo más difícil que hacer realidad nuestros sueños: saber qué sueños hacer realidad. Es más difícil saber a dónde se va, que llegar al destino. La gran enfermedad de la posmodernidad no es la frustración, es el nihilismo.

En política ocurre lo mismo. Los fenómenos se van pisando aceleradamente, los momentos históricos se van acumulando en el debate político y los ciclos políticos parecen cambiar según el viento: las elecciones catalanas favorecieron a los socialistas, las elecciones madrileñas a los populares. ¿Hacia dónde soplan los vientos? Difícil saberlo.

En medio de esta marejada política, una pregunta flota en el aire: ¿Quo vadis PP? Los populares han protagonizado en los últimos meses unos giros estratégicos que denotan un cierto desconcierto en Génova y una falta de visión clara en el liderazgo de Pablo Casado.

El 4 de mayo, en la primera planta de Génova respiraron. El revoloteo de una mariposa en el Paseo Alfonso XIII de Murcia, sede del parlamento auotonómico, provocó un terremoto de magnitud 7 en la Puerta del Sol, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

Casado se la jugaba a todo o a nada en la capital. Más para un partido que cree que Madrid es España. Esa noche los populares cambiaron el cartel de 'se vende' de su sede por el de 'gracias' y comenzaban a ver más claro sus opciones de victoria en unas futuras elecciones generales.

Y llegaron los indultos. Algunos en Génova se frotaban las manos. La puntilla, el fin, el apocalipsis progresista. Las encuestas detectaban algo de fuga de voto entre bloques. Algo se movía en la política española, al menos tal y como había quedado definida desde la moción de censura. En la séptima planta de Génova descorchaban el cava.

Esa misma noche, Pablo Casado anunciaba un nuevo ciclo político. Atrás quedaban la noche de terror de abril de 2019, el alivio contenido de noviembre del mismo año, la cuasi-desaparición en Catalunya de febrero de este año y las amenazas (fantasmas o no) de las mociones de censura en cadena en Murcia, Madrid y Castilla y León. Madrid cambió la pauta y proclamó un nuevo ciclo político. La demoscopia hacía el resto. Los populares veían acariciar el umbral del 30%, cada vez más escaso en el panorama político europeo y marca de éxito político y electoral, y comenzaban la absorción acelerada de votos de Ciudadanos y más progresiva de Vox. El sueño, primero de Fraga y después de Aznar, de las tres derechas unidas volvía a acariciarse.

Otros, no lo veían tan claro. Faltaba la respuesta, y, sobre todo, la gestión de los tiempos. En política las respuestas están muy ligadas a la expectativas. En el argumentario común de la derecha los indultos suponían una nueva traición a la Constitución, una nueva ruptura de España y dar aire al independentismo para volverlo a hacer.

La respuesta desde Catalunya vino desde los dos centros de poder independentista: Oriol Junqueras, en nombre de ERC, recogió el guante, apostó por el diálogo y renunció al ‘ho tornarem a fer’. Jordi Sánchez el hombre que intenta liderar Junts, no tan explícito, reinterpretó el 1 de octubre como una oportunidad para el pacto, para el diálogo. Por primera vez, el marco mental, el elefante lakoffiano del independentismo, se situaba en el diálogo.

A esto había que añadir el convencimiento general de que los indultos están pactados y trabajados entre gobiernos. ERC necesita tiempo para asentarse en el poder y demostrar que puede gobernar. Un regusto agridulce de gobernabilidad en los dos tripartitos, la dependencia histórica del mundo convergente y una sensación de inestabilidad en sus decisiones han construido una imagen de los republicanos como un partido no del todo fiable. Esquerra esquerraneja, se dice en Catalunya. Aragonés quiere cambiar esta sensación y sobre, todo distanciarse cada vez más de los posconvergentes. Sabe que una mayoría de catalanes y catalanas están cansados. Un 50% se desentendió de la convocatoria del 14 de febrero. En Barcelona se priorizaba a Ayuso frente a los pactos independentistas en los debates políticos de café. Ahora, los republicanos están decididos a aportar estabilidad en Madrid a cambio de tranquilidad en Barcelona. ERC también necesita a socialistas y comuns para girar el Govern a la izquierda.

Ahí está la segunda clave: el tiempo. Hasta 2023 no hay elecciones (sin ánimo de hacer spoiler, solo Andalucía convocará antes). Dentro de dos años tendremos la madre de todas las guerras: elecciones generales, autonómicas con Madrid a la cabeza, municipales y, probablemente, adelanto de las catalanas. La victoria se construirá batalla a batalla…

Eso significa dos años de estabilidad en el Congreso, de tranquilidad en Catalunya, de fin de la pandemia, de recuperación económica, de reparto de fondos europeos y de una cierta capacidad de gasto social. Dos años obliga a practicar una combinación de inteligencia y paciencia. Dos características no siempre fáciles de encontrar en la política española.

Frente a eso, la respuesta popular fue un ‘nos vemos en las calles’. Como en 2006 se sacaron mesas petitorias y, como en 2019, se citó a las tres derechas en Colón. El saldo cuantitativo no fue positivo: las mesas no recogieron las firmas de 2006 ni en la plaza de Colón se congregaron los fieles de 2019. Además, a nivel de bloque, mientras que Abascal y los suyos se pasearon en olor de multitudes por las primeras filas, Casado y Arrimadas hicieron de convidados de piedra sin pasar del gallinero de la concentración.

Y a la vez que Casado intentaba evitar la reedición de la foto con Vox y Ciudadanos, sus barones y presidentes autonómicos más significativos, JuanMa Moreno, Alfonso Fernández Mañueco y Alberto Núñez Feijóo eludían, a su manera, la foto de unidad de los populares en torno a la estrategia de Génova. Una manera doble de protestar, además, por las injerencias de la dirección nacional en las renovaciones provinciales del partido. Si no tuvo suficiente el líder popular, la baronesa Ayuso, hizo un amago de coqueteo con el republicanismo de derechas (que como las meigas, habelas, hainas) apelando a una inexistente responsabilidad de Felipe VI en la firma de los indultos. Semana horribilis para Su Majestad y desoncierto en los populares.

Los estrategas de Génova tuvieron un sabor agridulce. Los populares saben que el eje identitario fragmenta al Partido Socialista, pero también saben que tensar la cuerda en la cuestión nacional da más votos a la extrema derecha de Vox. No es buena idea hacerse un Lionel Jospin, el socialista francés que cedió la plaza de la final de las presidenciales de 2002 a la ultraderecha del Frente Nacional por primera vez, al centrar la campaña en la seguridad ciudadana. Ya se sabe. Entre el original y la copia la gente siempre escoge el original. Es de primero de manual de estrategia política.

Y en Génova sí lo saben. Si el electorado socialista se encuentra divido en los indultos, el problema para la derecha es que corre el riesgo de fragmentarse. Para entenderlo mejor hay que analizar las elecciones en España como una cuestión de dos bloques en los que el resultado electoral depende de dos factores fundamentales: el reparto entre izquierda y derecha y la división en el interior de cada bloque. De momento, las encuestas apuntan a una ventaja de la derecha de más de cinco puntos de media y una concentración de voto en torno al Partido Popular. Este resultado es una amenaza para el gobierno progresista ya que no solo los populares se ponen por delante en provincias pequeñas en las que la proporcionalidad ni está ni se la espera, sino que, una suma de alrededor un 46% garantiza a PP y Vox una mayoría suficiente en el Congreso y, por tanto, las llaves de la Moncloa.

Por eso los indultos representan una paradoja y un desafío para los populares. La paradoja es que, los indultos, mal conducidos por el PP pueden fortalecer a la derecha a riesgo de fragmentarla. Esa fue la estrategia de Iván Redondo en 2018. Divide et impera. En Moncloa, esperan que una desmedida respuesta de la derecha permita, a su vez, recuperar espacios a los partidos de izquierda. La reedición de la foto de Colón por parte de la derecha reedita el aviso de amenaza del ‘trifachito’ de la izquierda.

La pregunta se hace recurrente: ¿Quo Vadis, PP?

Casado necesita pasar páginas. Pasar página de unas presidencias anteriores parte de cuyo legado político se va a dirimir en los tribunales en los próximos años, pasar página de la tutela de la extrema derecha y pasar página de la política de la calle. Ha de poner rumbo al centro y a la política institucional. El PP solo gana elecciones desde el centro. Es una máxima histórica de los populares viejos. Ubicarse en la derecha solo le sirve para alimentar al monstruo de Vox, además de correr el riesgo de solo contar con los populistas para gobernar España. 

Un PP de derecha pura es la mejor garantía para que Sánchez tenga por cuatro años más las llaves de la Moncloa. Y el PP solo puede ganar desde las instituciones, no desde la calle. La fuerza como alternativa de los populares está en practicar la razón de estado, no en el intento por patrimonializar a la nación. Si quiere salir victorioso en las próximas elecciones generales, Casado tiene que ponerse a competir con Sánchez por la presidencia del país, y dejar de obsesionarse por disputar a Abascal el liderazgo de la oposición. La convención de Valencia apunta en esa dirección.

Y mientras, en Moncloa, se preparan para tener pacificada a Catalunya, si los tribunales y Puigdemont lo permiten, y para apuntar todos los cañones hacia el Palacio de San Telmo, residencia del presidente de la Junta de Andalucía. Las elecciones andaluzas serán fundamentales para tomar la temperatura a la política española. El avance y resistencia de JuanMa Moreno sería, no solo una victoria personal para el presidente andaluz, sino, además, un trampolín importante en las opciones de Casado y un eficaz contrapeso centrado al liderazgo de Ayuso. La reconquista, por su parte, de tan preciada plaza por Juan Espadas, generaría un momentum socialista que aprovecharían, sin lugar a dudas, los fontaneros de Moncloa. Antes de eso, Génova y Ferraz necesitarán pacificar las agrupaciones autonómicas y provinciales. La unidad será fundamental.

En este panorama de futuro, la polémica de los indultos puede acabar como una tormenta de verano. Queda mucha legislatura. Y PP y PSOE lo saben. En Moncloa tienen clara su hoja de ruta. Ahora solo queda que el PP resuelva su particular Quo Vadis.