Como ocurre tantas veces, algo se hacía viral hace unos días. Se trataba de un fragmento de un chat de Tik Tok donde, en vivo y el directo, alguien propinaba un sonoro bofetón a una joven que hablaba con tres chicos, ante la cara de estupefacción de los chicos en cuestión y de cualquiera que viera la escena.

La abofeteada, entre risas, afirmaba que era su padre quien le había propinado el sopapo, como si eso tuviera alguna gracia. Más tarde, también como si se tratara algo de simpático, decía que había sido su pareja y, para rizar en rizo, acababa grabando un vídeo con su pareja en el que ambos decían haber tramado un montaje para financiarse un viajecito y que, finalmente, habían logrado su propósito. Lo cual no es otra cosa que un despropósito. O más bien que un despropósito tras otro.

Lo peor de todo es que no es una simple anécdota. No es sino la punta del iceberg de lo que cada día ven quienes usan la red Tik Tok -o cualquier otra-, jóvenes en su mayor parte. Y no solo ven, sino que consumen, que no es lo mismo.

¿Por qué una chica joven agredida en vivo y en directo por alguien de su entorno se ríe como si no tuviera importancia? ¿Por qué continúan con el chat como si no hubiera pasado nada? ¿Y, sobre todo, por qué ella da públicamente unas explicaciones que nadie le pide y que a nadie convencen?

Lo que subyace es demoledor. Con la frivolidad propia de una red que se alimenta de vídeos intrascendentes e imágenes simplonas, la actitud de esa chica puede mandar al garete años de educación, dentro y fuera de las aulas. Esa sonora carcajada puede anular el mensaje contra la violencia de género que nos esforzamos en transmitir desde muchos medios.

Y conste que no la reprocho a ella. A quien reprocho es a una sociedad que no ha sabido transmitir a una joven el mensaje de tolerancia cero contra la violencia de género. A una sociedad que no le ha sabido enseñar que recibir un bofetón te convierte en víctima. A una sociedad que no ha sabido hacer ver que banalizar la violencia de género es poner en riesgo la vida de miles de mujeres, presentes, pasadas y futuras.

Por ella y por todas no podemos permitir esto. No podemos dejar que nuestra juventud se ría, dude o banalice conductas que han acabado con la vida de miles de mujeres, y que, si no lo evitamos, seguirán haciéndolo.