Hay algunos que ejercemos el feminismo sin complejos. Por pensamiento y palabra, nunca por omisión; por convicción. Con la consciencia de que en el mismo carro en el que se llevaba a las mujeres a la hoguera acusadas de brujería, se conducía a “los emplumados”, con la acusación de sodomía que sigue siendo delito en muchos países y razón de escarnio y mofa para algunos, también en nuestro país. Todavía ahora vemos en los noticieros diarios cómo en muchos países las niñas son golpeadas, envenenadas, acosadas, para que no estudien. El conocimiento y la educación son un arma de cambio importante, lo saben todos los dictadores, los regímenes totalitarios y las religiones. Por eso la mujer ha sido siempre vigilada, y su educación y formación intelectual y académica limitada y controlada. Por eso, en el día de la mujer de este 2023, con un feminismo dividido en nuestro país, más interesado en el partidismo y en la elecciones que se nos vienen encima, yo voy a hablar de la profesora y poeta granadina Mariluz Escribano Pueo.

Acaba de salir hace un par de meses en un volumen de la prestigiosa editorial Cátedra su Poesía Completa. Ya lleva dos ediciones, prueba del interés que ha suscitado y de la calidad de su obra.  Mariluz Escribano fue una pionera en el oficio de escribir para informar, de escribir para anunciar, para trasmitir o para contar aquella historia dolorosa de nuestro país que le arrancó a su padre, fusilado en los primeros momentos del alzamiento militar contra la Segunda República. Su vida está marcada por las pérdidas y, sin embargo, llena de presencias intangibles y tan reales como las físicas: “Todo el mundo conoce/ que heredé de mi padre una bandera”. Escritora silenciada, hija de fusilado cuando ella solo contaba con once meses, Agustín Escribano, su padre, por ser el Director de la Escuela Normal (filial en Granada de la republicana Institución Libre de Enseñanza) y represaliada (Luisa Pueo y Costa, que fue su madre, la sobrina del escritor y filósofo  Joaquín Costa). Su infancia fue algo que nadie podría imaginar en los tiempos que vivimos. Desterrada de Granada con su madre, después de que a su padre lo fusilaron cuando ella tenía once meses, el pecado de su progenitor fue ser el director de la Escuela Normal. La historia de su obra y de su vida es también la lucha por ser, por alzar la voz, por decir en palabra poética quien era y cómo era, y recuperar la memoria enterrada en las cunetas de nuestra contemporaneidad más oscura. El miedo familiar de su madre, que perdió a su marido en circunstancias tan trágicas, además del trabajo, posesiones, y el estigma social de ser integrante de la cultura de los vencidos durante la dictadura, retrasaron la publicación de su obra en vida.  Pero también, no nos engañemos,  los prejuicios sociales y el patriarcado no se lo permitieron. Cuando ya con casi setenta años, y gracias a la labor de la profesora Remedios Sánchez, primera mujer también en presidir la Asociación de Críticos y Escritores Andaluces, comienza a publicarse su obra, el panorama académico se divide entre los que la acogen como la gran autora que es, como un descubrimiento, y los detractores, que no están dispuesto a que una mujer, ésta mujer de los vencidos de la guerra incivil española, ocupe su lugar dentro del canon de la historia de nuestra poesía. Iba a decir que me sorprende que, entre los detractores, haya un grupo de mujeres, presuntamente escritoras, que se hayan dedicado, y lo siguen haciendo, a tratar de denigrar y minusvalorar su obra en la sombra. No me sorprende en realidad porque, además del miserabilismo del no querer que nadie ocupe la atención y el espacio que algunas consideran suyos, ni el machismo patriarcal, ni la misoginia, ni el fascismo intelectual, es patrimonio exclusivo de los hombres. A lo largo de la historia, y hoy, muchas mujeres han contribuido con su educación, su guerra soterrada y abierta, a que otras no ocupen el espacio que por trabajo, compromiso y justicia les corresponde. No voy a dar sus nombres por ahora, ellas saben quienes son, pero quizá, en vez de mandar correos electrónicos y hacer sucios comentarios en cenáculos literarios, debieran ocuparse más de su propia vida y obra-bastante pobre por mucho que las premien por motivos espurios-, y tratar de dejar algo más digno que sus propias vanidades y privilegios baratos…

Frente a eso, la escritora Mariluz Escribano trabajó en prensa desde 1958 hasta 2019. Tiene seguramente, una las más largas trayectorias periodísticas sin distinciones de género, pero más siendo mujer en su época, de España. Fue de las pocas que, en pleno franquismo, se atrevió a escribir sobre el crimen de Federico García Lorca, que fue íntimo amigo de sus padres, y en cuya Huerta de san Vicente se crio ella tras el destierro de su madre de Granada.  También fue pionera como docente, profesora en Estados Unidos en el momento preciso del movimiento de los derechos civiles y en el College donde estudió Coretta Luther King, siendo la única escritora española que entró en contacto con el movimiento de defensa de los derechos de la mujer, en especial las afroamericanas, en EE. UU.   Fue activista, ciudadana, profesora, escritora comprometida, pero, sobre todo, una mujer que no se rindió nunca ante los impedimentos porque su voz, su trabajo y su poesía volara.  La pérdida, la tragedia, la memoria, pero sobre todo el perdón y la conciliación, fueron su forma de crecer y sobrevivir. También de dejar un legado poético ejemplar, comprometido y de concordia. Estas son las mujeres a las que debemos respeto, memoria, y trabajo por el bien común de todos. Estas son las mujeres por las que el 8 de marzo tiene sentido. “Cuando me vaya/habré perdido tantas cosas,/que creceré en trigal/por no morirme.” Escribió Mariluz Escribano. Para que cuando nos vayamos todos dejemos un lugar mejor para todos y todas, que es una forma de permanecer y no morirnos del todo en la memoria de los demás, de la especie, debemos seguir peleando por lo evidente, por lo justo, por los derechos de las mujeres, que también ensanchan los derechos de los hombres.