Ayer salía, por fin, el libro de David Jimenez, quien fuera director de el diario El Mundo, donde destapa muchas de las cloacas del periodismo español. Es un libro que antes de ver la luz ya ha suscitado críticas encarnizadas contra su autor, sobre todo por parte de quienes trabajan o trabajaban en el periódico que él dirigió, así como por parte de otros periodistas que salen señalados, con nombres y apellidos.

Jimenez hace un repaso de muchos de los medios de comunicación y sobre todo, de quienes están detrás a través de financiación, información, filtraciones –falsas o reales- intereses políticos y empresariales. Una información muy interesante y sobre todo importante ya que nos encontramos ante uno de los grandes problemas que tiene España: la falta de independencia de sus principales medios de información.

Algunos informes han situado a España entre los peores países, tanto a nivel europeo como mundial, por la calidad de la información que se está dando a sus ciudadanos.  No podemos pasar por alto que el derecho al acceso a una información veraz y objetiva forma parte de los derechos fundamentales que constituyen un pilar básico de la democracia. Para que la ciudadanía pueda tener una opinión bien formada ha de poder acceder a información contrastada, bien elaborada y que no dependa de intereses que no sean el simple hecho de informar. Sin más.

Por desgracia en nuestro país llevamos demasiado tiempo sufriendo las carencias de un periodismo libre, independiente, carente de sesgo en cuanto a su información se refiere. Hemos visto caer gobiernos a causa de publicaciones interesadas, que en muchos casos –por desgracia- no han pasado después los filtros más básicos para haber sido noticia. Pero da igual. Lo importante para algunos es sencillamente destrozar la imagen de personas, partidos, empresas o quien sea necesario acribillar para poder seguir manteniendo su poder, o incluso aumentarlo.

Parece que ahora están comenzando a tomarse medidas en este sentido. El libro de Jimenez llega en un momento oportuno (como todo lo que suele ocurrirnos, dicho sea de paso), ya que el nivel de desinformación está siendo alarmante en nuestro país. Y esto es de una enorme gravedad, puesto que la actualidad política y social requiere de dar respuesta a la necesidad de poder conocer con cierta seguridad qué es lo que realmente está pasando.

Sin embargo, en un país en el que los medios de comunicación están en manos de bancos, de intereses que la mayoría desconocemos, se hace muy difícil sanear. Y a la vista está: en cuanto una persona ha puesto el dedo en la yaga, la respuesta automática han sido ataques personales contra él, en lugar de ocuparse en los hechos concretos denunciados. Una vez más, se trata de machacar al mensajero en lugar de valorar los hechos tan graves que se están destapando.

Llama la atención cómo se echan las manos a la cabeza algunos periodistas, como si esto que están conociendo ahora fuera la primera vez que lo ven. A raíz del caso de las cloacas contra Podemos, algunos, haciendo uso del más puro cinismo, se hacen los sorprendidos, como si ellos jamás hubieran conocido de este tipo de "artimañas" para destrozar a los rivales de sus amos y señores.

Seguiremos viendo cómo este teatro hace interpretar papeles dignos de Goya a más de uno. Y lo cierto es que esta manera de actuar ha venido perpetuándose durante demasiado tiempo y en demasiados lugares. Ahora lo difícil será corregirlo porque la información se ha convertido en un campo que más bien pareciera un lodazal.

Lejos quedaron las informaciones objetivas, diferenciadas de opinión. Impensable resulta poder conocer qué ocurre en los casos de corrupción que de pronto estallan para ocupar portadas y después desaparecen. Esa manera de habernos bombardeado con escándalos diarios para después, si preguntamos a cualquier persona por la calle, haber dejado solamente en las mentes de la población una idea difusa, la de el desprestigio por la política sin más. Terminar resumiéndolo en "todos son iguales".

Vienen tiempos en los que será necesario hacer un esfuerzo valiente por mantenerse firmes ante presiones; por informar siempre con rigor y con cuidado. Estando atentos a las múltiples trampas que se nos quieren plantear: tanto a quienes trabajamos en los medios de comunicación como a los que los consumen. Al fin y al cabo el objetivo de toda esta batalla es conseguir introducir en la opinión pública una serie de ideas para ganar otras guerras que ni nos imaginamos.

Es tiempo, en definitiva, de ser valientes. De poner fin a los clientelismos. De trabajar con libertad y sin miedo