Entre los muchos actos que, afortunadamente, proliferan tras el día del libro, quiero destacar los homenajes que en Andalucía se le están rindiendo desde el Centro Andaluz de las Letras, CAL, por ejemplo, al escritor Pablo García Baena, Premio Príncipe de las Letras entre otros muchos galardones. Afirmaba el poeta José Hierro, refiriéndose a Pablo García Baena, que este era “el mejor poeta contemporáneo español”. Más aún: aseguraba Pepe que no aceptaba ir en ninguna antología poética española en la que no fuera Pablo García Baena. Era una prueba de calidad y seriedad de dicha antología. Esta afirmación, que podría destilarse de las afinidades estéticas y afectivas del santanderino por el cordobés del grupo “Cántico”, no sólo se ajustan a la verdad poética, siendo una de las voces más firmes y brillantes del panorama literario español del siglo XX y comienzos del XXI sino que, además, se adecua al gusto de Hierro- y de otros muchos entre los que me encuentro- por la poesía clásica, sin que esta se convierta en una pura remembranza del canon. No una reproducción marmórea y fría, sino la asimilación del mismo con el tamiz de los nuevos tiempos y la voz personal del poeta. José Hierro, capaz de recitar de memoria las obras completas de Lope de Vega, reconocía en Baena ese cauce, ese impulso poético que venía desde las blancas y puras fuentes de la tradición. Como si hubieran brotado de la voz del cordobés desde los valles de Jonia. A pesar de ser un heterodoxo en sus referentes estéticos, en especial -por lo que enlaza su grupo cordobés con los presupuestos de la Generación del 27 en su interés de reivindicación y renovación del lenguaje poético y de la belleza- con la vindicación del Barroco y de Góngora, su obra se ha ido esculpiendo desde “Rumor oculto”, en 1946, su primer libro, hasta “Los Campos Elíseos”, en 2006, en un clasicismo contemporáneo abierto a los signos y temas  de los tiempos pero sin perder la referencia de los asuntos y temas eternos en la literatura.

Fue también un referente, sin quererlo, en la pacata y represiva España de posguerra, manifestando, aunque con un exilio de su Córdoba  amada a la más internacional Torremolinos de los sesenta y setenta, de una forma de ser y vivir en diversidad.  Esta es la razón por la que Pablo García Baena es un poeta mayor, en el sentido de altura creativa, porque pertenece, junto a algunos elegidos, a los que optaron por el sacerdocio de la palabra. Un sacerdocio laico pero no menos reverente por lo que supone amar la palabra por encima de todas las cosas, y no tomar el nombre del verbo en vano. Su obra breve e intensamente rigurosa. Creo que  no por casualidad en unas declaraciones con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras aseguró que para él la poesía era “precisión y misterio”. Esto queda reflejado en títulos como: “Mientras cantan los pájaros”, “Antiguo muchacho”, “Junio”, “Fieles Guirnaldas Fugitivas”, entre otros.

Su obra es ya una labor madura casi desde su primer libro, con pináculos de profundidad inusitados en un autor joven como en su poemario “Antiguo Muchacho”, que se convirtió desde su aparición en un referente para las generaciones más jóvenes, por lo lujoso y distinto a lo que podía apreciarse en su momento, entre el gélido y estéril garcilasismo oficial, y las pujanzas a veces panfletarias y faltas de altura de la llamada “poesía social”. Su denuncia social es por la belleza, por el lujo del lenguaje, frente a lo romo, estética y moralmente hablando, del momento de posguerra.  Tanto es así que se aprecian en Baena varias cumbres en su trayectoria, marcadas por crisis de indagación estética, como tras la aparición del libro “Junio”, en lo que podría haber discurrido por un agotamiento de temas y formas, o una reiteración,  tal y como ha señalado gran parte de la crítica, sobre todo los novísimos, con Luis Antonio de Villena y Carnero a la cabeza, en la que la luz del clasicismo nunca dejó que decayera el tono ni la intensidad; tampoco la calidad literaria y su hondura, como antes de la generación del 70 señalaron generaciones anteriores sobre la obra del cordobés, como Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, o el ya citado José Hierro, de la Generación del 50, o Félix Grande, Manuel Ríos Ruiz o Antonio Hernández, en la olvidada Generación del Lenguaje -la generación bisagra de los 60, que en muchos aspectos de rebeldía estética y vuelta a la búsqueda destellante de la metáfora y la belleza y su categoría ética, se adelantaron a novísimos, venecianos y postvenecianos-.

Sobre su figura opina el poeta y periodista José Infante que “Pablo García Baena no es solamente uno de los más grandes renovadores del lenguaje poético español de la segunda mitad del siglo XX, sino uno de los líricos más rigurosos y de obra más imprescindible para entender la evolución de la poesía española de las últimas generaciones” y lo cierto es que, a pesar de su heterodoxia, o además de ella, o puede incluso que gracias a la misma, en la poética de este autor cordobés, como en los clásicos griegos, la belleza es categoría moral. Como dice en uno de sus más célebres discursos Platón, achacándoselo a Sócrates, “La belleza es el esplendor de la verdad”, razón por la que en su obra todo es dedicación entera a la belleza, entendida como ejercicio veraz de transformación de una realidad hostil y falta de armonía.

Recuerdo a Félix Grande decir lo que un flamenco cabal le dijo en el sepelio de un amigo: “se nos está muriendo gente que no se  nos había muerto nunca”. Lo cierto es que esta aseveración paradójica tomaba fuerzas en figuras como el propio Félix y, desde luego en Pablo García Baena, que hace muy poco que nos falta.  Mucho tienen que aprender las generaciones actuales y las venideras de una labor tan pulcra y esforzada como la de este poeta, que supera en juventud a muchos de los mozalbetes ensoberbecidos por algún premiecito del ahora, premiado por su lealtad a la libérrima religión de la poesía, a no envejecer ni una cana, ni una coma, ni un título, ni un verso, a quedar entre los eternos niños sabios de las páginas de la literatura, en un punto y seguido, en unos puntos suspensivos que lo eleven por encima de su tiempo. Pablo García Baena, clásico contemporáneo, poeta andaluz y universal, aunque parezca una redundancia, templo del saber hacer, y hacerlo siempre bien todo, lleno de esa copa colmada del trabajo bien hecho, de la armonía del canto que ha sido desde el principio, y sigue siendo cuando es de veras, la poesía.