Por otro lado, los comerciantes que desarrollan allí su actividad empresarial, pagando sus correspondientes impuestos y demás, llevan tiempo quejándose del perjuicio que la acampada produce a sus negocios. Espero que pronunciar la palabra maldita, con traducción al inglés business, no convierta a los dueños de las tiendas en un daño colateral necesario en la lucha contra el sistema que tan fielmente siguen miles de personas. Luego está la autoridad competente, como diría el nostálgico, que mantiene las lecheras de la policía a una prudencial distancia porque, ciertamente, todo se ha desarrollado hasta la fecha dentro de unos cauces pacíficos de protesta y convivencia. Ahora bien, es posible que esa autoridad también tenga algo que decir sobre la titularidad del espacio. El caso es que tras más de dos semanas de acampada, los que allí se encuentran no se marchan, y los que son requeridos para agilizar el desalojo no se dan por aludidos. Después de los palos repartidos de manera gratuita en Barcelona por los Mossos, y su nula eficacia, no parece el momento de más porras.

Más allá de la cuestión sobre la propiedad, y si un movimiento que clama por más democracia puede representarse en la ocupación de un espacio público por la vía de los hechos consumados, está la incapacidad manifiesta de los responsables del campamento para trasladar a la sociedad una sola de las cuestiones que allí se tratan. Entre tantas asambleas y comisiones, dificilmente se puede conseguir tanto espacio en los medios de comunicación como acumula todo lo relacionado con el #15M. No siendo Guardiola o Mourinho, claro está. Cada vez que uno de sus portavoces sale en el Telediario utiliza un lenguaje críptico salpicado de indefinición, imposible de entender por casi nadie. Deberían poner subtítulos para ayudar en la traducción al román paladino. Con el paso del tiempo, el riesgo de ser relegados al perroflautismo por ciertos sectores se hace más grande, y se diluye una inercia que podría servir para mucho más. Está quedando largo, para resumir. Con un punto de aburrido. Sí hay que estar se está, pero estar para nada, etcétera... Estoy seguro de que más de uno de los indignados ha mirado anoche con envidia a las plazas de Nápoles y Milán, donde miles de personas festejaban el cambio gracias a un objetivo claro y los votos en la urna, amargándole el sueño a Silvio Berlusconi. Que quieren que les diga; aunque desde Sol se vuelva a recurrir al tópico de que los partidos políticos no son la solución, lo ocurrido en Italia es un buen comienzo.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger. En Twitter @ionantolin