Es innegable para cualquiera que tenga un mínimo de neuronas sanas y un mínimo de inquietudes democráticas que lo que llaman franquismo no murió con Franco, y también que el franquismo no se finiquitó a la muerte del dictador. Y es también evidente que las fuerzas sociales, religiosas y políticas que apoyaban y sostenían la dictadura siguen estando ahí, presentes, crecidas y robustecidas por la corriente ultraconservadora neocon que lleva décadas campeando a sus anchas en este país de dios, además de en buena parte del mundo.

Es innegable también que los crímenes del franquismo no son espectros ni fruto de ninguna fantasía o invención, sino una realidad muy cercana en el tiempo que sigue afectando directamente a muchos miles de españoles. Porque muchos españoles siguen teniendo a sus padres y abuelos enterrados en cunetas. España es el único país de Europa que aún no ha hecho una política de reconciliación, de responsabilidad y de memoria histórica respecto de una dictadura sangrienta y de una guerra civil que era una cruzada cristiana para acabar con una República democrática y con todo el cambio y el progreso que suponía.

No somos niños de preescolar para no entender que la memoria es el único camino para la reconciliación, y que tapar las heridas produce que nunca se curen, que nunca se superen, en historia y en todos los ámbitos de la vida. No somos ignorantes para no entender que sin consciencia ningún trauma se supera, y la dictadura franquista seguramente ha sido el episodio más traumático de la historia de nuestro país. Sin embargo, la derecha sigue negando los crímenes del franquismo, sigue sin condenar la dictadura y sigue justificándola despreciando a muchos millones de españoles que han heredado mucho dolor. A la derecha no le conviene que “se reabran heridas”, quizás porque tiene mucho que ver con ellas. La luz es demasiado dolorosa para los que viven en la oscuridad, dice el escritor alemán Eckart Tolle, por eso algunos prefieren no mirar los hechos, distorsionar la verdad y tapar la realidad de hace tan sólo unas pocas décadas; no hablamos del Paleolítico superior, como algunos insinúan.

No somos niños de preescolar para no entender que la memoria es el único camino para la reconciliación, y que tapar las heridas produce que nunca se curen

Casado, el nuevo presidente del Partido Popular, no iba a ser menos y va por calles y plazas arremetiendo contra el decreto ley de Pedro Sánchez para exhumar a Franco del Valle de los Caídos. Y dice cosas como que le parece”absurdo” que el Gobierno se preocupe por “un muerto”. Quizás es que los Gobiernos de su partido están demasiado habituados a no preocuparse de dictaduras, de historia, de memoriales, ni de muertos, no uno, sino muchos miles; y parecen preferir preocuparse mucho de cuentas corrientes en el extranjero, de comisiones, de paraísos fiscales, de arrasar el país, de manipular y asolar la sociedad y de conseguir poder y dineros.

Casado seguramente ni se ha puesto a pensar en la opinión que tendría de Alemania, por ejemplo, si en los campos de concentración nazis estuviera enterrado Hitler, si se le hicieran misas honrando su memoria, si se ignoraran las muertes de las miles de víctimas del Holocausto, y si se hubiera construido sobre ellos una cruz svástica gigantesca, recordando al pueblo alemán las hazañas del ejército nazi. Quizás le parecería bien, visto el correlato español, y teniendo en cuenta también que la empatía, la solidaridad y la compasión no suelen ser cualidades muy propias de la derecha, sino las contrarias.

Y sigue sacando réditos del manido discurso de Venezuela, que aburre ya hasta a una momia; discurso ideado para fanatizar a los ignorantes que interpretan la realidad según cuatro tópicos falsos creados por la derecha. Y recomienda a Sánchez que “se preocupe por los que mueren a día de hoy en Venezuela”. Y me pregunto dónde está la categoría intelectual y humana de los líderes políticos de este país, a la vista del bochorno que producen expresiones de este tipo, entendibles en una conversación de verduleras, pero no de ningún representante público de los ciudadanos. Como si no supiéramos el interés tras las bambalinas que mueve a los neoliberales y a la derecha con Venezuela.

Mientras tanto, Sánchez no ha conseguido apoyo suficiente, como era de esperar, para hacer del Valle de los Caídos un “centro nacional de memoria”, un espacio de reconciliación, lo cual hubiera sido lo justo y lo necesario. Y propone que se convierta en un cementerio civil, sin la enorme cruz que preside el mausoleo, cruz que es el símbolo de la implicación estrechísima de la Iglesia católica en la Guerra Civil y en la dictadura franquista. Ojalá así sea, y ojalá Pedro Sánchez consiga despojar a España de la indignidad y la vergüenza de un mausoleo creado para despreciar y humillar a los que lucharon no hace tanto tiempo por la democracia y perdieron. Hablamos de España, que es, tras Camboya, el segundo país del mundo con más fosas comunes. Y hablamos de casi ciento veinte mil desparecidos. Esos que a día de hoy siguen en las cunetas. Aunque para el Partido Popular sólo sea pasado, y sólo sean muertos. Aunque, como escribió Milan Kundera, la vida es, en realidad, la historia colectiva, es decir, la memoria del pueblo.