El animalismo (defensa de la vida animal), tanto como el ecologismo, en este país son grandes incomprendidos, cuando no desconocidos. Seguramente porque tenemos muy poca cultura democrática; provenimos de una dictadura fascista, y de una tradición cristiana ranciamente incrustada en el ADN de la conciencia colectiva. Los idearios totalitarios, siempre aliados con el poder religioso, defienden, financian, difunden y promueven el desprecio a la vida animal y a la vida natural, y, en segundo término, también a la vida humana ajena a sus paradigmas o su ideología. Es obvio en estos tiempos de tiranías neoliberales, que el poder antidemocrático propugna la crueldad, con las personas, por supuesto es evidente, pero sobre todo contra los animales, porque es mucho más fácil y se puede hacer de la manera más impune.

Recordemos que hace apenas una semana la presidenta de la Comunidad de Madrid ha vuelto a resucitar los terribles toros embolados, práctica en la que se tortura a los animales prendiendo sus astas en fuego. Recordemos que la coalición PP y Vox en Valencia retiró la subvención a las Unidades de Emergencias y aumentó la de las corridas de toros; es más, puso de consejero de Cultura a un torero franquista. Parece que las derechas están obsesionadas con la defensa a ultranza de las corridas de toros, y es que, efectivamente, ese espectáculo vergonzoso bien se puede considerar el símbolo de la crueldad y la insensibilidad moral que promueven los idearios conservadores y totalitarios. La cuestión de fondo es el desprecio absoluto por la vida de otro ser vivo, y la auto atribución de  la potestad de aniquilarla, sin ninguna consideración de tipo ético o moral.

Y recordemos que en el primer dogma del cristianismo, el relativo a la creación,  se promueve eso mismo, la indiferencia, el desprecio hacia los animales, así como el más insolidario especismo: “el dios cristiano creó al hombre a su imagen y semejanza, y después creó a los animales y a la naturaleza para el uso y disfrute del hombre”. Esa idea, que todos aprendemos en la infancia en los países de la órbita católica, es el origen ideológico del desprecio a la vida animal y natural, al ser cosificadas y consideradas como “inferiores”, y únicamente creadas por la deidad para satisfacer al hombre, “rey de la creación”.

De algún modo podemos considerar al cristianismo, por tanto, como el gran responsable ideológico en Occidente de la actual situación crítica a la que hemos llegado. Por un lado estamos de lleno inmersos en la sexta gran extinción masiva de especies animales, la primera en la historia del planeta ocasionada por la actividad humana; los científicos predicen que, para 2100, se habrán extinguido el 60 por cien de las especies que aún sobreviven, lo cual es una catástrofe de dimensiones descomunales para la misma especie humana. Por otro lado, el desprecio y abuso de la vida natural que el cristianismo ha permitido y propagado con su dogmática, también es responsable ideológicamente de la situación medioambiental crítica que vive el planeta. El filósofo Fernando Vallejo lo explica muy bien en sus libros.

Y así, la humanidad tiene asimilada su supremacía incuestionable sobre los seres de las otras especies, sin ningún tipo de limitación, ni ética, ni moral ni espiritual. Si nos centramos en las macro granjas de la industria lechera y cárnica, el sufrimiento y las monstruosidades que los animales viven allí dentro son insoportables para cualquier mente mínimamente decente. Y es que, en base a ese desprecio y a hacernos normalizar que los animales han sido creados para el hombre, la economía humana se ha basado y se basa en el abuso indiscriminado, y para ello, previamente, se nos ha desensibilizado. Los cosifican en nuestras conciencias para que consideremos lícita la vergonzosa impunidad moral con que se les maltrata, se les abusa, se les tortura, antes de darles muerte.

El gran Paul McCartney, que ha estado recientemente en Madrid ofreciendo un concierto maravilloso a sus 82 años, ha aprovechado su venida a España para recordarnos a los españoles que la crueldad y las corridas de toros son una verdadera vergüenza. Aprovechó su maravilloso concierto para llenar la Gran Vía con carteles anti taurinos, en campaña de PETA UK, y, a la vez, puso un mensaje contundente en las pantallas de la misma calle de Madrid: “Soy Paul McCartney, y estoy en contra de la tauromaquia”.

Todo a la vez que en España se están recogiendo firmas para la iniciativa legislativa popular “No es mi cultura” Iniciativa Legislativa Popular #NoEsMiCultura | ILP #NoEsMiCultura, que pretende derogar la ley que defiende a las corridas como “patrimonio cultural”, con la consiguiente financiación del Estado, probablemente uno de los grandes quid de la cuestión. Ya digo, una vergüenza, además de un juego macabro de intereses. Sir Paul McCartney ha venido y nos lo ha vuelto a recordar. Y es que es un genio, y todos los genios son empáticos y compasivos. Extendamos uno poco la compasión, supuestamente propia de estas fechas, a nuestras mesas, y no las llenemos, en lo posible, de la sangre y la agonía de vidas inocentes; porque, como dijo Gandhi, la vida de un cordero no es menos preciosa que la de ningún ser humano.

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