En sus secuencias de arranque, Predator, de Shane Black, ya deja clara con sus imágenes que estamos ante una película que remite más a un modelo de cinta de acción de bajo presupuesto que a una gran producción, quiera entenderse esto como una muestra real de la producción de la película o como una declaración de intenciones. A tenor de la filmografía de Black, tanto en labores de director como de guionista, la segunda opción nos conduce a una película que se aleja en gran medida de los precedentes de la saga iniciada en 1987 con Depredador, para entregar una obra tan personal como deudora del cine de acción de los ochenta, al que mira muy de cerca, con una combinación de violencia y de comedia que, en su fondo, esconde bastante más de lo que puede dar a entender su carácter desinhibido.

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Pero Predator, en última instancia, es una película de acción que pretende ser lo que es, funcionando en unos términos de entretenimiento asentados en una continúa acción que tan solo se detiene para girar hacia la comedia. Pero bajo esa superficie, Black es capaz de desarrollar una mirada con cierta hondura alrededor de la figura del Predator y aquello que representa tanto dentro de la ficción como fuera de ella, como icono, diríamos, de cierto cine de acción y popular. Si la película original de John McTiernan giraba alrededor de un grupo de soldados enfrentados en la selva contra un Predator con el que el personaje interpretado por Arnold Schwarzenegger terminaba de alguna manera confundiéndose, en una reflexión sobre la violencia animal e intrínseca del ser humano, en Predator surge de manera más sutil, pero también más desvergonzada, a la hora de enfrentar a un grupo de militares tarados y a Quinn (Boyd Holbrook), un francotirador despersonalizado por su trabajo, contra el Predator. Supervivientes de la realidad que tendrán la ayuda de la doctora Casey (Olivia Munn) y que, dentro del grupo, se erige como la única razonablemente cuerda (no tanto por su condición femenina como por sus conocimientos científicos). Así, Black conduce al grupo hacia una lucha que maneja a la perfección en su ritmo y en su trabajo visual, con momentos cómicos irregulares en su conjunto, pero que dotan a la película de un aspecto híbrido muy disfrutable más allá de que sus imágenes jueguen a la referencialidad con una época a la que emula no solo en términos visuales, también, traída al presente, desde una reconsideración de algunas de las cuestiones en las que se asentaba. 

Black maneja el material para conducir la película hacia un final en el que claramente, aunque sea desde el chiste, apunta hacia la completa transformación de un militar en un depredador para hablar, como el filme original, sobre la violencia, pero sin olvidar en momento alguno que lo que tiene entre manos es una película de acción que debe entregar lo que se espera de ella. Una dicotomía muy interesante dado que en ella se plantean los propios términos que constituyen determinado cine, los cuales Black no subvierte pero sí expone de manera clara, superficial si se quiere para. Al final Quinn, orgulloso, asume que ha pasado de ser un militar más a un un cazador de Predators. Y, en gran medida, se ha convertido en uno de ellos.