La victoria del Partido Socialdemócrata en Alemania anticipa un cambio de era en la política del país. Tras 16 años de gobiernos liderados por Ángela Merkel, la posibilidad de un cambio real en la cancillería federal supone un cambio relevante, a expensas de cómo se configure finalmente la coalición de gobierno, contando con el concurso imprescindible de los verdes y los liberales del FDP. Alemania se suma así a la vuelta de los partidos socialdemócrata al poder en los países del norte de Europa, incluyendo no solo al gigante germánico, sino también a los países escandinavos -Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia e Islandia- y a su participación en gobiernos, también de coalición, en el sur de Europa -con Portugal y España en primera línea, pero también con la participación del PD en el gobierno de Mario Draghi- y en el este de Europa -Eslovenia y Eslovaquia, por ejemplo.

En definitiva, todo parece indicar que la socialdemocracia, que no ha recuperado, ni mucho menos, los apoyos políticos que mantuvo en el pasado, ha sido y sigue siendo capaz de participar o liderar coaliciones de gobierno en Europa. El cambio en Alemania así lo atestigua.

Cabría esperarse de este reequilibrio en el seno de la Unión Europea una reorientación de los principios que rigen la política económica de la Unión. No esperemos demasiados milagros. Por muy socialdemócratas que sean los dirigentes de los países del norte, no dejan de estar presionados por sus electorados y su cultura política sigue siendo la cultura política de los países del norte de Europa. No olvidemos que el jefe del Eurogrupo que consintió, cuando no promovió, el castigo a la Grecia de Siriza era el socialdemócrata Dijsselbloem, perteneciente al Partido del Trabajo, miembro del Partido de los Socialistas Europeos. El propio Scholz, ganador in péctore de las elecciones alemanas, ha sido ministro de finanzas en el gobierno de Angela Merkel. Los socialdemócratas ya gobernaban en Dinamarca y Suecia cuando el año pasado ambos países se situaron en el grupo de los “frugales” en las negociaciones para la puesta en marcha del programa Next Generation. Por el contrario, el impulso vino de la mano de gobiernos liderados por liberales o conservadores, como el propio Macron o Merkel, con una presidenta de la Comisión Europea proveniente de los conservadores alemanes. El propio Mario Draghi, tecnócrata donde los haya, y defensor de una política monetaria y fiscal expansiva para reactivar la economía europea, fue nombrado por Silvio Berlusconi, mientras que su antecesor, el francés Jean Claude Trichet, que resistió las tentaciones de poner en marcha políticas más expansivas y que se forjó una imagen de halcón monetario y fiscal, ocupó puestos de responsabilidad bajo presidencias tanto de Chirac como de Miterrand en el Eliseo.

En definitiva, que hablando de políticas fiscales y monetarias en Europa, la divisoria entre norte y sur, entre una visión basada en principios y otra basada en resultados, trasciende ampliamente las posiciones ideológicas. En materia de cómo enfrentarse a la política económica de la Unión Europea, un socialista danés tiene más que ver con un conservador danés que con socialista español. No esperemos, por lo tanto, muchos milagros de la política económica de la nueva coalición alemana, máxime si, como todo parece, el FDP va a entrar en el gobierno, un partido caracterizado por una visión estricta del ordoliberalismo alemán, más incluso que la finalmente más flexible Angela Merkel.

Los indicadores económicos no acompañan, tampoco. Alemania acaba de batir su record de inflación de los últimos 25 años, con un 4,1% de crecimiento interanual del nivel de precios. Aunque este dato pueda ser considerado transitorio, el pánico alemán a la inflación puede hacer que las posiciones de partida para la formación de un nuevo gobierno sean todavía más inflexible de lo esperado. Veremos las primera decisiones del nuevo gobierno, pero todo parece indicar que, por muy progresista que nos pueda parecer el nuevo gobierno alemán, poco o nada va a cambiar en las dinámicas de cambio en la política de la Unión Europea.

En los próximos meses veremos importantes debates sobre los niveles de ejecución del Next Generation, la reforma de las reglas fiscales, y la paulatina retirada de la política acomodaticia del Banco Central Europeo. No esperemos demasiada ayuda. Lo mejor que podemos hacer desde España es ofrecer un cuadro fiscal creíble y sólido, ejecutar con seguridad las reformas económicas pendientes y asegurar el mejor uso posible para los fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española. De nuevo, y como en tantas ocasiones, la solución a nuestros problemas no depende tanto de Berlín o de Bruselas como de Madrid. Veremos