Se habrán enterado de que, hace unos días, la Unión Europea ha dado luz verde a un nuevo proyecto para protegerme: lleva el nombre de Life Lynx Connect y lo va a coordinar la Consejería andaluza de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible. Para que luego digan que lo que se hace en Bruselas no sirve para nada, ¡yo no me quejo! Es más, estoy en racha, porque, unos días antes, esa misma Consejería publicó el censo que calcula el número de linces que nos dejamos ver anualmente por Andalucía, y resulta que en 2019 crecimos un 3,6%. Ya somos 461 ejemplares solo por allí, y más de 700 en toda España, según los amigos de WWF: andamos por Doñana y por Andújar (provincia de Jaén), Cardeña y Montoro, (Córdoba) y hasta en Castilla-La Mancha, Extremadura, Castilla y León, Madrid y Barcelona. Las fronteras de la Península Ibérica aún no nos han dado por cruzarlas.
Para colmo, las buenas noticias nos llegan en plena primavera, con las crías preparándose para abandonar las gateras y aventurarse por su cuenta en la naturaleza. Quizá ustedes tengan suerte y se crucen con alguna. No es fácil, vernos es casi como ver un unicornio. Yo, ahora, a ellas ya las pierdo un poco de vista. Pero sin dramatizar, que los linces vamos bastante por libre unos de otros. Aunque reconozco que me entra melancolía, como les pasa a ustedes cuando se les van los hijos de casa con treinta años -nosotros no pasamos de los diez o quince años de vida-. Parece que fue ayer cuando tuvimos a la parejita en la madriguera, porque los linces venimos al mundo de dos en dos. Pero ya hace un par de meses de aquello. Dentro de nada serán grandes y robustas, como terminamos siendo todos nosotros. Patas largas y una cola corta con borla negra al final, digna de una folclórica. ¿Y qué me dicen de este pelazo pardo y moteado? Y de las orejas, con esa especie de pincel en cada punta, y las patillas por delante. Que por algo somos de la sierra, como Curro Jiménez.
Decía yo que para ustedes no es fácil dar con nosotros, pero tampoco es fácil ser lince. Somos supervivientes. En las últimas décadas, hemos sufrido una aniquilación digna de película de apocalipsis. Porque en la década de los 60, cuando España estaba ansiosa por entregarse al estilo de vida de sus países vecinos, los linces empezamos a desaparecer, y acabamos quedándonos cuatro gatos: ya en 1966 nos declararon especie protegida, y poco a poco fue saliendo en nuestra defensa gente como Félix Rodríguez de la Fuente, que nos dedicó aquel fantástico programa de El Hombre y la Tierra piropeándonos como "el más hermoso de nuestros mamíferos" o la “última fiera de España”. Aun así, pasamos de ser unos 5.000 ejemplares en aquellas fechas, distribuidos entre Asturias, las dos Castillas, Extremadura y Andalucía, a 150 en 2005. Qué mal año este último. Tocamos fondo.
Acabamos convirtiéndonos en el felino más amenazado del planeta, por muchos motivos: por un lado, se fueron construyendo infraestructuras que empezaron a atravesar las zonas donde vivíamos, a ritmo de planes hidrológicos, autovías o AVE (no de las que vuelan sino trenes, según me costó enterarme). Qué le vamos a hacer, ustedes las necesitaban. Lo malo es que no solo empezaron a atropellarnos los coches, también nos quedamos sin el frondoso verde donde nos gusta vivir. Y aunque algunas zonas las intentaron repoblar, muchas veces fue con pinos y eucaliptos porque crecen muy rápido, y nosotros somos más de arbustos y matorrales. Nos va un poco el secretismo.
Por otro lado, fue desapareciendo nuestra comida favorita: el conejo. Los cazamos nosotros mismos, y no es por ponernos medallas, pero somos muy buenos. De ahí lo de “ser un lince” que repiten tanto ustedes. Nos acercamos a la presa rápida y sigilosamente, que para algo queremos las almohadillas de las patas, y… zas, al buche. Con uno al día nos basta, aunque a las linces embarazadas les pide el cuerpo hasta tres. He oído que también son la comida preferida de jabalíes, zorros y otras cuarenta especies, y al final, con tanto depredador y las enfermedades que sufren los pobres animalejos, también nos hemos ido despidiendo de ellos.
Suerte de todos esos planes con los que los humanos vienen echándonos un cable desde el año 2000. La Estrategia de Conservación, el Plan de Cría en Cautividad... Nos reproducen cautivos y luego nos reintroducen en nuestros hábitats, donde nos hacen un seguimiento tremendo, ¡con lo tímidos que somos! Parecen paparazzis escondiéndonos cámaras, lo llaman fototrampeo. También nos ponen collares para ver por dónde nos movemos, como les hacen a ustedes Google o Facebook, pero en este caso es por una buena causa: solo quieren saber que estamos bien. Les dejaría una nota si supiera escribir, y en cambio, también se lo ponemos difícil siendo tan nocturnos, como las celebrities, especialmente en verano.
No es fácil ser lince, pero vamos tirando. Me despido con cariño y les deseo ánimo con lo suyo.