Con los embalses al 58% de su capacidad, casi diez puntos porcentuales por debajo de la media de los últimos diez años, las alarmas por el agua en España se disparan de nuevo. La amenaza de la sequía vuelve a ser tema de debate. Pero ¿estamos ante un nuevo período de escasez o acaso nunca dejamos de estarlo?

La confusión viene dada por el hecho de que la mayor parte de la población española solo se siente alarmada ante la escasez de agua cuando el nivel de los pantanos baja hasta el punto de poner en riesgo el abastecimiento urbano. Hasta entonces la sequía no existe.

Pero una cosa es el estado de las reservas de agua embalsada, de la que depende en buena parte el suministro doméstico, y otra muy diferente la situación que atraviesan los ecosistemas silvestres y los campos por la falta de humedad en el ambiente y en los suelos.

Cuando el déficit afecta a ése primer nivel, el de los embalses, hablamos de sequía hidrológica, y cuando afecta al medio natural y los cultivos nos referimos a la sequía agrícola o edáfica. La página web del Ministerio para la Transición Ecológica, de quien depende la gestión del agua en España, establece una clara diferenciación entre ambas que conviene tener muy en cuenta.

Así la sequía hidrológica se da cuando los caudales de los ríos y los niveles de los pantanos se sitúan por debajo de lo normal: considerándose como lo normal la media de los diez últimos años, de la que como señalábamos actualmente nos encontramos diez puntos por debajo.

El ministerio hace una definición un tanto más precisa al definirla como “aquel período en el que la disminución en las disponibilidades de aguas superficiales y subterráneas respecto a los valores medios pudiera impedir cubrir las demandas de agua”.

En todo caso, y a diferencia de la sequía agrícola o edáfica que está directamente ligada a la meteorología, la sequía hidrológica puede demorarse durante meses o incluso años desde el inicio de la escasez de lluvias o incluso, si las lluvias retornan en poco tiempo, no llegar a manifestarse.

Y eso es lo que nos ha ocurrido. Como el final del verano y el inicio del otoño fueron generosos en precipitaciones y colmaron nuestros embalses no hemos percibido ninguna sensación de alarma respecto a la disponibilidad de agua. Pero lo cierto es que en muchos territorios hace ya casi cinco meses que no llueve y los terrenos agrícolas y forestales están resecos.

Esa otra sequía, la edáfica se define como “el déficit de humedad en la zona radicular que impide satisfacer las necesidades de agua de las plantas silvestres y los cultivos. En zonas de cultivos de secano, este tipo de sequía de los suelos va ligada a la escasez de lluvias, con un pequeño desfase temporal dependiente de su capacidad de retención de la humedad. Sin embargo, en zonas de regadío, la sequía agrícola está más vinculada a la sequía hidrológica.

Así pues, conviene extender la mirada más allá de nuestros grifos para comprender hasta que punto nos afectan las sequías y entender que, de un tiempo a esta parte y como consecuencia del cambio climático, lejos de presentarse como un fenómeno puntual la sequía se está cronificando en nuestros campos y nuestro medio natural. Por eso el asunto principal no es que la sequia vuelva, pues en realidad nunca llegó a irse.