Hace mucho que leí La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset, y la verdad es que es un libro que me impactó, y me dejó en la conciencia algunas ideas que no olvido, especialmente una: para que el mundo marche bien de ninguna manera tendrían que llegar al poder personas sin prestancia intelectual, decía el filósofo republicano, y yo añadiría que tampoco sin prestancia humana y, sobre todo, sin prestancia moral. Y, aunque a este filósofo algunos le tachan de elitista, yo creo que su pensamiento va mucho más allá. De hecho, afirma literalmente que “la división de la sociedad en masas y en minorías excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres”, de tal manera que diluía cualquier atisbo de clasismo o de pensamiento exclusivista. En palabras coloquiales, es lo mismo que argumentaba, según me ha contado siempre mi madre, mi bisabuela Soledad, cuando decía que “la verdadera nobleza está en el alma”.

Sin embargo, a la política suele llegar una extensa diversidad de personajes que nada tienen que ver con esa prestancia de la que hablaba Ortega, probablemente porque los intereses y los grupos de poder que están detrás del escaparate y las bambalinas son incompatibles con cualquier tipo de prestancia, ni intelectual, ni humanista, ni moral. Decía hace muchos años Pilar Salarrullana, parlamentaria por UCD, tras su imposible intento por combatir a las sectas destructivas en España, lo cual el experto en grupos sectarios Pepe Rodríguez narra muy bien, que el mundo está gobernado por malvados y psicópatas; lo cual queda acreditado por expertos y numerosas investigaciones que concluyen que en las altas élites de la política y de otros ámbitos del poder, cerca del ochenta por cien de las personas tienen esa terrible estructura de la personalidad que se llama psicopatía, caracterizada por la ausencia absoluta de conciencia, de empatía y de emociones hacia los demás.

Por supuesto, afortunadamente existen muchas y maravillosas excepciones, aunque es obvio que la gente buena y empática que se mete en política para mejorar los derechos y las condiciones de vida de los ciudadanos suele ser asediada, perseguida, difamada, acosada y hasta asesinada. Por buscar ejemplos muy evidentes, recordemos a Kennedy, a Salvador Allende o a Luther King. Y suele pasar que cuando es derrocado o asesinado un buen gobernante se establece una dictadura para volver a arrasar esos derechos, avances o libertades conseguidos. Me viene a la mente la muerte de Allende y la posterior terrible dictadura de Pinochet en Chile, o el exilio de Manuel Azaña y la terrible dictadura franquista en España.

Sin llegar a esos extremos, y centrándonos en la cuestión política que nos rodea en la actualidad, vemos que los tiempos han cambiado, pero hay muchas cosas que permanecen, como el uso de la política como un medio de vida, como un instrumento de promoción y de enriquecimiento personal; de tal manera que los políticos con vocación de servicio público suelen ser ninguneados y excluidos a favor de oportunistas, trepas y caraduras que se meten en ese ámbito con la única “ideología” de medrar y de aprovecharse de mil maneras del poder y de lo público. Y es que España ha sido siempre un país lleno de “pícaros”.

Lo retrataban muy bien los clásicos de los siglos XVI y XVII en la novela picaresca, y parece que ese género literario les viene al pelo a algunos, probablemente muchos, de los que se dedican en nuestro país a gestionar, o a pretender gestionar, lo que es de todos. Del gobierno de Aznar, por poner un ejemplo más que claro, doce de sus catorce ministros fueron imputados o implicados en casos de corrupción. Tanta picaresca tuvieron los del Partido Popular, que estaban aliados a la Gürtel, la mayor trama mafiosa y corrupta de la historia de nuestra democracia. Su misión era directamente enriquecerse apropiándose del dinero público. Ahí es nada.

Por supuesto, pícaros y corruptos pueden aparecer en cualquier formación política, en realidad en cualquier agrupación humana, pero en algunas son la norma y otras la excepción. Un caso muy reciente es el de Toni Cantó, quien ha ido saltando de partido en partido buscándose, como decía Quevedo en El Buscón, las habichuelas. Tras pasar por UPyD y Ciudadanos, mostrándose siempre muy crítico con el PP, ha entrado en las listas de Ayuso por Madrid, supuestamente de una manera poco legítima y bien poco ética.

Todo parece indicar que a Cantó le importa un bledo España, Madrid, los madrileños y los españoles, y todo parece apuntar a que para él la militancia y la dedicación política, como para muchos otros de sus colegas, no es otra cosa que oportunismo y un medio de vida. La justicia le ha sacado de esa lista por supuestas irregularidades formales. Sea como sea, y si fuera el caso, viene bien a cuento aquella frase de Cicerón en su De res publica que dice “Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no sólo inmoral, sino abominable y criminal”. Aunque parece que justamente es eso mismo lo que en este país abunda, y a lo que estamos todos acostumbrados. Coral Bravo es Doctora en Filología