Según pasan los días, la situación económica parece empeorar. Las declaraciones del presidente de la Reserva Federal, señalando que no era imposible una recesión -aunque no la daba por segura, ni siquiera como muy probable- han sentado mal en los mercados. El índice PMI, que sintetiza los pedidos de las empresas industriales y de servicios, se ha derrumbado en la Unión Europea, y, aunque sigue en el campo expansivo, está muy cerca ya de ofrecer una contracción. El INE ha revisado a la baja el crecimiento económico del primer trimestre de 2022, que se ha situado en un 0,2%, cuando la crisis generada por la guerra de Ucrania no había desplegado todos sus efectos. Afortunadamente, la prima de riesgo ha moderado sus subidas y, aunque el coste de la deuda ha crecido notablemente, España se encuentra en mejor situación que otros países del sur como Italia o Grecia. En definitiva, nos encontramos con una situación difícil.

En este contexto, el gobierno ha aprobado un plan de respuesta a la crisis que prorroga las medidas aprobadas en marzo y las amplía con dos iniciativas que van en la buena dirección, como el descuento en los abonos transporte y el cheque para las familias más desfavorecidas. Otras, como la bajada del IVA eléctrico, no tendrán demasiado efecto, más allá de la narrativa destinada a frenar las críticas de la oposición, que sigue abogando por bajar impuestos como solución a esta -y otras- crisis.

El contexto podría empeorar en los próximos meses si se cumplen las amenazas de paralizar las exportaciones de gas ruso hacia Alemania, que ya se está preparando para restricciones y para reactivas fuentes de energía como el carbón, contraviniendo sus propios planes energéticos a medio y largo plazo. El efecto que esto puede tener en la economía Alemana y, por ende, en la eurozona, dibujará un escenario todavía más complejo para los meses de otoño.

Solo la noticia de recibir otros 7.800 millones de euros del programa Next Generation ofrecen algo de esperanza, pero, de nuevo, tendremos que ver cómo los invertimos para facilitar una salida adecuada a esta acumulación de crisis económicas.

En definitiva, el panorama económico se ensombrece. Como ya se señaló en esta columna, sabemos dos cosas de las guerras: que sabemos como empiezan pero no sabemos como acaban, y que las cosas suelen ponerse peor de lo imaginado. Se están cumpliendo ambos principios y hoy la Unión Europea reza en secreto por un acuerdo rápido entre Rusia y Ucrania que estabilice los mercados y permita un respiro a las economías castigadas. La posibilidad de que Ucrania acceda a la Unión Euiropea podría ser un importante incentivo a una terminación rápida de la guerra, pero esta terminación rápida supondría un coste tremendo para Zelenski, que tendría que renunciar a la soberanía de una parte de su territorio, algo que es absolutamente inédito en la historia reciente de las relaciones internacionales.

Con este panorama, esperamos que el verano impulse el crecimiento y consolide la creación de empleo, pues con bastante probabilidad España recibirá una importante cantidad de turistas después de dos años sin vacaciones dignas de mención debido a la pandemia. Veremos porque el alza de los precios del transporte no acompaña, pero en principio las expectativas son altas. Si esto es así, podremos respirar un poco durante el tercer trimestre, a la espera de que el otro y el invierno nos compliquen, con una eventual nueva subida de los precios del gas y el petróleo, el final de año. Estamos todavía lejos de una recesión, pero no podemos descartarla. De nuevo, como ocurrió en 2020 y en buena medida en 2021, la evolución de la economía no va a depender tanto de la pericia de quienes diseñan la política económica, como de los acontecimientos externos. Los responsables de la política económica podrán responder de una u otra manera a estos factores externos, en un contexto en el que las políticas fiscales tienen poco recorrido -incluso podrían ser contraproducentes- y las políticas monetarias tienen la posibilidad de llevar los precios a sus objetivos a costa de provocar una recesión económica que nadie desea. Los márgenes son estrechos y sólo una política destinada a favorecer la independencia energética del gas y el petróleo podrían tener cierto éxito, pero estas políticas requieren de tiempos de maduración que ahora mismo no tenemos. Es más, debido a las decisiones de garantía del suministro energético, estamos timando decisiones en la dirección contraria.

En definitiva, estamos en una mala situación. Pero es que Europa está en guerra, y dadas las solidaridades de hecho que se tejen en la economía europea, y, en buena medida, en la economía internacional, los efectos son imposibles de disimular. Por eso mismo es irresponsable no tenerlo en cuenta y aprovechar esta difícil situación para sacar rentas políticas o intelectuales. Si no comprendemos la gravedad de la situación en la que nos encontramos y en la que podemos encontrarnos, será difícil acertar con las medidas para mitigar sus efectos.