Los amigos y maestros que nos faltan marcan en gran medida nuestro tiempo. Entre los de peso, parece mentira que estemos conmemorando los veinte años de la muerte del escritor gaditano Fernando Quiñones. Esta semana, desde la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el Centro Andaluz de las Letras, con su director a la cabeza, Juan José Téllez, y muchos amigos, y estudiosos de su obra, se han presentado el catálogo de la exposición conmemorativa en Cádiz, así como un sello que lo recuerda. Entre los que colaboran en dicha reivindicación de la figura, con textos y reflexiones, Alberto RomeroJosé Jurado y Nieves Vázquez, comisarios de la exposición, Luis Pascual Cordero SánchezFelipe Benítez ReyesHipólito G. NavarroBlanca FloresFermín LobatónAlejandro Luque y Virtudes Atero Burgos, entre otros.

Es probable, como argumentó el escritor Hipólito G. Navarro en la presentación póstuma de los relatos completos de Fernando Quiñones, bajo el título de Tusitala, que las alabanzas de Jorge Luis Borges al autor gaditano nacido en Chiclana de la Frontera, le hicieran más daño que bien. No sólo por una cuestión de antipatía al maestro argentino, cuyo magisterio en lo literario casi nadie discute, sino por la paradoja de que un autor que se vinculó con todos los golpistas hispanoamericanos destacase la valía de un escritor español implicado en partidos de ideologías progresistas tanto durante la dictadura de Franco como en la transición. «Quiñones es un autor que a estas alturas no necesita de apadrinamiento literario alguno, ni siquiera de Borges» aseguró en una entrevista Hipólito G. Navarro y, siendo cierto, también los es que, en su momento, fue un aldabonazo en la España aún férreamente franquista que el argentino referencial en literatura, más en el ámbito del relato corto, alabase y premiara una pieza de Quiñones, con el título de El viejo país. Jorge Luis Borges, presidente del jurado que le concedió el Premio La Nación en Buenos Aires, llegó hasta el punto de definir a Quiñones como «un gran escritor de la literatura hispánica de nuestro tiempo, o simplemente de la literatura». También sentenció que «Fernando Quiñones era el mejor narrador de su generación» y digo «sentenció» en todas las extensiones y acepciones de la palabra porque, alguno, incluso de los que eran tenidos por amigos para Fernando, no encajaron bien este elogio de Borges, sobre todo porque no estaba dirigido a ellos. Puede ser, en mi caso, de lo poco, por no decir lo único, con lo que estoy de acuerdo con Borges, motivo que fue, rememoro ahora, de muchas discusiones siempre divertidas y enriquecedoras con mi amigo y también mentor literario en mis días de Universidad en Cádiz, Fernando Quiñones. España es un país complicado, no estoy descubriendo nada, y más aún en lo creativo. El mundo literario y la literatura no son coincidentes, y perdona mal que alguien, como Quiñones, fuese incontestablemente excelente en cada uno de los géneros que tocó, y los tocó todos: poesía, relato, novela, teatro, ensayo, artículos periodísticos, guiones para televisión, etcétera. La vida nos cobra todo, hasta lo que nos quita, y a Fernando le cobraron la vida, se cobraron su talento, pero no han conseguido, ni conseguirán, opacar su bonhomía, la enseñanza de su trabajo, ni su obra. Todavía hoy, para negar la obviedad de su talento, y desde las poltronas de la supervivencia generacional, que no intelectual, alguno trata de restarle méritos apuntando esta o aquella anécdota personal mezclando la obra con la biografía o, más bien, porque a menudo mienten o tergiversan versiones, arrimando el ascua a la propia y escuálida sardina de su poco talento. Para no perderme demasiado en estas disquisiciones, apuntar el tan contado y caricaturizado hecho de que Quiñones llegase a vestirse de Torero (de Picador en realidad) y pasearse en coche por Madrid. Esto fue una declaración de principios y no una astracanada como otros han pretendido. Quiñones, como otros muchos, trabajaba en el Reader´s Digest hasta que, se supo en los mentideros de la capital, y luego lo confirmó la historia, que aquella empresa era una más de las tapaderas de la inteligencia americana, de la CIA. Quiñones, que podía haberse hecho el sueco como hicieron por necesidad económica o indiferencia otros, en vez de quedarse y seguir cobrando el espléndido sueldo, se presentó en una importantísima reunión de la empresa de esta guisa, y luego se paseó en coche descapotable por la Gran Vía, saludando, para acabar de cortarse la coleta, hecho simbólico para despedirse, por evidentes razones de coherencia, del Reader´s Digest. Cambia mucho el perfil del asunto, y como este, se pueden desmontar cientos de anécdotas que, lejos de ensalzar el sentido del humor y la humildad de Quiñones, que lo tenía a espuertas, han metido palos en las ruedas de algo que era innegable: su incapacidad para la impostura y un talento como para haber alimentado la exigua obra de una docena de escritores en diversos géneros. 

Fernando Quiñones es un incontestable maestro incardinado en esa larga y secular escuela lírica andaluza, no siempre bien entendida y estudiada, pero donde se han escrito algunas de las obras más importantes de la Historia de la Literatura Universal. Adscrito como poeta a la Generación del 50, en la obra lírica de Quiñones destaca la serie Crónicas, escrita a lo largo de 30 años, en esa hibridación intergenérica de lo poético y lo narrativo tan en boga ahora, donde el tema andaluz, sin complejos y con altura, fue medular, en especial en los libros Las Crónicas de Al-Andalus y Ben Jaqan, aunque formaban parte de todo su corpus poético y literario. Quiñones, como es sabido, fundó asimismo en Cádiz la revista Platero, junto con su inseparable amiga y compañera de promoción literaria, Pilar Paz Pasamar, y la Muestra Cinematográfica del Atlántico Alcances, prueba evidente de que su compromiso, además de literario, era también con un tiempo, el suyo, hambriento no sólo de pan, sino también de libertades a través de la cultura. La revista Platero, y gracias a la relación de Quiñones con Borges, y de Pilar Paz con Juan ramón Jiménez en el exilio de Puerto Rico, fue fundamental para mantener vivo el contacto de los jóvenes autores españoles, y andaluces en particular, con los maestros españoles en el exilio, y las voces más poderosas de HispanoaméricaEsta incardinación en el Sur, de forma Universal y desacomplejada, está patente también en su producción propiamente narrativa, donde sentó las bases de una nueva forma de entender la narrativa contemporánea, incluyendo el tema andaluz sin tipismo y la creación y recreación de su lenguaje. Quiñones hizo en su narrativa, sin pretensiones, en la recuperación del habla andaluza lo que fue tan alabado en Ferlosio y su novela El Jarama. Esto no se vio con buenos ojos por parte de los autores del régimen pues, lo andaluz, recordaba demasiado a aquellos otros autores andaluces, adeptos y emblemáticos de la Segunda República, desde el asesinado Lorca, a los exiliados Alberti o Cernuda, pasando por la pensadora María Zambrano, entre otros muchos. Conmemorar una desaparición es triste, porque nos recuerda lo que nos falta, pero también es necesario pues nos vacuna contra el olvido y, en el caso de Fernando Quiñones, es posible muchas cosas, salvo el olvido.