Los tipos que promete la deuda griega, en torno al 15 por ciento, son imposibles de pagar; el diferencial respecto al bono alemán supera con creces los 1.000 puntos básicos.  Recuérdese que en España se encuentra en torno a los 220.

Algo hay que hacer y pronto. “Reestructurar” significa en su acepción financiera: alargar plazos, reducir tipos de interés o/y disminuir el principal de la deuda.

Esta última posibilidad, la de exigir a los acreedores una quita del principal,  es lo que más aterra en estos momentos y lo que, tanto el gobierno heleno como el Banco Central Europeo, tratan de conjurar. Juran que no se va a producir sin terminar de tranquilizar a los inversores.

La maldita “quita” que algunos analistas sitúan en un 40 por ciento, afectaría no solo al rescate de Portugal y de Irlanda sino al sistema bancario europeo en su conjunto.

Sería tan grave para la eurozona, opinó ayer Jürgen Star, economista jefe del Banco  Central Europeo (BCE), como la quiebra de Lehman Brother producida en 2008 que fue el aldabonazo que alumbró la Gran Crisis.

Mencionar a Lehman es nombrar a la bicha. Todavía caen lágrimas de arrepentimiento en el mundo financiero de los que opinan que no se la debería haber dejado quebrar.

Que mejor hubiera sido mirar para otro lado reprimiendo la tentación moral de que alguien pagara los desperfectos.

Sin embargo la historia no tiene marcha atrás aunque proporciona lecciones con sangre. En el caso griego el “castigo moral” por la gestión imprudente del presupuesto entre otras causas no compensaría los destrozos que se producirían.

Esta consideración podría evitar que los rumores que empujan hacia la reestructuración helena no se hagan realidad, pero no va a ser fácil conseguirlo.

En efecto, a pesar del ascenso de la ultraderecha antieuropeista en Finlandia, Francia y otros países, los intereses siguen contando y resulta que los bancos europeos y mayormente los alemanes, franceses y belgas están pringados hasta el cuello. Los hay, como el alemán Deutsche Bank o el francés BNP-Paribás que tendrían que ingresar en la UCI.

Por otro lado semejante decisión contagiaría a España y afectaría al propio euro del que nuestro país es la última frontera. La caída de Grecia, Irlanda o Portugal pueden digerirse aunque se pague un alto precio pero el “rescate” de España podría al euro contra las cuerdas.

José García Abad es periodista, escritor, presidente del Grupo Nuevo Lunes y analista político