¿Cómo será España dentro de 30 años? Esa pregunta es la que planteó ayer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación del Plan 2050, elaborado con la ayuda de cien expertos a los que ha convocado la Moncloa para realizar un avance del futuro que debe abordar el Estado. 

“Dialoguemos para decidir qué país queremos ser”, dijo Sánchez. En el documento se plantean propuestas que buscan el bienestar social, como semanas laborales de no más de 35 horas, penalizaciones a la utilización del automóvil o a traslados cortos en avión, como parte del trabajo preventivo para resolver los problemas medio ambientales que habrá que afrontar.

La previsión aporta datos preocupantes. Se habla de que 27 millones de españoles vivirán en zonas que sufrirán uno de los mayores conflictos, el estrés hídrico, con menor disponibilidad de agua dulce. Los bosques del noroeste se parecerán a los del Mediterráneo, y dentro de la Unión Europea seremos un país con alto riesgo de incendios. Para esa fecha, se tienen que haber reducido en un 90% las emisiones de gases de efecto invernadero. Para salir al paso de estas previsiones inquietantes, harán falta cambios en muchos de los actuales modelos de vida. Respecto a la población de más edad, ésta se duplicará y el gasto en cuidados oscilará entre el 2% y el 3% del PIB.

Para los jóvenes se apunta una posible dotación económica en un momento determinado de su vida, que les permitiría comprar una vivienda, montar un negocio o seguir estudiando, al hilo de lo que en otros países ya se plantean.

En todo caso, la desigualdad y la pobreza son elementos que pesan en nuestra realidad. En la radiografía que ofrece el documento, pesa negativamente el sistema fiscal que recauda menos y redistribuye la renta peor que en otros países de Europa. La economía sumergida es, en este sentido, un pesado lastre. De ahí que plantee elevar la recaudación fiscal y combatir los trabajos no declarados para mejorar esas condiciones y recaudar hasta el 43 por ciento del PIB en 2050, ocho puntos más que ahora. 

Con la habitual miopía que caracteriza a este PP, Pablo Casado, al que convendría que le regalaran unas buenas gafas de largo alcance, se ha apresurado a rechazar este proyecto, volviendo sobre las cifras de la pandemia y el desempleo, y calificando de “insulto” el hablar ahora de lo que pasará dentro de 30 años.

Una fórmula propia de catetos irredentos, de los que van a salto de mata, aunque en este caso en la mata tenga que aparecer Pedro Sánchez. Una fórmula para sobrevivir en el día a día, cerrando los ojos al porvenir, porque lo que importa ahora es intentar la caída del gobierno de coalición, aunque ahora esté algo desteñido.

 Frente a tal cortedad de miras, Sánchez dejó clara la postura socialista: “Queremos dar una visión que nos ilusione, que nos cohesione, mirando al futuro con una mayor ambición. Habrá quien lo considere imposible en un momento tan polarizado. Pero no es cierto. Dialoguemos, unamos voluntad y decidamos qué país queremos ser en 30 años”. Así debe ser. Hay que ponerse de acuerdo y actuar.