Mientras la enfermedad, la crisis económica y la frustración, con gobiernos más anclados en la contienda que en el bienestar social, el Papa se empeña en llevar la concordia a cada rincón del mundo.

El viaje de Francisco a Irak, sus comentarios positivos sobre otra religión tradicionalmente adversa y el ánimo de conciliar y sumar fuerzas con el gran ayatolá Ali Sistani, líder de la comunidad chíi, ha sido una iniciativa impactante. Una vez más ha demostrado su capacidad para tomar posición en cuestiones complejas, con respeto hacia quienes no las comparten.

Las grandes pancartas con las fotos de Bergoglio y de Ali Sistani, con el lema Vosotros sois parte de nosotros y nosotros parte de vosotros, subrayaban la trascendencia del encuentro. Para continuar viaje, visitó a la martirizada Mosul que fue arrasada por el Estado islámico y allí proclamó, nada menos, que no se puede matar en nombre de Dios y que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio. Ante ciudadanos que fueron golpeados por aquella tempestad “tan inhumana” que destruyó antiguos lugares de culto y miles y miles de personas fueron desalojadas por la fuerza o asesinados, definió que aquello fue “una crueldad en la cuna de la civilización”.

Con su presencia, el Papa quiso garantizar la seguridad de los cristianos iraquíes, perseguidos en su propio país. Y el acoso del ISIS sufrido también por el líder de los chíis, Ali Sistani, habrá facilitado una empatía en doble dirección. De ahí, el encuentro entre ambos, apuntalando aliados para que la paz sea posible y las familias cristianas, que abandonaron Irak por millares, puedan regresar a sus casas.

Su presencia ha supuesto además un espaldarazo que los expertos consideran clave para la estabilidad de Oriente Próximo. Ha exigido que todas las naciones establezcan un compromiso para llevar la paz a la región cesando en sus intereses particulares. También solicitó a los iraquíes que acaben con sus diferencias.

En un país que cuenta con una mayoría chíi y suní y con minorías de entidad como cristianos y yazidíes, este mensaje parece especialmente relevante. Así, consideró que la diversidad religiosa, cultural y étnica que ha caracterizado a la sociedad iraquí durante milenios, debe ser un recurso valioso para aprovechar y no un obstáculo a eliminar. 

Como acostumbra, en este viaje, el Papa Francisco tampoco olvidó a los más vulnerables reclamando su protección. En Qaraquosh, la principal ciudad cristiana iraquí, recordó el sufrimiento de las niñas y las mujeres cristianas y yazidíes  sacrificadas o esclavizadas por los yihadistas. ¡Que las mujeres sean respetadas y defendidas!, exigió. 

Recordando las palabras de Jesús de Nazaret cuando un doctor de la ley preguntó ¿quién es el prójimo?, le contestó con la parábola del buen samaritano, considerado un hereje para los hebreos, pero fue quien auxilió a una persona herida, frente a la indiferencia del resto. Francisco dejará huella en su intención de lograr con otros credos, una comprensión espiritual que una, más allá de las diferencias.