El 22 de febrero de 1939 moría en el pueblo francés de Colliure Antonio Machado, hace exactamente 85 años. Era y es uno de los poetas clave de nuestra literatura y uno de los autores españoles más leídos y reconocidos en el mundo. Un hombre bonachón, culto, de una sensibilidad infinita y de una inteligencia inmensa. Tres días después de él moría su madre, su compañera de exilio. Ambos murieron de pena, de precariedad, de impotencia. Habían tenido que salir de España en plena guerra civil, en la misma caravana de coches que varios amigos del poeta, como el filólogo Tomás Navarro Tomás, el filósofo Joaquín Xirau o el humanista catalán Carlos Riba, y junto a muchos miles de republicanos perseguidos por los franquistas que sabían que si no cruzaban los Pirineos no iban a salvar la vida.

Aunque vergonzosamente algunos textos de primaria exponen que “…Machado se fue a vivir a Francia con su familia. Allí vivió hasta su muerte”, la verdad de la historia es que tuvieron que huir de España y del fascismo, porque defendían la democracia y la República, y llegaron a Francia sin maletas, sin consuelo, sin dinero, sin cobijo; pudieron dormir bajo techo, casi de caridad, en el hostal Bougnol-Quintana del precioso pueblo costero del sur de Francia. Habían iniciado el viaje exactamente un mes antes, el 22 de enero de 1939, desde Barcelona. Treinta días apenas les duró el exilio. Gracias a un vecino generoso de Colliure, que les cedió un nicho en el cementerio, pudieron ser enterrados de manera humilde pero con el halo de una inmensa dignidad. Y allí siguen enterrados.

Se trata de una vergüenza patria más que Machado siga en el exilio. Exactamente eso pensaba en un viaje de fin de semana que hice el otoño pasado a Soria, siguiendo un poco los pasos de Machado en esa maravillosa ciudad que convirtió en tan literaria. Allí se le siente al poeta por todos lados. En la calle comercial, en el antiguo casino social que aún se conserva y le tenía como socio, y que le dedica en su última planta un pequeño museo lleno de escritos, libros y objetos personales. En el instituto en el que fue catedrático de Lengua Francesa y que lleva su nombre; en los paseos arbolados que bordean el río Duero, por los que hacía largas caminatas el poeta, y, en general, en todo ese cierto sabor decimonónico que aún se conserva en Soria y que a mí me encanta. Y especialmente en la plaza Mayor, con la estatua en bronce de Leonor, su esposa a la que perdió tan joven, de pie ante una silla, la silla vacía del poeta sevillano. Impresiona.

En realidad, es de justicia recuperarle, traerle a España, a sus campos castellanos, enterrarle junto a esa esposa a la que tanto amó. Es una gran, inmensa, asignatura pendiente, histórica, política y cultural.  Y también simbólica. Mantenerle allí, en el lugar de su exilio, de su muerte, nos deja en muy mal lugar a los españoles. Espero y deseo que, a través de las instituciones correspondientes, y mediante los trámites que sean necesarios, llegue pronto el día en el que ese poeta, que murió de pena en un exilio tan triste y sombrío, regrese a su país, ese país al que tanto amaba y que tanto le preocupaba.

Uno de sus poemas más conocidos y aclamados justamente se le dedica a España y a los españoles. En él habla de las dos Españas, la España negra heredada de lo más oscuro de nuestro pasado, y la otra España luminosa que busca superar esa oscuridad. Fue la primera la que empujó a Machado, como a tantísimos otros, al exilio y a la muerte. La retrató en su poema El mañana efímero, publicado en 1912 en su libro Campos de Castilla. En esos versos condensa muy bien la esencia de esas dos Españas enfrentadas, y denuncia con vehemencia el atraso moral e intelectual de la sociedad de su tiempo; una sociedad que ni siquiera es consciente de su propia decadencia ni de su manifiesto retraso. Unos versos de un Machado muy comprometido que abomina de la España tradicional que se aferra al pasado y que se afana en que nada cambie, enarbolando a esa otra España joven, “implacable y redentora”,  que nos saque de ese oscuro letargo.

Esa España redentora de Machado aún está por llegar más de un siglo después, o si llega no la dejan estar. Y esa otra España tradicional “que ora, y bosteza, y ora y embiste”, en plena democracia sigue aletargándonos como lo hacía hace cien años.  Con otros nombres, con otras poses, con otras caras, con otras siglas; ahora se llaman neoliberales o neofascistas, pero con el mismo fanatismo, la misma intransigencia, la misma ideología antidemocrática y la misma falta de conciencia que sus coetáneos, es decir, con la misma maldad. Esas derechas neofascistas que siembran bulos, mentiras y odios, dedican su gestión política no a mejorar las condiciones de vida de los españoles, sino a generar inquina, a recortar derechos, a sembrar corrupción y a fanatizar al personal ignorante o desinformado son esa España que, como decía Machado, nos sigue helando el alma.

Coral Bravo es Doctora en Filología