Los amantes de los perrrtes podrían haberlo dicho sin que mediara un estudio científico. Pero siempre está bien que el análisis de los expertos concluya lo que dicta el sentido común. A saber: que perder un perro puede compararse con perder un familiar.
Un familiar querido, se entiende. El estudio se extiende a todas las mascotas y se pregunta por qué les queremos tanto. Las conclusiones más directas es su amor incondicional y la sensación de cuidado mutuo que nos proporcionan. Cuando desaparecen, es como si nuestra vida no tuviera sentido al no tener un objeto al que atender.
Pero hay algo más que los científicos creen haber descubierto en este nuevo estudio. Que lo que en realidad sucede es que extendemos a nuestras mascotas los sentimientos que en nuestro código genético está dedicado a los niños y otro tipo de familiares que dependen de nosotros.
Esta extrapolación se produce al activar los mismos mecanismos mentales que funcionan cuando un niño pequeño nos enternece. Y nos despierta los automatismos de cuidado a los demás.
Este tipo de mecanismos que se han ido creando en el proceso evolutivo y ha conseguido que los grupos humanos sean más prósperos y numerosos, se han ido trasladando también a los animales domésticos que comparten nuestro espacio desde hace mucho menos tiempo.
Según el análisis, en algunos casos, este vínculo entre animal y humano puede ser incluso más fuerte que el generado hacia otros humanos. Es decir, que ciertas personas pueden encontrar más satisfactoria las relaciones con animales caseros que con otros seres humanos.