El presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), organismo de supervisión de los mercados en España, se refirió hace unos días a sus deseos de que los españoles cambien sus hábitos de ahorro. Rodrigo Buenaventura quiere que los españoles apuesten más por la inversión financiera (bonos, Bolsa, fondos de inversión, planes de pensiones) en detrimento de la inversión inmobiliaria (casa en propiedad y segunda vivienda si se puede) y de los depósitos y cuentas corrientes bancarias. En definitiva, equipararnos más a otros países europeos en los que la gente está más acostumbrada a invertir en los mercados con los riesgos de ganancia y pérdida que eso implica.

La baza para que este trasvase desde el dinero del ladrillo y los bancos tenga éxito es una mayor educación financiera de la población. Los programas de educación financiera de la propia CNMV y del Banco de España van en esa línea de que los españoles tengan un conocimiento más profundo de las inversiones y puedan optar a ellas.

Unas iniciativas que sobre el papel parecen loables pero que precisan de algunos importantes matices. En primer lugar, el arraigo al ladrillo se produce en todas las economías del sur de Europa, unas economías menos estables y con tasas de paro que siempre superan a los de las economías centroeuropeas y nórdicas. Además de no contar con un parque de alquiler abundante y a buenos precios, la vivienda se convierte en el refugio y garantía de unas economías muy inestables. Tener una vivienda en propiedad en los países del sur es una forma de sortear situaciones cíclicas de paro que dejarían a parte de la población en la calle si no se puede atender al pago del alquiler.

En cuanto a dar el salto desde el ahorro de cuentas corrientes y depósitos, tanto el Banco de España como la propia CNMV durante muchos años no han hecho una política dirigida a cuidar al pequeño inversor y evitar los abusos tanto de los intermediarios financieros (véase la banca, gestoras de fondos, gestoras de planes de pensiones) como de grandes grupos de inversión como de los propios emisores.

Aquí es donde, a mi juicio, los supervisores de los mercados y de las entidades financieras deberían hacer esfuerzos para que los mercados generasen mayor confianza entre los ahorradores. Ahora mismo en los bancos hay más de un billón de euros de las familias que no reciben ninguna retribución, mientras la inflación puede hacer mella en ese ahorro cuando ya alcanza tasas interanuales del 2%.

En otras economías hay sinvergüenzas que estafan o engañan con productos financieros, y en España los casos han sido muy numerosos viniendo también de entidades muy grandes, potentes y populares. Las preferentes de Bankia y otras cajas de ahorros, la propia salida de Bankia a Bolsa son ejemplos recientes junto a otros más pintorescos como la estafa de los sellos. También la intervención del Banco Popular con la pérdida de todo el patrimonio para los accionistas y bonistas más comprometidos –en una entidad históricamente rentable y sólida- supone una alarma para muchos ahorradores que abrazaron el riesgo de los mercados.

Aunque muy generalizados, estos casos y otros tantos donde los bancos traspasaron sus carteras de acciones al gran público cuando se esperaba una brusca caída del mercado, han colocado al ahorrador lejos de estos riesgos. En mi opinión, nada tiene que ver con la cultura financiera de los españoles sino con la falta de supervisión y vigilancia de organismos como el Banco de España o la propia CNMV.

Pero no solo los escándalos han espantado al inversor de a pie de los mercados. El abuso reiterado en el cobro de comisiones por parte de los fondos de inversión, por ejemplo, sin la contraprestación de una rentabilidad ni a corto ni a medio ni a largo plazo, han llevado a muchos a huir del mundo financiero. Ligar por ejemplo las comisiones al éxito de la gestión debería ser no una opción entre las gestoras de fondos sino una obligación. Si no ganan, no cobran. Hay muchos miles de millones de euros encerrados en fondos de inversión mal gestionados donde el único que gana es el banco que los promueve pero casi nunca el inversor. Solo hace falta mirar las rentabilidades medias a distintos plazos.

La aceptable idea de la CNMV contrasta con esta realidad. Antes de pedir más educación financiera a los españoles, habría que exigir a los intermediarios financieros una gestión leal y justa hacia los ahorradores. Y en ese terreno, tanto la CNMV como el Banco de España tienen mucho que decir.