Unos están molestos porque quiere cargarse la mejor herencia de Obama, la protección sanitaria de los más desfavorecidos; otros consideran deplorable que personas decentes no puedan entrar en el país solo porque proceden de un país musulmán; hay empresarios enfadados que le acusan de competencia desleal por ocuparse de sus negocios aunque la ley se lo impide. Millones de mujeres se sienten permanentemente agredidas y en pie de guerra contra un presidente que utiliza insultos graves para despreciarlas; la mayor parte de la prensa no sabe a qué atenerse al ser considerada “enemiga del régimen". Y, para terminar de alterar los ánimos, los ultras de la Asociación Nacional del Rifle airean un vídeo en el que acusan a los "antiTrump", que son casi todos los demás, de estar rompiendo el país y les amenazan de manera velada con defender Estados Unidos con lo que mejor saben utilizar, las armas.

En esta situación están los ciudadanos norteamericanos a menos de seis meses de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y a pocos días de la mayor celebración laica, la que más les une, la que les recuerda que el país lo fundaron gentes procedentes de distintas partes del mundo que el 4 de julio de 1776 dieron el paso definitivo para independizarse de Gran Bretaña y crear los Estados Unidos de América.

Eran personas trabajadoras, con empuje, conscientes de la importancia de lo que estaban haciendo. Al mismo tiempo eran muy humildes y profundamente religiosos, pero al poner palabras a lo que creían que debía ser lo que empezaban a construir escribieron que entre sus derechos inalienables estaban la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Dos siglos y medio después los norteamericanos mantienen los mismos derechos, pero el número 45 de la ya larga lista de presidentes que han tenido, un tal Trump, está haciendo todo lo posible para conculcar el de la búsqueda de la felicidad a todos los citados al principio.

Lo hace cuando mina la credibilidad de la prensa y cuando intenta restringir derechos adquiridos. Y lo hace cada día desde que empieza a emitir sus primeros tuits a eso de las cinco de la mañana.

Ante la polémica creada por su último enfrentamiento personal con una presentadora de televisión, una importante asesora de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, ha intentado justificar a Trump alegando que es un presidente que responde al fuego con fuego y que no se va dejar intimidar por los medios de comunicación liberales. Al fin y al cabo, concluía, “los americanos eligieron a alguien que es duro, que es inteligente y que es un luchador. Ese es Donald Trump”.

Una elección cuestionada

Pero esa elección también está en entredicho. Este 4 de julio habrá que recordar que Trump no solo quedó por detrás de Hillary Clinton en número de votos populares, sino que existe una sería sospecha de que su campaña se benefició de las injerencias rusas interesadas y dirigidas, precisamente, a evitar la elección de la candidata demócrata. Lo está investigando el FBI y un fiscal especial nombrado por el departamento de Justicia, Robert Mueller, busca indicios que pueden acabar en un proceso de Impeachment, es decir, de expulsión de Trump de la presidencia.

Dice la Declaración de Independencia de 1776 que los poderes de los gobiernos se derivan del consentimiento de los gobernados y que si una forma de gobierno se hace destructora de estos principios el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se base en dichos principios con el objetivo de alcanzar su seguridad y su felicidad.

Hoy por hoy, Donald Trump no garantiza ni la tranquilidad, ni la seguridad y, ni mucho menos, la felicidad de los ciudadanos norteamericanos.