No he visto ni un solo partido del Mundial de fútbol. No fue nunca este deporte, que hace mucho que no lo es, ni mi religión ni mi opio. No soy de los que se enganchan fácilmente a nada, salvo a los afectos, y todo lo que genera esta disciplina cada vez menos deportiva, sus clubes y organizaciones me provocan mucho más desprecio y asco que interés. Lo de Catar es solo la guinda de un pastel de carne humana podrida que lleva alimentando a las alimañas de organizaciones y particulares sin escrúpulos hace décadas. No solo lo pienso yo. Este pasado mes de noviembre la Eurocámara ya denunció públicamente la corrupción de la FIFA en la designación de Catar como sede del Mundial aunque, la verdad, también podía haberlo hecho hace años, cuando se le otorgó, que ya todos sabíamos lo que se escondía encima y debajo de las arenas del Estado de Catar. Esta resolución que fue aprobada a mano alzada por los integrantes de la cámara europea, señaló “la corrupción rampante, sistemática y profundamente arraigada en la FIFA” y criticó la falta de transparencia en la adjudicación de Catar como organizador del Mundial de fútbol, algo que dañaba la imagen del deporte, aseguraron. En la misma resolución, denunciaban la situación precaria de respeto por los Derechos Humanos en el pequeño estado petrolífero, así como la muerte de miles de trabajadores en el sector de la construcción durante los preparativos de los edificios y estadios para el evento.  Y digo yo: si tenían tan clara “la corrupción rampante, sistemática y profundamente arraigada en la FIFA” ¿por qué se le sigue permitiendo hacer lo que quiere, como quiere y con quien quiere? La respuesta es evidente: nadie va a tener narices, por no hablar de otra parte más genital del cuerpo, de meterle mano a la FIFA. Ni por cuestiones económicas, y todos sabemos que en esa falta de transparencia se hacen de oro muchos, ni por influencia, ni porque, como sucedía en Roma con los espectáculos de gladiadores, no hay quien tenga lo que hay que tener para poner al mundo del fútbol en su sitio. Mientras haya fútbol no hay problemas. Ni importa la guerra de Ucrania, ni el desastre medioambiental, ni el hambre en África-donde se celebra el Mundial para ricos-, ni la crisis energética que está arruinándonos a todos, pero en especial, como de costumbre, a los más desfavorecidos; no pasa nada.

El Mundo del fútbol es un universo al margen del mundo, y de la ley, según parece. Eso sí, hay que reñir a los jugadores y equipos que lucían brazaletes en apoyo del colectivo LGTBI+  y de las mujeres, porque el fútbol no debe ser politizado, dicen, y se quedan tan panchos. Si algo es el fútbol, hace mucho, es política. Por eso no se atreven a tocarlo. Todas sus organizaciones trufan de corrupción sociedad, empresas, banca y medios de comunicación. Ya pasó también con la UEFA. La homofobia institucional no es, desgraciadamente, una realidad nueva, aunque pensábamos que había quedado reducida a los infiernos de regímenes dictatoriales o subdesarrollados. Ejemplos como en el que se mira Orbán, la Rusia de Putin, nos devuelve una realidad más perversa. También que instituciones corruptas y multimillonarias, como la UEFA, que ha sido investigada en múltiples ocasiones por tramas de corrupción económica, tráfico de influencias, tratos de favor y negocios turbios, como los procesos abiertos por el gobierno suizo en 2011 por corruptelas varias de esta institución, se alinearan con la homofobia de Hungría, en vez de con los derechos humanos.  Es muy significativo que la UEFA se negara a iluminar el estadio de Munich contra la homofobia, argumentando que era una cuestión política, y no de respeto por derechos humanos que es lo que es, y estuviera a punto de sancionar al portero de la selección alemana Manuel Neuer por portar en solidaridad un brazalete arco iris; deja claro cómo desde la UEFA, como la FIFA ahora en Catar,  están de parte de la homofobia institucionalizada, que no sólo no condenan, sino que además apoyan, tácitamente. Si Neuer no fue sancionado fue, sencillamente, porque la repugnante actitud de la UEFA generó una marea arcoíris en contra. Debe ser esta una de las razones por las que no existan gays en el fútbol; no abiertamente. Queda claro que, al contrario de lo que debiera, la UEFA y la FIFA no defiende los valores deportivos de sana competencia y superación, ni los Derechos Humanos, sino los intereses económicos ocultos, machistas y homófobos de una élite en la sombra. Lo de Catar es más de lo mismo. Lo raro es que ya, de paso, no hayan metido en los paquetes turísticos para árabes y europeos ricos, como atracción, lapidaciones de mujeres u homosexuales, que están vigentes en dicho país. Eso sí, como sucede en Emiratos Árabes y otros estados y emiratos petrolíferos ricos de la zona, si eres de la élite económica, puedes hacer lo que quieras. Todavía está por ver que alguien se atreva a investigar la realidad de la prostitución de lujo, especialmente la masculina, que sucede en esos países, entre los poderosos, disfrazada de entrenadores personales, coach,  profesionales varios, modelos y cortesanos de lujo. Entre ellos, la preocupación del Mundial, me cuentan mis amigos futboleros, es si a Cristiano Ronaldo le vana a contratar por una millonada en uno de estos clubes del petróleo. Se me ocurre un término muy preciso, porque los gladiadores, al fin y al cabo, se jugaban la vida. A este, como a la mayoría de los futbolistas de hoy, le viene bien, y me entenderán, la famosa copla: “gitana de que tú serás, como la falsa moneda, que de mano en mano va, y ninguno se la queda”… Ni les importan los colores de sus países, lo único es que jugar en los equipos nacionales incrementa sus fichas, ni las camisetas de los Clubes de fútbol, que son casas de… FIFA, UEFA… entre Catar y no Catar, yo elijo NO.