Entrevistamos al escritor y crítico literario Juan Laborda Barceló, autor de 'Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta', un ensayo sobre una mujer pionera en el cine. En la entrevista, Laborda cuestiona la cultura machista que ha imperado en la industria del arte, pero también comparte con el lector su pasión hacia el séptimo arte y las letras, reconociendo que “no habría literatura sin fracaso”. Juan Laborda Barceló (Madrid, 1978), escritor, doctor en Historia Moderna por la UCM, crítico literario, profesor y cinéfilo, es autor de varias obras de ficción y ensayos que ya ocupan un lugar importante entre los lectores. Luego de novelas como La fragilidad del neón y Paraíso imperfecto, ahora nos presenta Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta (Editorial Huso, 2022).

Cubierta. Libro de Juan Laborda Barceló.

Pregunta: - ¿Por qué Alice Guy?
Respuesta: - Aunque su vida es tremendamente novelesca, a mí me interesó mucho más su obra. Desde un primer momento descubrí una sugerencia tan inocente como profunda en sus creaciones cinematográficas. Guy fue capaz de construir ficción cuando el único referente del cine era el teatro. Es más, dijo mucho sin decir en un tiempo primigenio en el que todo estaba por hacer. Quizá esa es una de sus grandes virtudes. Supo crear desde la nada y acceder de manera intuitiva al simbolismo y a la narración. No conviene olvidar que los primeros titubeos del cine no fueron exactamente narrativos.

De hecho, en mi obra Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta busco traer a la actualidad y analizar su obra. Considero que la recuperación biográfica de esta figura es una cuestión más anecdótica que estructural. Sobre todo, por el hecho de que hurga en sus situaciones personales. Un director masculino y clave de cualquier época solo sería juzgado por su trabajo, por la calidad o no de sus composiciones. Démosle ese mismo estatus igualitario a Guy. Sus trabajos fueron un pilar, hasta hoy invisible, de la cinematografía.

"Alice Guy rodó el que puede que sea el primer beso lésbico de la historia del cine"

P: - ¿Qué podrías decir de la Alice Guy transgresora?
R: - Transgredir es romper con lo establecido. Ir más allá de lo que la sociedad de tu tiempo está dispuesta a asumir. Y, en este sentido, Guy logró colar mensajes y significados muy polémicos para su época. En sus obras hay siempre muchos planos de lectura. En un primer lugar está el juego, el divertimento o la idea ocurrente. A partir de ahí crece en crítica y reflexión, a veces marcadamente polémica.

Entre sus temas fundamentales está el del feminismo, tanto en la forma como en el fondo. Ella sitúa a la mujer en el centro de la narración en diversas obras, genera un relato femenino y hasta cuestiona los roles tradicionales de género. Del mismo modo, reflexiona sobre el travestismo y la identidad sexual -no en vano rodó el que pueda que sea el primer beso lésbico de la historia del cine-. Además, fue crítica con su tiempo y con las instituciones tradicionalmente aceptadas como el ejército y la familia. Pedir igualdad de manera soterrada pero firme, criticar el militarismo y el belicismo, sin dejar de lado la fuerza de la narración se me antojan irreverencias casi propias de hoy en día.

P: - El propio título de tu libro contiene una historia, pero también juega con darle esperanza al fracaso. ¿En el centro del vacío hay otra fiesta?
R: - Ya lo decía Samuel Beckett con su «fracasa más, fracasa mejor». Pocas cosas enseñan más que la derrota. Quizá no entendida como la oposición épica a la victoria, sino como la suma de pequeñas heridas, pequeñas decepciones que nos construyen y configuran tal y como somos. Creo que no habría literatura sin fracaso. Muy probablemente no habría arte sin derrota. De todo esto suponemos que conoció bastante la pionera del cine hoy medio olvidada Alice Guy. Debió superar inimaginables obstáculos para dedicarse a crear. Tuvo que sufrir sinsabores a mansalva en ese tiempo de lobos en el que la mujer no tenía ni siquiera derecho al voto. Lo que muy probablemente no esperaba ella es que una traición última, la del tiempo y el olvido, la borrasen del mapa en una suerte de damnatio memoriae. Es decir, en los últimos cien años el fracaso se ha convertido en mutismo. Su obra hurtada durante este tiempo esperaba una reparación. Ésta se ha ido gestando desde hace relativamente poco, pero ya es tiempo de reivindicar desde sus virtudes, talentos y sombras a esta “madrina” del cine.  

“Pedir a cualquier aficionado al cine que cite cinco mujeres directoras es ponerle en un brete mayúsculo”

P: - Tu ensayo también tiene un carácter reivindicativo. ¿Cómo se ha portado la industria del cine con la mujer artista?
R: - La respuesta la tenemos en la memoria colectiva. Pedir a cualquier aficionado al cine que cite cinco mujeres directoras es ponerle en un brete mayúsculo. No deja de ser una manifestación evidente de la realidad de una industria dominada por hombres desde su creación en la que la mujer se ha usado principalmente como reclamo promocional o sexual.

Este es un problema extensible al arte en general e incluso a otros ámbitos. La negación de la obra femenina ha causado un silencio que en la actualidad resulta lacerante. Aunque las mujeres son la mitad de la población mundial, su acceso al ámbito creativo ha estado frenado históricamente por razones múltiples y evidentes. Las dificultades fueron diversas, tanto que incluso muchas crearon con nombre masculino para que su obra llegase a nacer. No obstante, lo que parece claro es que un buen puñado de estas creadoras a las que se les ha negado la voz, construyeron con su quehacer un relato distinto del predominante. Tanto es así que su mirada femenina fue cauce para mostrar otras realidades posibles y, muy probablemente, por ese mismo motivo han sido orilladas. El caso de Alice Guy navega por esas aguas turbulentas, a caballo entre entretener con un arte nuevo y señalar realidades incómodas para sus coetáneos, tales como el feminismo o el travestismo. Así, figuras como ella, Lois Weber, Elena Cortesina, Dorothy Arzner o, en tiempos más cercanos, Agnes Varda e Isabel Coixet fueron capaces de crear desde una mirada propia. Quizá el reciente éxito de Carla Simón en la Berlinale sea un revulsivo para la industria del cine, pero tengo serias dudas al respecto.

P: - Tu libro lo comienzas con un breve recorrido por el mundo del cine entre finales del siglo XIX y principios del XX. El ensayo se vuelve narración, juegas con ubicar al lector en un determinado momento histórico. Me gustaría que nos contaras sobre este inicio.
R: - Los orígenes del cine fueron un magma inestable y fascinante. El invento, que no llega a los ciento treinta años de antigüedad, tuvo un comienzo movido. Hijo directo de la fotografía, aún estudiamos a aquellos que hicieron posible el milagro de proyectar a razón de 24 fotogramas por segundo. Es la velocidad exacta para que nuestro ojo, sometido al fenómeno de la persistencia retiniana, perciba cada imagen aislada como un todo continuo. Figuras como Étienne Jules Marey o Eadweard Muybridge descompusieron el movimiento y crearon ingenios tan curiosos como el fusil fotográfico, que permitía disparar un buen número de fotos por minuto. A partir de ahí, y tras la infinidad de juguetes ópticos (taumatropo, zootropo, praxinoscopio…) se hizo necesario el logro de proyectar imagen en movimiento. Y parece que el creador de este paso definitivo fue Le Prince, cuya estela se pierde de manera misteriosa. Existen indicios de que fueron los hombres de Edison, acaparador de patentes y cineasta primitivo, los que lo hicieron desaparecer. Sea como fuere, el cine que conocemos hoy es una suma de casualidades. El inventor norteamericano llegó a patentar un invento, el kinetoscopio, para consumir cine individualmente, pues se trataba de un visor para un solo cliente, que debía pagar por cada fragmento. Fueron los Lumière los que popularizaron, que no inventaron, el cine de carácter social y colectivo que hoy disfrutamos.

Desde la proyección de 1895 en el Salon Indien de París, todo fue una sucesión de rápidos avances. Aquellos creadores primitivos, entre los que se encontraba Alice Guy como miembro de pleno derecho, desarrollaron el montaje, la narración y los incipientes géneros, entre otras muchas cosas. Era un tiempo de energías infinitas y de potencias tremendamente fértiles que nos ha traído hasta aquí.

P: - Eres narrador y ensayista. Pero también historiador y cinéfilo. ¿Todas estas direcciones suman fuerzas en tu literatura?
R: - Quiero pensar que sí, pero no está tan claro. En lo creativo supone poder abordar temas relativamente diversos desde ópticas novedosas. No en vano he escrito estudios sobre los modelos bélicos del siglo XVI desde una perspectiva social, novela histórica de aires cinematográficos y autoficcionales y, por supuesto, ensayo sobre cine. La versatilidad aporta, creo yo, valores a lo que hacemos. Nos alimenta a la vez que nos impulsa y afila la mirada. La historia, el cine y la literatura son motores creativos con múltiples interconexiones. Los agujeros de gusano que se abren entre ellas son infinitos e imposibles de analizar. Sin embargo, desde el punto de vista editorial, y a pesar de que mis obras encuentran su espacio, hay una reflexión que quiero dejar aquí negro sobre blanco. En este mercado editorial nuestro tan saturado y extraño suele ser habitual el escritor “one track”, como lo llamo yo. Con ello me refiero al especialista que realiza obras siempre en una misma órbita, modificando pocos aspectos, más allá de épocas, nombres o tramas más o menos adictivas. Así pretenden atrapar, y muchas veces lo logran, un nicho de mercado. Es totalmente respetable, pero desde el punto de vista artístico me interesa poco. Los cambios de registro suelen ser alabados por la crítica, pero muy poco asumidos por los departamentos de marketing. Por todo ello, creo conveniente reivindicar, además de la memoria y la obra de Alice Guy, a los autores difícilmente clasificables. A aquellos que construyen cada obra de la nada, independientemente de criterios comerciales. Somos una comunidad cada vez más amplia.

P: - Hoy, cuando avanza una doctrina de lo políticamente correcto, ¿qué sería transgresor?
R: - Quizá, y aunque resulte terriblemente paradójico, en esta sociedad líquida, inestable y decadente, lo más transgresor sea el talento, la bonhomía y el esfuerzo. Una caricia intelectual sobre un campo de fusiles.