Un horizonte sombrío por culpa de un gobierno totalitario, rivalidades entre compañeros por la búsqueda de la mejor historia, el recuerdo de las vivencias en un mundo exótico, el amor y las propias sombras del periodismo son los ingredientes principales que construyen la nueva novela de David Jiménez: El Corresponsal (Editorial Planeta).

El exdirector de El Mundo, que ya desgranó las entrañas de la redacción de un periódico nacional en El Director, vuelve a plasmar sus vivencias en papel y a devolver a la vida la esencia más pura del periodismo. Sus años como corresponsal en distintos países como Afganistán, Tailandia o Pakistán –entre otras muchas tierras asiáticas- han marcado la carrera de Jiménez, pero ha sido la Revolución del Azafrán de 2007 en Birmania el acontecimiento principal en el que el autor ha querido ambientar su nueva novela, esta vez recurriendo a la ficción a través del joven reportero Miguel Bravo.

El lector se verá inmerso en una trepidante aventura a uno de los países más bonitos de Asia donde descubrirá que, detrás de un buen reportaje, los riesgos están a la vuelta de la esquina y que el hilo de la historia no siempre se teje desde un ordenador y una oficina convencional.

Portada de El Corresponsal, de David Jiménez. Editorial Planeta.

Libro El Corresponsal. (Editorial Planeta).

PREGUNTA: Birmania, “el país más bello y triste jamás inventado”, es el escenario donde transcurre la historia de su nueva novela, El Corresponsal. ¿Por qué decidió ambientar la trepidante vida de los reporteros en este país?

RESPUESTA: Uno de los protagonistas del libro lo describe como “el lugar más bello y triste jamás inventado”. Yo cubrí la Revolución del Azafrán que hubo en Birmania en 2007 y fue esa la sensación que me llevé: un país increíblemente bello, con una gente estupenda, que muchas veces da la sensación de que viven en otra época por sus formas de vestir. Y que a la vez, dentro de esa paz espiritual de los monjes birmanos, está sometido a la peor de las dictaduras, un régimen totalitario, que se describe también en la novela.

Ese contraste creaba un escenario perfecto para situar a ese grupo de reporteros y contar cómo es la vida de los reporteros de guerra cuando van a cubrir un acontecimiento que yo tuve que cubrir como reportero.

P: Miguel Bravo es el protagonista de su historia. Estremece ver el cambio radical de una redacción convencional a cubrir en primera línea el conflicto armado.

R: Miguel Bravo es un reportero joven que llega a Birmania para cubrir su primer acontecimiento. Llega lleno de idealismo, de entusiasmo, de esos reporteros que todavía consideran que con sus historias van a ayudar a mejorar el mundo. Lo que no sabe es que, más que cambiar el mundo, es el mundo el que le va a cambiar a él.

Se va a encontrar inmerso, no solo en un grupo de corresponsales y la fascinante vida que hay alrededor, sino en una situación extrema, en un país en convulsión, con una revolución. Se va a enamorar, porque los reporteros también tienen tiempo para esas cosas. Al final va a vivir una experiencia al límite, junto con el resto de reporteros.

Los reporteros son muy diferentes cuando empiezan su carrera y cuando al final ya están más descreídos, más cínicos, y empiezan a dudar de que su trabajo haya tenido un impacto importante.

“No recuerdo una época en la que haya sido tan peligroso ser reportero de guerra que ahora”.

 

P: Se siguen produciendo múltiples conflictos armados en varios puntos del mundo. Hay que lamentar pérdidas de compañeros como David Beriain y Roberto Fraile en Burkina Faso ¿Cómo cree que podría fortalecerse la protección de los periodistas en estas situaciones?

R: Ricardo Ortega, gran periodista que perdimos en Haití, y a todos aquellos reporteros que no regresaron a casa de coberturas en guerras y conflictos. Cuando uno va a un lugar lejano a cubrir un conflicto sabe que existe el riesgo de que no vuelva a casa.

Durante los últimos años se ha producido una cosa curiosa. Los corresponsales que antiguamente eran vistos como neutrales en las guerras, de repente se han convertido en un objetivo. No recuerdo una época en la que haya sido tan peligroso ser reportero de guerra que ahora, lo hemos vivido en Siria. Precisamente porque los reporteros ya no son vistos como personas neutrales que van a contar las dos versiones, sino como parte del conflicto.

P: La tensión actual entre Rusia y Ucrania o el conflicto del Gobierno en Afganistán el pasado mes de agosto. ¿Cómo considera que se sucedió la cobertura mediática de España?

R: En Afganistán, cuando cae el gobierno y toman el poder los talibán, no había ni un solo periodista cubriéndolo. Eso nos debe hacer reflexionar sobre qué ha pasado con el periodismo internacional. En gran parte ha desaparecido. O no se cubren los acontecimientos o se llega en el último momento. Estamos perdiendo la oportunidad de conocer cómo funciona el mundo y, por eso, creo que los corresponsales siguen siendo muy importantes.

El problema es que el periodismo, después de los últimos años de crisis, no está apostando por esas grandes coberturas. Es más barato juntar a un grupo de tertulianos a discutir sobre política nacional y hablar sobre las reyertas de los representantes que enviar a gente a cubrir grandes acontecimientos.

Hay que darle la vuelta y volver a invertir en el periodismo que merece la pena. Sobre todo, valorar el trabajo que hacen los periodistas que se van a miles de kilómetros a jugarse la vida por contarnos las desigualdades e injusticias. Creo que eso sería un gran homenaje para esos compañeros que fueron a hacer precisamente eso y perdieron la vida.

El periodista David Jiménez en el Hotel Canopy by Hilton (Madrid). Foto: Fernando Coto.

El periodista David Jiménez en el Hotel Canopy by Hilton (Madrid). Foto: Fernando Coto.

P: El problema del periodismo es que está cada vez más precarizado y el foco se centra en los jóvenes. ¿Cuáles serían los consejos que les daría a estas nuevas promesas para cazar estas oportunidades?

R: Ha cambiado mucho desde que yo empecé como corresponsal, ha habido un tsunami que ha supuesto muchas pérdidas de trabajo, medios que antes eran muy importantes ahora lo son menos. A la vez han nacido muchos medios digitales, incluido El Plural, ahí es donde yo creo que los jóvenes empiezan a tener más oportunidades.

En cuanto a la información internacional es costoso enviar a alguien a Corea del Norte, Birmania o África, eso cuesta dinero. Hay veces que los medios no ven el valor, creo que deberían replanteárselo. Hay una reputación, una credibilidad, un prestigio especial en los medios que son capaces de cubrir, no solo lo que pasa cerca, sino aquello que está pasando muy lejos. Todo eso nos puede volver y afectar, como hemos visto en Afganistán.

Sería importante que los periodistas jóvenes tengan la oportunidad de vivir las experiencias que yo he vivido, sin las cuales no podría haber escrito un libro como El Corresponsal. Lo normal es que ahora los chavales se vayan sin garantía, sin seguridad, cobrando muy poco dinero. Es un problema porque la calidad se resiente, se pone más riesgo del necesario, no pueden profundizar en las historias. Espero que con la explosión de nuevos medios, modelos de suscripción y si salimos de la crisis, se vuelva a apostar por el periodismo internacional.

“Necesitamos más independencia, más honestidad y más calidad en los medios”.

 

P: Otro de los problemas que hay actualmente es el clickbait de las redes sociales y por el que las generaciones más jóvenes se enteran antes de las noticias. ¿Cuáles serían las claves para potenciar ese periodismo internacional aunque no se pueda, por cuestiones económicas, enviar periodistas?

R: Una de las esperanzas para el periodismo es el fracaso del clickbait. Fracaso en el sentido de que ha dado muchos pinchazos y lectores, le permite a los medios decir: “¡mirad, la audiencia que tengo es gigante!”, pero no les está dando ningún dinero, no lo suficiente para sostener una redacción de calidad.

Cuando vino la crisis, muchos medios internacionales como The New York Times  -que hoy tiene más corresponsales que nunca-, diarios alemanes o Le Monde en Francia apostaron por la calidad. Dijeron: “Vamos a contratar más periodistas, vamos a hacer más coberturas, más análisis, vamos a ir más despacio”. En cambio en España se hizo todo lo contrario: “Vamos a hacer las cosas más rápido, sea contenido bueno o malo”.

Eso se ha demostrado como una opción fallida, la única salvación del periodismo está en la calidad, no puede estar en intentar buscar con un click fácil por un titular que luego defrauda al lector cuando se mete y se da cuenta de que el titular y la noticia no tienen nada que ver. Tampoco es una solución el periodismo ideológico de trincheras, donde un medio solo investiga a los del partido que no les gusta. Necesitamos más independencia, más honestidad y más calidad en los medios. Si hacemos eso, es muy probable que consigamos que el público vuelva a apostar por nosotros y que pagar por el periódico.

P: Gracias al éxito de El Director y con lo que van a descubrir los lectores en El Corresponsal, ¿con cuál de estas dos etapas de su vida profesional se queda?

R: Creo que es mucho mejor ser corresponsal. Estás lejos de los jefes, de los políticos y del poder para hacer periodismo de raza, como hacen los protagonistas de la novela, que estar en los despachos donde al final las balas vienen pero no sabes ni quién las está disparando ni con qué motivo. Para mí, que he podido probar ambas cosas, siempre he estado más cómodo en las guerras que en los despachos.