El pasado viernes, el Instituto Nacional de Estadística ofrecía los datos correspondientes al Producto Interior Bruto de 2022. Frente a los pronósticos más catastrofistas, España creció un 5,5% durante el año, un punto por encima de las previsiones, y se situaba, de esta manera, a un punto del PIB de 2019, algo que, previsiblemente, y salvando todas las incertidumbres, superará definitivamente en 2023, cuatro años más tarde. El dato anual contrasta con la fuerte desaceleración de la segunda parte del año, en la que el crecimiento fue mínimo -aunque siempre positivo- y el empleo se estancó, tal y como ya adelantaban los datos del servicio público de empleo.

Los datos, siendo positivos, apuntan a un parón en la demanda de los hogares, e indican que han sido el consumo público y la demanda exterior la que ha permitido mantener los buenos datos. Pero, quizá, más relevante, es el hecho de la fuerte corrección que ha imprimido el INE en los trimestres anteriores: el crecimiento del PIB del segundo trimestre se situó en un fuerte 2,2%, que inicialmente se había estimado en un 1,5%. La revisión no es la primera que se realiza: desde el inicio de la pandemia, el PIB trimestral se ha revisado en varias ocasiones, con una fuerte corrección en septiembre de 2022, cuando se revisó el crecimiento de 2019 (del 2,1% al 2%), 2020 (del 10,8% al 11,3%) y 2021 (Del 5,1% al 5,5%). Las cifras apuntan a una mayor convergencia entre el PIB estimado y el conjunto de indicadores que suelen correlacionar fuertemente con el mismo, como el empleo y la recaudación fiscal. La divergencia detectada por economistas y expertos había sido tal que saltaron las alarmas sobre la validez de los datos utilizados. Así, Francisco Melis y Miguel Artola publicaron una serie de artículos señalando que, de acuerdo con los indicadores vinculados como las rentas, el gasto o la producción, así como la recaudación y el empleo, apuntaban a un crecimiento del PIB mucho más fuerte a lo largo de los años anteriores, señalando que el diferencial podría situarse entre 3 y 5 puntos por encima de las cifras declaradas por el INE.

El propio INE ha advertido en numerosas ocasiones que el dato provisional que ofrece está, desde la pandemia, sometido a fuertes revisiones posteriores, de manera que es más que probable que los próximos años veamos nuevas revisiones de las cifras de crecimiento en los años de la post pandemia, posiblemente, tendiendo a un mayor crecimiento económico del inicialmente estimado. Estas revisiones no son fruto, como señalan los interesados, de ningún tipo de presión política, sino sencillamente de la cambiante situación de nuestra economía en un contexto de cierres periódicos, teletrabajo, ausencia de datos consolidados y fuertes crecimientos de los precios. Nada de esto sería importante si no fuera porque hay una serie de elementos clave que tiene que ver con la política económica. El PIB, como tal, y como ya hemos señalado en esta columna, es un indicador que necesariamente debe ser complementado con otros indicadores de calidad de vida, pero, al mismo tiempo, supone un componente clave para la toma de decisiones de política económica, como lo es el nivel de deuda pública y el déficit público. Un PIB mal estimado puede llevar a una política fiscal equivocada, con aumentos o reducciones de los ingresos y gastos públicos que se hacen atendiendo a objetivos de política económica que están distorsionados por datos poco confiables.

No hay muchas soluciones, más allá de seguir afinando los métodos de estimación -el PIB es una estimación, no un dato de registro inapelable- incluyendo nuevas metodologías y nuevos datos, siempre en coordinación con los criterios de Eurostat, que es, en última instancia, quien avala las metodologías de estimación, que deben ser únicas para el conjunto de la Unión Europea. Mientras tanto tendremos que seguir viendo correcciones, datos que no se corresponden con las series que tradicionalmente han acompañado a la actividad económica, y cierto escepticismo velado sobre la precisión de las indicaciones. La economía está cambiando y puede que el PIB ya no sea la magnitud más relevante para medir la salud y fortaleza de una economía, al menos tal y como está configurado en estos momentos. Mientras los organismos internacionales siguen reflexionando sobre ello, deberíamos acostumbrarnos a utilizar un cuadro de mando más amplio y completo para medir nuestro desempeño económico. La Comisión Europea ha hecho sus intentos de generar nuevas herramientas, que deberían incorporarse al debate público más allá de las magnitudes habituales, como los indicadores de bienestar social, desigualdad, innovación, empleo o consumo energético. Igual que no nos montaríamos en un Boeing donde sólo se cuenta con un anenómetro, vivimos en economías complejas y no podemos seguir pilotándolas únicamente con el velocímetro que representa el PIB.