Hoy domingo 26 de octubre, la asociación Amama volverá a salir a la calle. Lo hará frente al Palacio de San Telmo bajo un lema que ya es grito de dignidad: “Nuestras vidas no pueden esperar.” Esta protesta, respaldada por mareas blancas, asociaciones de mujeres y sindicatos, no será una más. Es la expresión del dolor y la indignación de miles de mujeres andaluzas que se sienten engañadas y maltratadas por un sistema sanitario que les ha fallado en lo más sagrado: su derecho a la salud y a la vida. Y ese fracaso tiene un responsable político claro: el Gobierno que usted preside, señor Moreno Bonilla.
Hace apenas unas semanas, Amama protagonizó una manifestación multitudinaria ante la sede del Servicio Andaluz de Salud. Aquel mismo día, Moreno Bonilla anunciaba la dimisión de su consejera de Salud, Rocío Hernández, en un intento desesperado por contener el escándalo. Pero el daño ya estaba hecho. La llamada “crisis de los cribados de cáncer de mama” no es un accidente ni un error puntual: es el resultado directo de años de desmantelamiento de la sanidad pública, de recortes, privatizaciones y propaganda. Una gestión que pasará a la historia como una de las más lamentables y dolorosas de Andalucía. Una gestión que ha destinado 3.500 millones a la sanidad privada cuando ese dinero debería haberse invertido en la pública.
Quien lleva siete años gobernando Andalucía, tres con mayoría absoluta, no puede alegar ignorancia. Resulta insultante que ahora pretenda “poner el cuentakilómetros a cero”, como si los fallos en los cribados, las listas de espera o la falta de médicos y de otras categorías profesionales fueran fruto del azar. No lo son. Son consecuencia de decisiones políticas conscientes, tomadas desde San Telmo, que han priorizado la imagen sobre la mejora real del sistema sanitario. Y eso, señor Moreno Bonilla, Andalucía no lo olvidará.
Casi un mes después del estallido de esta crisis, el presidente andaluz sigue sin dar respuestas. Ni una explicación clara, ni una disculpa, ni una asunción de responsabilidades. Solo propaganda. Mientras tanto, las víctimas —mujeres con cáncer que confiaron en el sistema— abren telediarios nacionales. Y cuando llegó el momento de dar la cara en el Parlamento, el presidente se levantó y se fue, dejando su escaño vacío justo cuando intervenía la oposición. No fue una anécdota, sino una metáfora de su gobierno: un gobierno que, en los momentos críticos, da la espalda a la ciudadanía.
Durante años se ha advertido del colapso de la Atención Primaria, de las urgencias desbordadas, de las interminables listas de espera, de la fuga de profesionales y del trasvase de dinero público hacia la sanidad privada. Pero el Gobierno andaluz miraba hacia otro lado. Y cuando la chispa ha saltado —con vidas de mujeres de por medio—, Moreno Bonilla ha preferido esconderse detrás de un nuevo consejero. Esa falta de valentía política también tendrá consecuencias.
El nombramiento de Antonio Sanz al frente de Salud no es casual. No ha sido fácil encontrar a alguien dispuesto a asumir ese cargo sabiendo la magnitud del desastre. Sanz, curtido en la retaguardia del PP, ha sido colocado como escudo político. Ha salido al ataque contra Amama, acusando a la asociación de “intentar desprestigiar al sistema público”. Pero el problema no es la asociación. El problema es usted, señor Moreno Bonilla. El máximo responsable político de esta crisis sanitaria es el presidente de la Junta.
Resulta inadmisible que el Gobierno andaluz trate de culpar a las mujeres afectadas por denunciar lo que ha pasado. Es una estrategia cruel y profundamente injusta. En lugar de ofrecer transparencia, se opta por el paternalismo. En lugar de asumir responsabilidades, se recurre al victimismo. Mientras tanto, nadie sabe cuántas mujeres han sido afectadas realmente, qué fallos concretos se produjeron o qué protocolos fallaron. No se sabe nada. Solo silencio, miedo y dolor. Y ese silencio institucional —solo roto por el insulto y la criminalización de las afectadas— es una grave falta de respeto hacia quienes sufren la incompetencia de su gobierno.
Moreno Bonilla ha tardado dos años y medio en aceptar un pleno sobre sanidad, y lo ha hecho a la fuerza, presionado por la magnitud del escándalo. Pero medio día de debate no basta para limpiar siete años de deterioro. Y menos aún cuando el propio presidente abandonó el hemiciclo para no escuchar las denuncias de la oposición. ¿Teme escuchar las críticas? ¿O simplemente ya no le importa?
Mientras usted se esconde, hay familias que aún no saben si los resultados de sus pruebas son fiables. Hay mujeres que no duermen pensando si su diagnóstico llegó tarde. Y hay profesionales sanitarios que se sienten humillados por trabajar sin recursos, mientras el dinero se va a contratos con clínicas privadas. Esa es la verdadera radiografía de su gestión. Y, encima, pretende presentarse como defensor de los trabajadores, cuando es él quien durante años ha recortado en recursos y empeorado sus condiciones.
La sociedad andaluza exige verdad, justicia y reparación. Exige una comisión de investigación parlamentaria para esclarecer qué ha ocurrido y cuántas mujeres han resultado afectadas. Y exige también una indemnización para las víctimas, porque detrás de cada número hay una vida truncada y una familia que sufre. No se puede seguir escondiendo la realidad detrás de comunicados vacíos y sonrisas de cartón. Andalucía exige respeto, no excusas.
El consejero Sanz ha pedido que no se “genere alarma social”. Pero la verdadera alarma es el silencio institucional, la falta de datos y la opacidad. La alarma es que comunidades gobernadas por el PP —incluida Andalucía— se nieguen a aportar información sobre los cribados al Ministerio de Sanidad. ¿Qué temen? ¿Qué esconden esos datos? Si todo está en orden, ¿por qué el secretismo? Cuando un gobierno oculta información que afecta a la salud, lo que provoca no es calma, sino desconfianza.
En su comparecencia, Sanz aseguró que sus palabras hacia Amama estaban “llenas de cariño”. Qué ironía tan amarga. Porque no hay cariño en despreciar la voz de las víctimas ni en negar la evidencia. Y no hay cariño en mantener un sistema que deja fuera a miles de andaluces por falta de recursos mientras se engorda el negocio de los seguros privados. Lo que hay es soberbia. Y esa soberbia nunca será olvidada.
El consejero de Salud llegó incluso a comparar la angustia de no saber si uno tiene cáncer con la frustración de no conseguir entradas para un concierto de La Oreja de Van Gogh. ¿De verdad se puede comparar la desesperación por la salud con una compra online fallida? Esto no es un juego, señor Sanz, y usar tales comparaciones es una falta de respeto hacia las víctimas.
Según informa La Ser, otra mujer ha denunciado que las imágenes y el informe de su mamografía en Sevilla han sido alterados: ya no hay marcas y el documento ni siquiera está firmado por un médico. Señor Moreno Bonilla, ¿esto también será “una manipulación”? ¿Va a seguir negando la evidencia? ¿Estamos ante la punta del iceberg de su nefasta gestión sanitaria?
Moreno Bonilla ha convertido la sanidad pública andaluza en un laboratorio del neoliberalismo sanitario, donde la precariedad de lo público sirve de combustible para privatizar después. Su modelo no es nuevo: lo comparten Ayuso en Madrid y Mazón en Valencia. La receta es la misma: recortes, caos y propaganda. Pero la sociedad civil se está organizando. Lo vimos el 8 de octubre y lo volveremos a ver este domingo 26. Andalucía ya no tiene miedo. Las mujeres no van a callar. Porque Andalucía ni perdonará ni olvidará su pésima gestión sanitaria, señor Moreno Bonilla.
La sanidad pública no es un favor ni una limosna: es un derecho constitucional. Y quien juega con la salud de su pueblo, quien recorta en prevención, manipula datos, insulta a las víctimas y huye del Parlamento, no merece gobernar. Porque no todo vale en política. Andalucía recuerda, Andalucía exige y Andalucía no perdonará ni olvidará su lamentable y dolorosa gestión sanitaria.
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