Antifascista, antirracista y antihomofóbico. No hay muchos clubes en el mundo que incluyan estos tres conceptos en sus estatutos, pero el FC St. Pauli es uno de ellos. El equipo alemán, conocido por su radical compromiso con los derechos humanos, vive un momento de fractura con una buena parte de su afición. ¿Puede un club antifascista mirar hacia otro lado cuando miles de civiles son asesinados? ¿Puede mantenerse al margen quien ha hecho del compromiso político su razón de ser? El club, símbolo global de la izquierda futbolera, ha perdido apoyo de su comunidad tras no condenar con claridad la masacre de Gaza.

Una tibieza que el capitán de los ‘piratas’, Jackson Irvine, no comparte. Tras aparecer en una foto en las redes sociales de su pareja con una camiseta de FC Palestina, se volvió a abrir la caja de pandora. El australiano ha recibido acusaciones de antisemitismo en Alemania, país que es uno de los principales apoyos de Israel tanto en Europa como en todo el mundo. Incluso desde parte de la afición del St. Pauli se ha señalado a su propio capitán, algo que refleja el constante conflicto en el que se encuentra el club. La camiseta que portaba en la foto no pertenece a ningún equipo, ya que FC Palestina es una marca inglesa privada que muestra apoyo al país.

No es la primera vez que Irvine ha mostrado su solidaridad con el pueblo palestino. Entre 2023 y 2024, el centrocampista, como presidente de la Asociación de Futbolistas Australianos (PFA), consiguió que parte del dinero recaudado en los partidos entre Australia y Palestina de clasificación al Mundial de 2026, se destinara a la ayuda humanitaria en Gaza. Además, ha realizado declaraciones defendiendo al pueblo palestino: "Quería expresar mi solidaridad con el pueblo de Palestina y, en particular, con el de Gaza, que está pasando por un sufrimiento indescriptible".

Un símbolo internacional… en disputa

El 7 de octubre de 2023, el mundo volvió a mirar a Oriente Medio. Los ataques de Hamás contra civiles israelíes y la brutal represalia sobre Gaza marcaron un antes y un después. Pero en Hamburgo, a miles de kilómetros, una sacudida distinta empezó a abrir grietas en uno de los clubes más admirados por la izquierda mundial. El equipo quedó atrapado en una controversia inesperada. Su comunicado institucional tras los atentados —centrado en condenar el terrorismo de Hamás pero sin una denuncia explícita del castigo colectivo sobre Gaza— fue interpretado por buena parte de su base internacional como una postura equidistante o incluso pro-israelí. Pronto llegaron las consecuencias: peñas disueltas en ciudades como Barcelona, Atenas o Bilbao, acusaciones de “blanquear el genocidio” y un debate interno que hoy sigue latente.

Durante décadas, St. Pauli fue sinónimo de contracultura, activismo y justicia social. Sus ultras portaban banderas palestinas como parte de un ideario anticolonialista global. Su estadio, el Millerntor, era espacio de refugio para quienes huían de la homofobia, el racismo o el machismo. Y su nombre era coreado como ejemplo de cómo el fútbol podía convertirse en una trinchera de dignidad.

Pero el conflicto en Gaza ha hecho tambalear ese mito. En los días posteriores a los ataques, algunas pancartas en apoyo a Israel aparecieron en su grada, en contraste con las que ondeaban en solidaridad con Palestina. Grupos ultras acusaron al club de “abandonar su conciencia internacionalista” al priorizar el lenguaje institucional alemán, fuertemente marcado por el recuerdo del Holocausto y el apoyo incondicional a Israel. Por primera vez en años, St. Pauli no solo era símbolo de lucha, sino también motivo de división.

De barrio rebelde a estandarte político

Para entender la magnitud de la crisis, hay que remontarse a sus orígenes. Fundado en 1910, el FC St. Pauli era un club pequeño de un barrio obrero. Pero fue en los años 80 cuando su identidad se transformó: okupas, punks y militantes de izquierda se apropiaron del estadio como un espacio político. Nació entonces la “Jolly Roger”, la bandera pirata que se convirtió en icono global.

En 2009, el club institucionalizó su carácter activista al aprobar unos principios fundacionales (“Leitlinien”) que lo definieron como antifascista, antirracista, antisexista y pro LGTBIQ+. Desde entonces, St. Pauli no solo juega al fútbol: combate el machismo en la grada, rechaza patrocinadores éticamente dudosos, y promueve campañas a favor de los refugiados y del acceso al agua en África. Su activismo no era ornamental: estaba —y está— incrustado en su estructura. Pero esa coherencia ahora es puesta en duda.

Gaza y el nuevo laberinto moral

“La humanidad es indivisible”. Así tituló el club un segundo comunicado sobre la guerra, intentando matizar su postura inicial. En él se reconocía el sufrimiento civil en Gaza, al tiempo que se condenaba toda forma de antisemitismo. Aun así, la herida ya estaba abierta. Las acusaciones de “lavado de cara” al sionismo, incluso por parte de colectivos antifascistas vinculados al club, han sido frecuentes desde entonces.

En redes sociales, miembros de grupos como FCSP Fanladen o South End Scum —históricamente vinculados a St. Pauli— denunciaron “la tibieza del club ante el genocidio palestino”. Otros, en cambio, exigieron separar el fútbol del conflicto, y recordaron que el club tiene una posición histórica contra toda forma de violencia y terrorismo, también la de Hamás.

Esta tensión entre el deber ético, la empatía internacionalista y el contexto alemán —donde el apoyo a Israel forma parte del consenso político— ha generado una tormenta identitaria para el club.

¿Puede el St. Pauli seguir siendo el St. Pauli?

El conflicto en Gaza ha revelado una fractura entre el discurso local y el internacional. Mientras en Alemania la condena del antisemitismo es un imperativo moral, para muchas aficiones internacionales —especialmente en el sur de Europa y América Latina— apoyar a Palestina es una forma de lucha anticolonial.

St. Pauli, atrapado entre esos dos mundos, ha optado por un difícil equilibrio: condenar el terrorismo de Hamás, mostrar preocupación por las víctimas civiles palestinas y defender los derechos humanos sin caer en posiciones maximalistas. Pero eso no ha sido suficiente para evitar la ruptura emocional con parte de su comunidad global.

El resultado es paradójico: el club más politizado de Europa, adalid del antifascismo y de la lucha contra la discriminación, se ve ahora acusado de complicidad por algunos de sus propios seguidores.

El St. Pauli regresó a la Bundesliga alemana en 2024, tras 13 años sin pisar la máxima categoría del fútbol germano. En la 24/25, ha conseguido sortear el descenso y, en la siguiente temporada, se reencontrará con otro club histórico, el Hamburgo, junto con el que protagoniza una de las rivalidades más intensas y emblemáticas del fútbol alemán. Un derbi cuya historia va más allá del terreno de juego y en el que el aspecto social toma importancia.

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