El pasado 4 de julio se producía en la sede madrileña del Ministerio de Cultura un encuentro de trascendental importancia. Se reunían, a instancias del ministro Miquel Iceta, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, y el propio Ministerio, con el fin de tratar de salvar la situación de la casa del Premio Nobel Vicente Aleixandre. Frente al Ministerio, y una desafiante Andrea Levy, y una Marta Rivera de La Cruz que entró por el garaje, la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre y simpatizantes, concentrados a la espera de una respuesta. Después de varias horas concentrados, bajo un sol de injusticia, nadie salió a dar explicaciones, ni respuestas. El silencio administrativo fue, una vez más, la contestación a algo que debería ser motivo de consenso y celebración de todos.  Un 6 de octubre de 1977 la Academia Sueca le concedía el Premio Nobel de Literatura a Vicente Aleixandre «por una obra de creación poética innovadora que ilustra la condición del hombre en el cosmos y en nuestra sociedad actual, a la par que representa la gran renovación, en la época de entreguerras». Se han cumplido más de 40 años de ese hito que iba más allá del reconocimiento de un poeta fundamental de la contemporaneidad literaria española, como integrante de la Generación del 27. En su figura se premiaba también la resistencia intelectual de un país, España, que atravesaba las complicadas aguas de la transición. En este autor, férreamente controlado por la Dictadura de Franco durante 4 décadas, incluso en su exilio doméstico, se ponía en valor su magisterio sobre todas las generaciones poéticas que sucedieron en la calamitosa posguerra, dispersadas en los distintos exilios, la generación de plata de la poesía española, o asesinada incluso en el cuerpo de Federico García Lorca, que fuese gran amigo de Aleixandre. No le acobardó su poca salud ni su posición significada como intelectual, lo que le llevó en 1963 a encabezar una carta enviada al entonces ministro de Franco, Manuel Fraga Iribarne, exigiendo una investigación por las agresiones y torturas a los mineros y sus esposas durante la huelga de 1962. Nunca gozó de mucha salud, pero su deterioro físico, que no intelectual, agravado por la práctica reclusión domiciliaria que durante muchos años ejerció el régimen sobre él, le impidieron, incluso, recoger personalmente el galardón. En su nombre lo hizo el poeta y traductor Justo Jorge Padrón. En Vicente Aleixandre la Academia premiaba una obra fundamental, pero también a un autor de consensos, tan necesarios entonces como ahora.

Un grupo de admiradores de la obra del Nobel, La Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre, capitaneados por el estudioso Alejandro Sanz, llevan más de 25 años reivindicando su figura y la salvaguarda de su casa como emblema histórico, y Casa de la Poesía. Infructuosamente se han reunido con los distintos dirigentes políticos para que, la famosa casa de Welintonia, quede a salvo de la desidia y el interés especulativo. Llama la atención que la actual Consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, no sólo no haya hecho nada por ayudar en esta causa, sino que esté obstaculizando y torpedeando la posibilidad de la declaración del inmueble en BIC (Bien de Interés Cultural) y, por el contrario, lo haya puesto en peligro declarándolo BIP.  Digo que llama la atención porque, siendo escritora, debería estar especialmente sensibilizada con la causa de una casa en la que vivió uno de nuestros más importantes escritores, internacionalmente reconocido con el Nobel, y por donde pasó la más importante intelectualidad de casi un siglo. En cualquier país civilizado, y ella pertenece, supuestamente, a un partido culto, europeísta y avanzado, la casa sería cuidada y puesta en valor. Esta absurda opacidad responde, una vez más, a que, a pesar de lo que dicen, PP y CS están más en la contra del PSOE que en hacer valer la alta cultura, la marca España, y el reconocimiento de una obra y una vida, la del poeta y Premio Nobel Vicente Aleixandre. El peligro ya no sólo es la erosión de la propia casa, sino los intereses enfrentados en guerra abierta de los herederos, que han sacado a subasta pública el inmueble, lo que se detendría con la declaración de BIC.

Aseguraba el poeta Aleixandre, justo después de recibir el codiciado premio Nobel de Literatura en 1977 que “la verdadera gloria del poeta es que, después de muerto, todavía su voz resuene en algunos pocos corazones afines; que después de muerto no sea un libro cerrado, sino que palpite, se oiga y se repita”. No parece sin embargo que, entre los nombres que más fuertemente se citen como decisivos en el ahora poético, resuene o al menos recuerden el del poeta que marcase casi cuatro décadas con su atención y magisterio sobre las sucesivas generaciones de jóvenes, desde los Niños de la guerra a la Generación del lenguaje, pasando por los Novísimos y Venecianos. Quizá porque, a la sombra del paraíso de su poética, y después de haber tutelado muchas de las tendencias y nombres fundamentales desde su ahora vacía casa de Velintonia 3, o su pertenencia al jurado del Premio Adonais, ya no puede repartir canonjías ni certámenes poéticos, prólogos u otras regalías por las que hasta su muerte era adulado y tenido en cuenta. Tal vez porque los políticos ya no pueden hacerse fotos con el Nobel. Llama también la atención el silencio al respecto del actual director del Instituto Cervantes y su séquito, que nada, ni ahora ni nunca, ha dicho ni hecho al respecto, estando a escasos metros su sede del Ministerio de Cultura y lugar de la concentración.

Quedan, “algunos pocos corazones afines”, como el mismo Aleixandre dejó escrito, que mantienen encendida su palabra y el fulgor de su obra. Todos se reúnen conjurados contra la superstición y los intereses espurios de ciertos politiquillos de baja estofa, por mucho que ostenten el poder en Madrid. Bajo el maravilloso cedro que plantara el propio escritor, traído desde el Líbano, y entre cuyas paredes, abandonadas y deteriorándose por la necedad del Gobierno de la Comunidad de Madrid, con su Presidenta, Díaz Ayuso, y su consejera de cultura, Rivera de la Cruz, a la cabeza, pasaran y compartieran vida e historia, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Maruja Mallo, María Zambrano, por dar una pincelada sólo de los ilustres nombres que impregnan esas paredes.  En este país la derecha sigue “despreciando cuanto ignora”. Pero la izquierda tiene una oportunidad única de salvaguardar nuestra memoria. Sólo basta el valor y la convicción para que el actual ministro de Cultura, Miquel Iceta, ante el enrocamiento caprichoso y absurdo de las otras administraciones, declare la casa de Aleixandre con la categoría de “Casa Museo”, lo que le otorgaría, automáticamente el carácter de BIC, impidiendo su venta en saldo y pública subasta. Ojalá la sensatez y el respeto impere, y podamos ver restablecida la casa del poeta Aleixandre. Es la diferencia entre pasar de puntillas por la historia, o pasar a la historia preservándola.