Aggg! Qué asco! Ésta suele ser la expresión del turista de playa que echa a nadar desde la orilla del mar al notar que algo se la enganchado en el cuerpo tras dar unas pocas brazadas. Y resulta que ése algo es, en la buena parte de las ocasiones, uno de los miles de millones de bolsas de plástico que flotan en el mar. Un problema medioambiental de primer orden mundial y al que los españoles contribuimos de manera destacada.

España es el primer productor europeo de bolsas de un solo uso y el tercer consumidor a nivel internacional. De hecho, y a pesar de las campañas que se han puesto en marcha en los últimos años para desincentivar su uso y que han logrado recortar la cifra de consumo de manera notable, los españoles seguimos consumiendo más de 200 bolsas de plástico por habitante al año.

Pero el problema no es que las consumamos (que también) sino que las desechamos a la primera de cambio, apenas unos minutos después de haberlas recogido del establecimiento comercial y sin depositarlas como corresponde: en su contenedor de residuos adecuado para que puedan ser recicladas. Porque contrariamente a lo que mucha gente cree las bolsas de plástico, además de poder ser reutilizadas varias veces hasta ser usadas finalmente como bolsa de basura, también se reciclan si las echamos en el contenedor amarillo.

En caso contrario este tipo de envase puede llegar a tardar hasta cien años en descomponerse si aparece en medio natural. Según algunos cálculos actualmente tan sólo el 10% de ellas acaba en los contenedores amarillos, el 90% restante acaban apareciendo mayoritariamente diseminadas por el entorno: contaminando bosques, ríos y sobre todo el mar.

Según los servicios de limpieza, en los municipios costeros el 20% de la basura que se recoge en las playas tras una jornada de baño estival son bolsas de plástico. Eso sin contar las que acaban directamente en el agua, dónde además de propiciar escenas como las que abrían éste apunte, se convierten en una trampa mortal para cetáceos, tortugas y aves marinas que acaban muriendo atrapadas en ellas o por su ingesta.

Por todo ello, y más allá de las iniciativas legislativas que se pongan en marcha o de las campañas de márquetin con las que algunas cadenas de distribución se están apuntando al carro de la ecología para aparecer como defensores del planeta ante los nuevos consumidores, mucho más concienciados y sensibles a este tipo de propuestas, lo fundamental es razonar su uso optando por ir a la compra con la bolsa puesta: la bolsa o el cesto o el carrito del mercado, da igual.

El impacto medioambiental de las bolsas de plástico solo se reducirá si nosotros reducimos su consumo, razonándolo, usándolas cuando resulte estrictamente necesario, reutilizándolas y en todo caso echándolas en el contenedor amarillo al final de su vida útil.