La fascinación de Juan Eslava Galán (Jaén, 1948), por la historia de Roma viene de lejos. “A lo largo de mi vida he viajado por las antiguas tierras del Imperio Romano, he estado en el norte y el sur de África, en el Éufrates, y allá donde estuvo Roma”, nos comenta al hilo de la publicación de ‘Historia de Roma contada para escépticos’ (Planeta), el 10º volumen de una colección en la que combina rigor histórico con su peculiar sentido del humor, costumbrista, amable e irónico. Uno de los retos a los que se ha enfrentado al escribir este libro es poder condensar 1.000 años de historia en poco más de 400 páginas. “Como decía Edward Gibbon, uno de sus mayores estudiosos, en una imagen brillantísima de Roma, podemos ver el orto y el ocaso de una civilización, desde la semilla a la leña ya troceada, lista para el fuego”, nos explica y añade que su historia es un espejo de la civilización occidental: “Nosotros somos Roma. Este idioma que hablamos es latín evolucionado o degenerado, y, en cierta forma, la decadencia que estamos viviendo también es reflejo de la suya”.
La herencia de Roma
Una de las cosas que más le impresionan de Roma es cómo una “aldeíta”, casi sin proponérselo, llega a ocupar todo el mundo conocido y atribuye su éxito, sobre todo, al sentido común, capacidad de organización, tenacidad y pragmatismo, frente al idealismo de los griegos, más inclinados a la filosofía y al arte. De la herencia romana destaca sobre todo dos cosas: la lengua y el derecho, aunque hecha la ley, hecha también la trampa. “Roma nos dio el derecho, una base fundamental de la justicia, pero también la corrupción, algo que sigue tan presente como entonces”, afirma.
"La civilización occidental es un espectro de lo que alguna vez fue, una Roma debilitada por su propia expansión y el peso de su grandeza”
Para Eslava Galán la civilización occidental es “un espectro de lo que alguna vez fue, una Roma debilitada por su propia expansión y el peso de su grandeza”. Tanto nos parecemos, que también en la antigua Roma cronistas que deformaron la realidad. "Tácito, que quiere decir en latín callar, fue el que se infló más de escribir de todos. Cuando habla de Germania, que habla de oídas, da idea de una sociedad casi idílica, alabando las virtudes de los germanos, un discurso que siglos después asumió Hitler", asegura, para incidir en cómo se puede manipular la historia a través de lo que se escribe de ella.
Sostiene que la "añoranza de volver a ser Roma" ha sido una constante europea en todo este tiempo. "El último intento es el de la Unión Europea, que ya veremos cómo sale. Da qué pensar, y nada bueno, que el pueblo hegemónico tenga que ser Alemania, o sea, los bárbaros del norte, y que el peligro invasor proceda como entonces de las estepas rusas", asegura en el libro.
La deformación del cine
Asegura que el cine ha moldeado nuestra visión de Roma, distorsionándola e idealizándola con escenas de gladiadores, bacanales y banquetes por todo lo alto. “Hacer un libro divertido sobre Roma es sencillo, porque ya nos ha dado la pauta el cine con el peplum [género cinematográfico que aglutina las películas de aventuras ambientadas en la antigüedad], y las fiestas romanas”, afirma. Pero el verdadero Imperio Romano era mucho más complejo que la imagen idealizada y masculinizada que ha ofrecido el séptimo arte. “Todos hemos querido ser gladiadores arrogantes o centuriones poderosos, pero nunca vemos al comerciante calvo y tripudo que sostenía la economía del imperio”.
Pone como ejemplo el 'Gladiator' de Ridley Scott, a quien admira enormemente, pero habría recomendado que la batalla con la que empieza la película fuera más fiel al estilo de lucha de los romanos. "La batalla romana real era mucho más espectacular", con sofisticadas armas y unas legiones disciplinadas, dispuestas y organizadas para para ganar.
Nerón tampoco fue el gobernante loco que pintan las películas. "Seguimos teniendo la idea de que Nerón era Peter Ustinov", lamenta en referencia a la película 'Quo Vadis', de 1951, donde se le ve tocando la lira mientras Roma ardía. "Yo tendría que romper una lanza en favor de Nerón, él no pegó fuego a Roma porque, entre otras cosas, estaba entonces ausente y acudió allí con la abnegación que cabe esperar en un buen gobernante", aclara. Eso sí, construyó sobre las ruinas de Roma un palacio faraónico.
También pone como ejemplo de esta distorsión hollywoodense el ‘Espartaco’, de Stanley Kubrick, el esclavo rebelde con quien resulta fácil empatizar frente a un Craso, el malo de la historia interpretado por Laurence Olivier, a quién se le llenaba la boca con la palabra Roma. Según Eslava Galán, no le faltaba razón: “La economía romana estaba basada en la explotación de esclavos y el saqueo, pero eso no invalida que, en términos generales, el balance civilizatorio de Roma resulte abrumadoramente positivo”.
La ventaja de pertenecer al imperio
Aunque destaca que Roma fue una sociedad altamente jerarquizada, manejando los privilegios al servicio del imperio. A medida que iban conquistando territorios, les concedían derechos ciudadanos, graduados en función de su resistencia o colaboración.
En cualquier caso, era una sociedad de grandes desigualdades que no tenía en cuenta a los esclavos, dividida entre la élite, los patricios, y los plebeyos, una población creciente que lucha por adquirir los mismos derechos que la clase más privilegiada. Se estableció un sistema de pan y circo, con repartos de trigo para los más pobres (la annona) y espectáculos públicos gratuitos (carreras en el circo, comedias en el teatro, luchas de gladiadores y desfiles triunfales), una combinación que el autor describe como una forma de “seguridad social” que mantenía a la plebe entretenida y bajo control.
Sexualidad abierta
“Los romanos le daban mucha importancia al sexo, pero no tenían el problema de verlo como pecado. Nosotros le sacamos mucho más gusto porque es pecado, ellos no”, comentó con ironía. La sexualidad en Roma era abierta y formaba parte de la vida cotidiana sin las restricciones morales que luego impondría el cristianismo, sostiene.
El autor destacó que en las pinturas romanas, especialmente en Pompeya, se conservan frescos de posturas sexuales que, según Eslava Galán, forman un auténtico “kamasutra romano”. Además, los romanos tenían distintos tipos de esclavos, algunos de los cuales estaban destinados exclusivamente a satisfacer las necesidades sexuales de sus amos y amas. “Había un tipo de esclavas que solo servían para el sexo, y dicho sea de paso, también un tipo de esclavo para satisfacer a las damas romanas”, explicó, subrayando que la sociedad romana tenía una visión muy pragmática de la sexualidad.
Al igual que los griegos, los romanos toleraban la pederastia con fines formativos. Mantenían una estructura en la que el hombre mayor (erastés) tomaba el rol de mentor con el más joven (erómenos), en una relación que incluía enseñanzas sobre la vida, incluidas prácticas sexuales, pero estas prácticas debían cesar en cuanto el empezaba a salirle barba al muchacho.
La homosexualidad estaba permitida en el imperio e incluso se hacía alarde de ella. “Lo que estaba mal visto era el exceso, no la homosexualidad en sí misma”, argumenta, indicando que sería el cristianismo el que posteriormente satanizaría este aspecto de la vida romana.
La historia como lección de decadencia
Eslava Galán cree que la historia del Imperio es una lección de cómo las civilizaciones pueden florecer y, al mismo tiempo, sembrar las semillas de su propia destrucción. Para él, uno de los factores clave en la decadencia de Roma fue el debilitamiento del ejército, que comenzó a depender de mercenarios externos. “La gran palanca que había conquistado el mundo se debilitó cuando los romanos dejaron de sentir pasión por el ejército y comenzaron a contratar a bárbaros”, explicó.
En este sentido, rebaja la importancia del cristianismo como causa de la caída del imperio. "Fue un factor más", asegura. Al mismo tiempo, la enorme desigualdad social mantiene al imperio en un permanente conflicto. La política de pan y circo acaba atrayendo a Roma a "mucha gente que quería vivir del cuento, y es la propia plebe romana la que se acaba sublevando contra esos, que no quiere que otros participen de sus beneficios".
Vuelta a Roma
Con esta nueva obra, Juan Eslava Galán invita a los lectores a un viaje por la antigua Roma, un recorrido que nos hace cuestionarnos cuánto hemos cambiado y cuánto seguimos siendo herederos de un imperio que, en muchos aspectos, continúa moldeando nuestro mundo. Como sostiene el propio autor, “seguimos siendo romanos, a pesar de todo”. Hoy en día, concluye, "los europeos estamos inmersos en "este difícil camino que nos conduce a la integración supranacional, es decir, a ser otra vez, básicamente, Roma".