Este año que ahora termina ha vuelto a tener en los bancos centrales como el BCE europeo y en la Reserva Federal estadounidense (FED) sus grandes valedores. Sin ellos, las economías estarían totalmente estranguladas, con altísimos tipos de interés y, lo que es peor, sin posibilidad de financiar los países y las empresas. Un escenario que cuesta imaginar donde solo los países más fuertes logarían algo de atención por parte del mundo del dinero.

Los bancos centrales, compran la deuda pública de los Estados, compran bonos de grandes empresas y facilitan toda la liquidez necesaria a los bancos comerciales para que estos los acaben transformando en créditos para pymes y familias. Los últimos datos apuntan a que en el caso de España, alrededor del 30% de la deuda pública –unos 330.000 millones de euros- se encuentran en manos del BCE. Hay algunas iniciativas rocambolescas por parte del parlamento europeo en el sentido de pedir a su presidenta, Christine Lagarde, que destruya esa deuda y reduzca ostensiblemente el problema de endeudamiento de Europa. Esta posibilidad no parece económicamente muy ortodoxa y los economistas apuntan a que nos llevaría a situaciones de hiperinflación de tan ingrato recuerdo en el periodo de entreguerras mundiales.

El BCE comenzaba el año con un balance de 4,66 billones de euros que ahora se elevan hasta los 6,9 billones. Por su parte, la Reserva Federal ha pasado de los 4,17 billones de dólares hasta los 7,2 billones, cifra que se maneja antes del cierre del año. Buscando la igualdad de monedas –tras la fuerte caída del dólar- el balance del BCE sería superior al de la FED que contaría con 5,9 billones de euros, un billón menos que el BCE. Ese incremento es lo que se han gastado los dos principales bancos en atajar la pandemia.

Este comportamiento novedoso de los bancos centrales que ya se conoció tras la crisis de 2008 se convierte en una gigantesca incógnita cuando haya que empezar a eliminar esas deudas y volver a parámetros de cierta normalidad. Es algo que nunca ha ocurrido y, por tanto, se desconoce lo que pueda pasar.

Además, el manguerazo de liquidez, fruto de la crisis provocada por la Covid-19 tiene lecturas diversas sobre a quiénes beneficia más estas medidas. Algunos consideran que, sobre todo, se beneficia al inversor que de no recibir estas compras de los bancos centrales se hubiera enfrentado a abundantes pérdidas en los mercados de deuda. Subidas de tipos bruscas que provocarían la caída de los precios de los bonos. De paso, son los Estados los grandes beneficiarios al poder endeudarse aún más con lo que se consigue llevar a cabo programas de ayuda para la reactivación de la economía y para tomar medidas sociales de apoyo a los más afectados por la crisis.

Las empresas grandes serían el segundo grupo más beneficiado. Los bancos centrales compran su deuda, permitiendo que sigan con bajos tipos de interés aunque la crisis les haya vuelto menos solventes, menos aún de lo que eran muchas. De ahí que se acuñase el término de empresa zombi: compañías que no podrían sobrevivir si tuvieran que pagar un tipo razonable para su deuda. Ahora, pese a no generar beneficios o ser estos muy pequeños se pueden permitir el lujo de tener tipos negativos.

El tercer grupo lo componen las familias y las pymes (pequeñas y medianas empresas) que no reciben el dinero directamente ya que llega a través de los bancos comerciales a los que piden sus créditos, préstamos, etcétera. Así, deben pasar por el filtro de las entidades financieras que pueden aceptar o rechazar sus peticiones de financiación a diferencia de Estados o empresas grandes que reciben el dinero sin condiciones. Esta tercera parte de beneficiarios del BCE son, además, en un país como España los auténticos creadores de riqueza y puestos de trabajo. Los que impulsan la economía real y no la financiera y, sin embargo, sufren más cortapisas para lograr dinero con el que sortear esta dura crisis. Podemos hablar del beneficio de los bancos centrales para el conjunto de la economía (el futuro es una incógnita) pero en muy distintos grados.