Me duele tener que reconocerlo, pero me parece evidente que el verdadero triunfador indiscutible de estas elecciones autonómicas andaluzas es José María Aznar. Digan lo que digan unos y otros, e incluso más allá de la tan inesperada como contundente irrupción de Vox como fuerza con representación parlamentaria -y no solo en el Parlamento andaluz, también desde ahora mismo en el Senado-, sea quien sea quien finalmente ejerza la Presidencia de la Junta de Andalucía, ningún partido puede sentirse satisfecho de verdad con los resultados obtenidos el pasado domingo.

En primer lugar, es imprescindible constatar que se ha producido una importante derrota colectiva: el incremento sustancial de la abstención, tanto más llamativo en unos comicios que todo apuntaba a que iban a ser reñidos, constituye una nueva demostración de la creciente desafección ciudadana hacia la política. En segundo lugar, porque el veredicto de las urnas va a hacer aún bastante más complicada y compleja la gobernanza de Andalucía, sin duda mucho más de lo que ya lo ha sido durante estos últimos años. En tercer lugar, porque la inapelable derrota del PSOE, con Susana Díaz a la cabeza, ha llegado acompañada de un intento de negación de la realidad que puede dificultar la imprescindible regeneración del socialismo andaluz después de casi cuatro décadas ininterrumpidas de monopolio absoluto del poder autonómico.

En cuarto lugar, porque a la indiscutible derrota del PSOE, que nadie puede intentar maquillar con el fácil recurso de aludir a su condición de partido más votado, se le debe sumar el no menos innegable fracaso electoral de Adelante Andalucía. En quinto lugar, porque el PP -que ha perdido en número y en porcentaje de votos, así como también en número de escaños- solo puede aspirar ahora a encabezar una fórmula de gobierno que ha descalificado y denostado hasta la saciedad desde hace muchos años, la de “un tripartito de perdedores”. En sexto lugar, porque Ciudadanos, a pesar de haber conseguido un incremento muy importante de apoyos, tanto en número de sufragios y en porcentajes como asimismo en número de escaños, se ha quedado de nuevo sin conseguir el tan ansiado y anunciado “sorpasso” al PP para hacerse con el liderazgo de la derecha, y además se encuentra ahora ante la difícil tesitura de tener que aceptar o no alguna clase de acuerdo, ya sea de gobierno o al menos parlamentario, con una formación como Vox, inequívocamente de extrema derecha, antisistémica, antieuropeísta, xenófoba, racista, machista, homófoba, ultracatólica y con un programa que en poco o en nada se compadece con los principios inspiradores de nuestra actual Constitución democrática. Y en séptimo y último lugar, porque incluso a Vox le puede acabar resultando enojoso un resultado electoral como el del domingo pasado, ya que le puede obligar a renunciar, o al menos a matizar o moderar, a algunos de sus planteamientos más radicales, para poder sumarse a este nuevo “tripartito de perdedores”.

José María Aznar. Auténtico Macho Alfa de la Derecha Española, satisfecho con la victoria de su aventajado alumno Pablo Casado y con los repetidos avances de otro fiel discípulo suyo como sin duda alguna es Albert Rivera

El único gran triunfador de estas elecciones autonómicas andaluces es, a mi modo de ver, José María Aznar. Auténtico Macho Alfa de la Derecha Española, satisfecho con la victoria de su aventajado alumno Pablo Casado en las elecciones primarias internas del PP que enterraron definitivamente a Mariano Rajoy y también a Soraya Sáenz de Santamaría, satisfecho también con los repetidos avances de otro fiel discípulo suyo como sin duda alguna es Albert Rivera, José María Aznar ha encontrado ahora en Vox -y en concreto en Santiago Abascal, antiguo militante y dirigente del PP madrileño, y hombre  fiel a Esperanza Aguirre- el complemento necesario para recuperar la unidad de todas las derechas hispánicas, como si se tratase de la refundación de la célebre CEDA, aquella Confederación Española de Derechas Autónomas acaudillada en tiempos de la Segunda República por José María Gil Robles.

Que nadie se llame a engaño. Vox no es un partido fascista, ni tan siquiera se le puede calificar como neofranquista. Es un ejemplo casi perfecto de esta nueva ultraderecha que se expande desde hace años no solo por gran parte de Europa -Italia, Francia, Polonia, Hungría, Alemania, Sueca, Finlandia, Holanda, Grecia, Dinamarca, Bélgica, Reino Unido...- sino también por todo el mundo, como vemos en Estados Unidos, Rusia, Brasil, Filipinas… Esta nueva ultraderecha, tanto o incluso más populista que organizaciones supuestamente de izquierdas que coinciden en el uso y abuso de teorías y prácticas políticas antisistémicas e iliberales, que con la fácil excusa de la antiglobalización se encierran y escudan en ultranacionalismos tribales y que pretenden tener soluciones fáciles para los complejos y complicados problemas del mundo actual, es la de Vox. La de Trump y la de Putin, la de Solsonaro y la de Salvini, la de tantos y tantos como en el ancho mundo están anidando el nido de la serpiente.

Mientras tanto, las izquierdas -las andaluzas y las españolas, y entre estas últimas en particular las izquierdas catalanas, como las europeas y las del mundo entero- e incluso el conjunto de las fuerzas que dicen defender el Estado democrático y social de derecho, siguen sin darse cuenta de la magnitud enorme de la tragedia. Y José María Aznar sonríe, sabiéndose vencedor claro en unas elecciones a las que no se había presentado y en cuya campaña ni tan solo ha participado.