Con la entrada del Otoño, la economía española se desayuna con una notable atención a la evolución de los precios, que anticipa ciertas tensiones en el ámbito de los precios. Las noticias no son buenas: aunque el deflactor implícito del PIB está en una situación relativamente baja, y la inflación subyacente -aquella que se calcula sacando los aspectos más volátiles, como la energía- se sitúa en un 0,7%, el Índice de Precios al Consumo se alza hasta el 3,3%, una tasa que no veíamos desde hace una década. Los precios están siendo impulsados por un crecimiento del precio del gas natural, que incide sobre toda la cadena de valor de la producción de energía eléctrica, y que castiga no solamente a los bolsillos de los ciudadanos, sino también genera un importante aumento de costes en las industrias electrointensivas, con la correspondiente pérdida de competitividad internacional.

La situación ya sería complicada pero otras noticias, como el incremento de los costes de flete desde oriente -que se ha multiplicado por cuatro- o la ausencia de microchips para continuar la producción de automóviles invita a pensar que, aunque la crisis económica de la pandemia se está superando por el lado de la demanda, la oferta no está respondiendo al mismo ritmo, situando de nuevo en medio de la recuperación la denominada histéresis, o la incapacidad de volver automáticamente a los niveles previos a la crisis.

Parece poco probable que están tensiones de oferta se consoliden conformando una nueva crisis económica, pero, si esta situación se extiende, nos podríamos encontrar en una situación inédita desde hace años, que la de una crisis de oferta. La última relevante se vivió con el aumento de los precios del petróleo en los años 70 y 80, aunque también se podría decir que el disparador de la crisis de 2008 se debió a un súbito incremento de tipos de interés para frenar la inflación generada por el entonces muy alto precio del petróleo. En cualquier caso, la respuesta a una crisis de oferta no es similar a la de una crisis de demanda, y quizá los ajustes necesarios no sean tan fáciles de implementar en una economía que sigue estando por debajo de su potencial de crecimiento a larg plazo -recordemos que las previsiones son que la economía recuperaría su senda de crecimiento a largo plazo de 2023, es decir, dentro de dos años.

No ha faltado quien ha salido a defender que este crecimiento de los precios es estrictamente temporal y en la medida en que la oferta recupere los ritmos de producción previos a la crisis de la Covid-19, los precios volverán a bajar y estos cuellos de botella se resolverán. Otros, sin embargo, señalan que el riesgo de una inflación sostenida es real y que no será fácil recuperar el ritmo de producción en las cadenas de suministro globales. La crisis de la Covid fue a la vez una crisis de oferta y de demanda, y dado que la economía no se puede reiniciar como si de un ordenador se tratase, el deterioro de los balances de las empresas puede haber generado estrangulamientos en la oferta que no seremos capaces de resolver rápidamente.

Quizá sea pronto para hacer afirmaciones demasiado categóricas respecto de los próximos meses de la economía global. El paquete de estímulos norteamericano y el despliegue del Next Generation puede generar un importante tirón de demanda que debe ser acompañado por mejoras en la productividad, particularmente de los sectores más afectados por la transformación ecológica y digital, como es el caso de las tierras raras y los microchips. Hasta el momento, la capacidad instalada no ha sido lo suficientemente ágil como para responder a las necesidades aceleradas de inversión en estos ámbitos, de la misma manera que el mercado de trabajo no está respondiendo con la misma celeridad a las demandas de nuevas profesiones vinculadas a la transformación digital y energética. Así, se estima que las inversiones en renovación energética de viviendas podrían generar hasta 400.000 puestos de trabajo, pero estos puestos requieren de un personal que no siempre está disponible y formado. Acompasar la política de oferta y de demanda en esta extraña recuperación será determinante, y quizá echemos de menos haber mantenido más activamente las capacidades productivas instaladas que, después de un año y medio en una extraña situación de incertidumbre, se enfrentan ahora a tener de poner la máquina al 100% de actividad sin tener los medios y el potencial para hacerlo.

Si se consolida el estrangulamiento de los suministros globales de bienes estratégicos, la recuperación y la transformación de nuestras economías podría descarrilar. Tendremos que estar atentos a los próximos meses para ver cómo evolucionan algunos mercados clave, porque nada sería más pernicioso que caer en una espiral de altos precios y bajo nivel de empleo. Veremos.