No, no se trata de unos premios de la música o del cine, como todos sabemos. Esto tiene un mucho de populismo innecesario, de desastre continental, y de error histórico que hace muy poco honor a la presunta “flema británica”. Una vez metidos en el carril del Brexit, abreviatura de “Britain Exit”, de esa deriva a ninguna parte del Gobierno conservador de Theresa May, sólo podían esperarse la concatenación de calamidades predichas por los analistas políticos y económicos. La desleal dimisión de tres ministros, incluido el que se encargó de negociar con pasión la salida de Reino Unido de la Unión Europea, el señor Dominic Raab, ha dinamitado el valor de la libra y ha dejado tocado a parte del mercado bursátil europeo.  Ya resulta desleal que el llamado “ministro para el Brexit”, mr. Raab, no haya esperado ni un día tras aceptar el acuerdo con Europa, que él ha negociado, para hacer pública una dimisión incomprensible.

Otros dos compañeros de gabinete, la ministra de Trabajo y Pensiones de Reino Unido, Esther McVey y el ministro para Irlanda del Norte, Shailesh Vara, también se han ido con un portazo, y es probable que no sean los únicos, provocando una crisis de gobierno que se esperaba, pero no tan cruenta y precipitadamente. Es evidente que la Primera ministra May está amortizada y su legislatura, pero lo peor es que su legado va a ser un agujero negro político e histórico en Europa y Reino Unido.

No podemos cargar todas las responsabilidades en las espaldas de la señora May. Recordemos que esta cuestión arranca de la decisión populista, cuando gobernaba con mayoría absoluta, de su antecesor, David Cameron. Su predecesor como Primer Ministro y como presidente del Partido Conservador y Unionista británico tuvo la ocurrencia, pensando en el cortoplacismo y en la publicidad populista de ganar simpatías enarbolando la bandera antieuropea y contra la inmigración, de convocar el maldito referéndum del 23 de junio de 2016. Algo así como “Reino Unido para los ingleses”, frente a la gran mano de obra cualificada  que siguen necesitando, y el discurso del miedo y generalizado de que “los de fuera vienen a quitarle el trabajo a los autóctonos”.

Todo parece apuntar a que, ante la evidente crisis de Gobierno, y tras amortizar a May, no tardarán en tener que convocar elecciones en Reino Unido

Este cutre “que viene el coco”, con un referéndum sin pedagogía, si explicar los costes y lo que suponía, entre otras cosas aranceles, problemas de aduanas, y reabrir conflictos apaciguados como los de Irlanda del Norte, eran simplificados en una consulta de “sí” o “no” a permanecer en la Unión Europea. Un ajustado resultado de poco más del 51%, en el que se mostraban a favor de la permanencia Irlanda del Norte, Escocia y Gibraltar, además de la mayoría de la cosmopolita y urbana población londinense, frente a la opción de salida de los ámbitos más rurales, ponían a Reino Unido, el más privilegiado de los estados miembros y fundadores de la Unión, en la puerta de salida. También al señor Cameron al que la machada facilona del referéndum le hizo tomar la puerta y pasarle la patata caliente y envenenada a su partido, al gobierno de May, y a su país.

Todo parece apuntar a que, ante la evidente crisis de Gobierno, y tras amortizar a May, no tardarán en tener que convocar elecciones en Reino Unido, lo cual tampoco va a solucionar el problema. A la debacle del Partido Conservador,  el posible relevo del Partido Laborista no garantiza otras opciones, ante la senda tomada y un líder, Jeremy Corbyn, que es un viejo y notorio euroescéptico. Opciones como el UKIP de Nigel Farage, cercano a las posiciones xenófobas y antieuropeas de las francesa Marine le Pen no va a hacer más que pescar en las revueltas aguas del electorado inglés; mientras que pueden ganar enteros en su defensa de la permanencia, que tendría que pasar por un nuevo, y complicado referéndum, el Partido Liberal Demócrata de Nick Clegg.

Estas son las piezas colocadas en el tablero, pero la partida ya nos está haciendo perder a todos: a los ingleses primero, aunque ellos lo votaron, pero también a los europeos. No somos del todo conscientes, pero estamos viviendo un cataclismo histórico de repercusiones impensables. Los elementos los mismos, originados por la crisis económica que no se ha acabado por mucho que se diga, sólo maquillado en el temor a los otros, en el amurallamiento, en la vuelta a unas identidades rancias y postizas, decimonónicas y reaccionarias. Acabamos de conmemorar, tímidamente, los 100 años del final de la Gran Guerra.

Una pena que sigamos igual de necios, de ridículos, de redundantes en el error y en el horror. Muchos, a todos los niveles, en el mundo,  en Europa, y en nuestro propio país, deberían aplicarse la moraleja de lo que acarrea la cerrazón, el paletismo político e intelectual, la miopía, el no abrirse a un mundo global que entra por nuestros teléfonos, televisiones, ordenadores, etcétera. Una vez más es predicar en el desierto. Como escribió el Dante en las puertas del Infierno: “¡Oh, vosotros, los que aquí entráis, abandonad  toda esperanza!”.