Está muy claro que el mundo se recalienta. No sólo hablo del fenómeno de cambio climático, evidente en las insólitas olas de calor, incendios, sequías y aumento de la temperatura de mares y océanos. Hablo de una situación de escalada bélica, violenta, a nivel global, que pone en peligro, no sólo nuestra civilización, sino nuestra propia especie. La guerra en Ucrania, el conflicto estadounidense con China con el pretexto de la visita de Pelosi a Taiwán, las tensiones Israel-Palestina, el afianzamiento del integrismo en oriente medio, en especial en Irán y Afganistán donde occidente abandonó a la población a la suerte del fanatismo, en un contexto de crisis energética global y de pandemia aún no resuelta de Covid, con otras a las puertas como la viruela del mono, no plantean una situación para el optimismo, por mucho que en el mal llamado primer mundo todo el mundo esté de vacaciones.  Con la observación de lo que está sucediendo, podríamos deducir que, o bien hay quienes en la sombra está orquestando un gran conflicto bélico a escala mundial, aunque suene conspiranoico, o nuestra propia estupidez como especie nos está llevando al límite de la extinción.

Uno de nuestros más desconocidos filósofos, fallecido hace una década, Francisco Fernández Buey, escribió mucho y acertadamente al respecto de estas ideas, con la preclara visión anticipada de décadas. En uno de sus muchos e interesantes escritos, el filósofo hablaba ya hace treinta años de “la crisis de la insostenibilidad”. Reflexionando cómo el mecanismo de implosión del sistema capitalista vendría por la escasez de recursos y el agotamiento de los mismo, y con ellos del propio planeta, provocando tensiones entre estados, intereses y corporaciones. En uno de sus artículos, publicados en la universidad Pompeu Fabra, donde era catedrático, asegura: “La expresión crisis de civilización empezó a divulgarse en EEUU y en Europa a partir de los primeros informes del Club de Roma, hace ahora treinta y tantos años. Ya antes de eso Rachel Carson y Barry Commoner habían llamado la atención sobre uno de los aspectos asociados a lo que hoy entendemos por crisis de civilización: la pérdida del control humano sobre elementos importantísimos del complejo tecno-científico vinculados a una civilización productivista, consumista, eufóricamente desarrollista y dominada, además por otro complejo, el industrial-militar”. Su enorme aportación debería revisarse, si en este país a los opinadores, gestores y políticos les importase formarse más que el estar en el escaparate de las redes sociales, para poder diagnosticar el grave problema al que nos enfrentamos y sus posibles soluciones. Hombre comprometido con su mundo, formado en la filosofía con el maestro Emilio Lledó, y con una enorme sensibilidad humana y poética, intelectual e interculturalista, por influencia de otro de sus mentores, el poeta José María Valverde, Francisco Fernández Buey preconizó lo que hoy vemos en todos los telediarios, periódicos y medios de comunicación con temor.

En sus estudios, el filósofo se apoyaba en los ensayos de Carson y de Commoner en los que bastante gente empezó a tomar conciencia de una de las contradicciones de la civilización capitalista en su fase más avanzada, a saber: cómo toda una formación económico-social basada en el uso intensivo del petróleo y de la electricidad y en el uso abusivo del automóvil privado podía quedarse de pronto a oscuras, paralizada, convertirse en un estercolero farmacéutico y los individuos que la componen empezar a comer mierda (con perdón) al mismo tiempo que una parte importante de la población mundial pasaba hambre y carecía de la energía básica para sobrevivir. De una civilización así puede decirse, efectivamente, que está en crisis, que se ha metido en una encrucijada histórica. Esta situación dio título, significativamente, al segundo de los informes al Club de Roma, redactado por Mesarovic y Pestel en 1974: La humanidad en la encrucijada. Ahí aparece ya la noción de crisis global y se describe esta como la acumulación, superposición e interacción de multitud de desequilibrios y perturbaciones, entre los cuales destacan la crisis demográfica o poblacional, la crisis de alimentos, la crisis energética y la crisis medioambiental. La humanidad está en una encrucijada y la crisis es global porque el tipo de crecimiento expansivo se basa cada vez más en la explotación de recursos no renovables y, por tanto, en el expolio de la naturaleza. Todo lo cual ha conducido a la dependencia generalizada de un stock común de materias primas, al abastecimiento compartido de productos alimenticios y de energía y a la necesidad de compartir un ambiente también común. Aunque todavía quedaran en el mundo unos pocos lugares al margen de tal descripción, Mesarovic y Pestel podían concluir que, de no rectificar los hábitos imperantes de producción y consumo, el planeta estaría abocado al colapso en un futuro no muy lejano y sus habitantes en peligro de extinción; un futuro que los autores de aquel informe cifraban en aproximadamente cincuenta años. Creo que Fernández Buey fue, sin pretenderlo, un profeta del hoy. La inteligencia suele alumbrar nuestros espacios en sombre como especie. Lástima que la corriente anti intelectualista en la que vivimos haya silenciado casi por completo, estas voces, premeditadamente. Mientras nuestra sociedad plantea su colapso, los bañistas inundan playas y montañas como si no hubiera un mañana y, la verdad, es que puede ser literal que no lo haya.