La llegada de los comicios europeo suele ser la oportunidad propicia para que los frikis de turno tengan su minuto de gloria promoviendo candidaturas ciertamente surrealistas. De cara a este 9 de junio, por ejemplo, quieren optar a sacar escaño en Bruselas formaciones como Pirates de Catalunya, Soberanía Alimentaria Española, Escaños en blanco para dejar escaños vacíos, Partido Libertario o la Agrupación de Electores "Se acabó la fiesta".
Además, se presentan partidos comunistas de todo pelaje y condición, la habitual Falange, hasta tres movimientos extremeños, el partido VOLT o la agrupación Fiel, cuyo cabeza de lista es Juan José Cortés, padre de Mari Luz Cortés, la niña asesinada en 2008. Al regir el sistema de circunscripción única, que solo se usa en los comicios al Parlamento Europeo, este tipo de formaciones tienen más posibilidades de lograr un escaño en Estrasburgo.
Segundo orden
En la jerga de los politólogos se conocen como elecciones de "segundo orden" aquellas en las que el resultado importa menos que en otros comicios y suscitan menor interés entre la población en general. Esa falta de interés conduce, por un lado, al aumento de la abstención, en tanto que los votantes no perciben un impacto real o directo sobre sus vidas y, por otro, a apoyar opciones políticas que no encontrarían un respaldo mínimamente reseñable en unos comicios de naturaleza nacional.
Esta realidad favorece que, en un proceso electoral como el actual, en el que se nos convoca a elegir nuestros representantes en un desconocido y —aparentemente— lejano Parlamento europeo, aparezcan figuras ajenas a las estructuras propias de los partidos, con motivaciones dispares e intereses marcadamente particulares. La estrategia no es nueva ni original.
José María Ruiz-Mateos ya buscó refugio en su acta como eurodiputado en los comicios de 1989. El 15 de junio de aquel año, después de una peculiar y pintoresca campaña, consiguió dos escaños y la inmunidad judicial.
Tampoco el personalismo como bandera electoral resulta extraño al votante español. Quizás el caso más elocuente fuese el de Jesús Gil y su GIL (Grupo Independiente Liberal), que estuvo al mando de Marbella durante más de una década, sin olvidar a Mario Conde, que aspiró a la Moncloa con el Centro Democrático y Social, e incluso a la Xunta de Galicia, con menos suerte que el expresidente del Atlético de Madrid o que el fundador de Rumasa.
'Hacer la gracia'
Cada cinco años, los ciudadanos europeos son llamados a las urnas sin saber muy bien para qué. Muchos optan por no acudir, otros depositan su papeleta como si estuvieran eligiendo a los diputados del Congreso y otros, no pocos, tiran de desconocimiento para 'hacer la gracia'. Que estos sean los únicos comicios con circunscripción única y sin umbral mínimo para alcanzar el escaño da aliento a los partidos pequeños, resucita a los que se daban por muertos y premia a los más excéntricos, aunque ello suponga que Bruselas termine por ser una macedonia de diputados y, las europeas, las elecciones menos serias.
El historial es tal que los primeros en ocupar un escaño en Europa fueron elegidos 'a dedo'. En 1986, los partidos que ocupaban el Congreso y el Senado designaron -en función de su peso- a los 60 representantes que estrenarían los asientos comunitarios, entre los que estaban Leopoldo Calvo-Sotelo, Miguel Arias Cañete y hasta el actual ministro de Agricultura Luis Planas. Contribuyendo a lo insólito, el último escaño se sorteó entre los integrantes del Grupo Mixto: Euskadiko Ezkerra -socialistas vascos que se terminarían fusionando con el PSOE- fue el afortunado, dejando a ERC, el Partido Comunista (PCE) y el Centro Democrático y Social (CDS) sin sitio en Bruselas.
Historia de las elecciones europeas en España
Los primeros eurodiputados españoles electos salieron de las urnas en junio de 1987, en unos comicios que solo se celebraron aquí y en Portugal -los países recién adheridos a la UE- y que ostentan aún el récord de participación: 68,5%. Aquella cita fue la última bala de Santiago Carrillo que, ya fuera del PCE, concurrió con su nueva formación, el Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista (PTE-UC). Con 222.680 votos, se quedó a casi 100.000 del escaño y la formación terminó integrándose en el PSOE tras volver a fracasar en las dos citas siguientes -otras europeas y generales-. Las del 87 fueron también el primer amago electoral de José María Ruiz-Mateos que, bajo el sueño de que un asiento en Bruselas le brindara la inmunidad, sentó un precedente del que Puigdemont tomaría años después buena nota.
Sería en el 89, apenas mes y medio después del puñetazo a Miguel Boyer, cuando el accionista principal de la expropiada Rumasa obtendría su billete al Parlamento Europeo -y otro para su yerno-, con 608.560 apoyos y quintuplicando el resultado obtenido la vez anterior. Ruiz-Mateos hizo aquella campaña estando en busca y captura -se dejó ver en algún mitin disfrazado de mujer- y, concedida la ansiada inmunidad, pudo recoger el acta de diputado con el 'caso Rumasa' ya en el Supremo.
Los comicios del 94 expulsaron de la Eurocámara al empresario, y también, por primera vez, a Herri Batasuna. Sí tuvo sitio la Coalición Nacionalista integrada por el PNV y Coalición Canaria -hoy repiten juntos-, que llevaba como candidato al ahora CEO de Repsol Josu Jon Imaz. Aquellas fueron las elecciones del boom de Izquierda Unida, con nueve eurodiputados, y del despegue del PP en Europa, con 28 parlamentarios -su máximo resultado histórico-, aunque esto no se tradujo en la mayoría absoluta esperada en las generales del 96.
En 1999, por el contrario, las formaciones regionalistas entraron en Bruselas por la puerta grande. Tras un baile de siglas, Coalición Canaria acudió con el Partido Aragonés; el PNV y ERC lo hicieron de la mano y Convergència (CiU) siguió en solitario, como también lo hicieron el BNG y Euskal Herritarrok (EH) -que integraba a Herri Batasuna-. Entre todos sumaron nueve europarlamentarios, récord. Choca, cuanto menos, que el escaño de EH fuera cortesía de los españoles ajenos a 'Euskal Herria', pues solo con los votos de País Vasco y Navarra no habría logrado representación. Gracias a 19 papeletas en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), 58 en Salamanca capital, un voto -de 100- en Fuentelsaz (Guadalajara) y otros casi 36.000 apoyos repartidos por España, Herri Batasuna se hizo sitio en Bruselas, explica Paloma H. Matellano en el diario 'El Mundo'. Coincidía que, aquel año, ETA no había cometido ningún atentado -respetando la tregua decretada tras el acuerdo de Lizarra-, aunque para entonces ya acumulaba 794 muertes. Herri Batasuna sería ilegalizado durante aquella legislatura.
La baja participación cosechada en las europeas de 2004 y 2009 -se quedó en casa más gente de la que acudió a votar- dejó dos citas con pocas anécdotas, más allá de un vaivén de coaliciones entre nacionalistas y un joven Oriol Junqueras que se estrenó en un parlamento. Nada que ver con el terremoto que supusieron los comicios de 2014, cuando Pablo Iglesias -entonces con su icónica coleta- dio el campanazo con más de 1.250.000 papeletas y cinco diputados para Podemos en el que era su debut en unas elecciones. También lo intentó entonces Vox, con Vidal-Quadras como candidato, aunque se quedó fuera por 1.740 votos, mientras un Ciudadanos hoy en desaparición entonces sus dos primeros parlamentarios como formación estatal.