Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero a veces hay que tirar de vocabulario para poder explicar una imagen, por muy icónica que sea. Tras la Constitución del Ayuntamiento de Madrid, el nuevo alcalde, José Luis Martínez Almeida y otros cuatro apellidos más realizó varios posados fotográficos con reliquias políticas que iban más allá del bastón de mando de la ciudad. El flamante alcalde de la Villa y Corte posó con Esperanza Aguirre, Ana Botella, Alberto Ruiz Gallardón y José María Álvarez del Manzano. Un photocall del Partido Popular que tampoco se perdieron Pablo Casado o Isabel Díaz Ayuso y en el que faltaba un personaje para cerrar el círculo de la herencia que hemos recibido los madrileños: Santiago Abascal.

La imagen de Casado, Ayuso, Almeida, Botella y Aguirre –con un Gallardón aislado al fondo y sin el líder de Vox que les ha dado la Alcaldía- es la más descriptiva de todas. Es la continuidad en estado puro del mando de la derecha en Madrid y que viene a confirmar que la revolución del cambio que trajo Manuela Carmena fue una excepción y no el nacimiento de una nueva era. Llora la izquierda la pérdida de la capital como una Magdalena, y no de Carmena precisamente.

Los ahijados de Aguirre y Aznar

Esperanza Aguirre, tantas veces muerta políticamente, no llegó a la Alcaldía de la capital por culpa de Carmena, pero su venganza se ha servido con el frío del que deja reposar su plato durante varios años y no podía faltar en la fotografía que ella misma pergeñó durante años. Almeida, el joven al que Aguirre acogió en sus faldas nada más salir de las oposiciones de abogado del Estado, recuperaba para la derecha la plaza en la que ella fracasó. Antes, cruzó el desierto de ser portavoz opositor en sustitución de la lideresa y frente a un Madrid de los soviets que ha acabado decepcionando a los barrios más obreros mientras encandilaba a los jóvenes pudientes del Centro ecofriendly.

Pero Almeida no podría haber llegado hasta la victoria final si no hubiese sido por el dedo de Pablo Casado, quien impuso manu militari su candidatura a la Alcaldía de Madrid. Un Pablo Casado que siempre ha escalado puestos en el Partido Popular gracias a sus d os padrinos políticos: José María Aznar y Esperanza Aguirre. Con Aznar, ejerció de asistente personal de su oficina de expresidente en los tiempos en que negociaba suculentos contratos de Abengoa con la dictadura de Gadafi. Con Aguirre, llegó de manera fugaz a la Presidencia de Nuevas Generaciones de Madrid, mientras la lideresa levantaba el teléfono para llamar a la Universidad y pedir que le echaran un cable con la carrera de Derecho.

Casado fue quien eligió a Almeida, pero también a Isabel Díaz Ayuso, quien tampoco quiso perderse la foto. Si Casado era el chico de oro de Aguirre, Díaz Ayuso era la áurica versión femenina. Quien va camino de convertirse en la próxima presidenta de la Comunidad de Madrid, Vox mediante, se ganó la confianza de Aguirre ejerciendo de Community Manager de la lideresa. Tal era su confianza en ella que acabó dando voz en las redes a los ladridos de Pecas, el perro con collar neoliberal de Esperanza Aguirre. Un trabajo de perros que ha ocupado más portadas que sus apariciones fugaces en el sumario del caso Púnica.

Inmunidad frente al ridículo

Ana Botella fue otro de los regalos que nos dejó José María Aznar y que, por vía gallarda, fue impuesta a los madrileños cuando Alberto Ruíz Gallardón tardó cero coma en romper su promesa de no dejar la Alcaldía por una cartera en el Gobierno de Mariano Rajoy. Con este regalo se convirtió en la primera mujer que mandaba en la capital de España y la encargada de coger el nefasto testigo de intentar que Madrid fuese ciudad olímpica a toda costa y, sobre todo, a todo coste. La anécdota Botella, que tantos memes y chistes provocó vuelve ahora, encarnada en Almeida, quien ha heredado la inmunidad frente al ridículo de la esposa de Aznar.

Faltaba Santiago Abascal en la fotografía. El partido que acaudilla, Vox, ha sido fundamental para que la derecha recupere por derecho lo que considera suyo. En 2015, los votos que fueron a parar a la formación de extrema derecha imposibilitaron que Esperanza Aguirre continuase con la saga popular en Madrid. Ahora, esa división de la derecha ha fructificado y, sin los votos de Vox, Almeida no sería alcalde… ni Villacís, vicealcaldesa. Pero para llegar hasta aquí, Abascal ha tenido que estar durante años refugiado en uno de los chiringuitos y mamandurrias de la factoría Aguirre. Llámelo Agencia de Protección de Datos, Fundación para el Mecenazgo o DENAES, el caso es que a Abascal no le faltó nunca un buen sueldo o una subvención cercana a las seis cifras. Y, todo, sin hacer nada, pero el tiempo libre lo mató en hacer amigos y vínculos que acabarían fructificando en lo que hoy conocemos como Vox.

La llegada de Manuela Carmena al Ayuntamiento de Madrid supuso un hito histórico que, al final, se quedará en una nota histórica a pie de página. El Ayuntamiento del cambio y de los presupuestos participativos ha sido solo una excepción en la tradición carpetovetónica de la capital del Reino. Las aguas vuelven a su cauce y Madrid vuelve a ser lo que nunca debió dejar de ser: la ciudad de la contaminación y el reino de los coches, la eterna aspirante al ridículo olímpico, la capital de los agujeros en las obras y en las cuentas. La eterna rueda de la derecha que representan esas tres mujeres de la fotografía ataviadas de azul eléctrico y sus dos polluelos con traje azul. Una imagen en la que no se distingue qué es Comunidad y qué es Ayuntamiento, qué es gallina y qué es huevo, y en la que solo falta la camisa azul de Vox travestida en verde. Y aquí acaban mis 1.000 palabras para describir esta imagen.