Muchos quieren ver en Isabel Díaz Ayuso a la nueva ‘lideresa’ de Madrid. Seguramente, apoyados más en la necesidad que en la realidad. Para ello buscan comparaciones y ahí aparece la figura de la gran lideresa madrileña, Esperanza Aguirre. Es un buen momento para recordar, aunque ya se sepa, que la actual presidenta es alumna aventajada de la anterior, al igual que Casado, como Abascal.

El Partido Popular, siguiendo la narrativa náutica de su aún presidente, Pablo Casado, va a la deriva. No es cuestión de encuestas, que también aunque sus medios afines les den subidas increíbles, incluso, para quienes ocupan la todavía sede de la formación. Las velas presentan agujeros como campos de fútbol y el timón hace tiempo que se vendió para pagar el alquiler o lo que sea.

Y ahí surge Ayuso. Para ser justos, ella siempre está ahí, dispuesta a confrontar, a tirar del argumentario de su asesor estrella para buscar el titular. Si el juego, además, lo siguen los periódicos, radios, digitales y televisiones de siempre, la sensación es que consigue el propósito de estar en el candelero, aunque en ocasiones signifique dar una vuelta por el ‘candelabro’. Ayuso no se calla. Se ha creído su papel y eso es algo que el sector más neoliberal del PP valora.

El problema de ir siempre a la contra es que la estrategia pocas veces es acertada. Feijóo, perro viejo de la política, ex votante de Felipe González, según ha dicho, ex chico Aznar, protegido de Romay Beccaría y digno sucesor, que dirán en San Caetano, de las esencias fraguistas, siempre tuvo en su cabeza Madrid.

Sus pasos van en la misma dirección: la planta noble de Génova (o la ubicación que sea). Su última victoria por mayoría absoluta, la única de la que goza el PP, en la única región donde Vox se ha quedado con las ganas y Cs ha cumplido el guion de no llegar ni a comparsa, ratifica su estrategia. Ayuso es como ese amigo o amiga que no puede quedarse callado. Cuando se confunde y se pierde una línea del argumentario escrito en un despacho próximo al suyo en la sede de la Puerta del Sol, toca improvisar y entonces aparece la verdadera Isabel Díaz Ayuso. Por eso, su guardia pretoriana no deja que el azar tenga algún protagonismo en su oratoria.

Feijóo ha esperado al momento justo. Que sí, que igual quiero ir a Madrid, pero solo a verme con mi presidente al que apoyo por encima de todo; que no, que un resultado como el catalán no es justificable. Y ha llegado. Lo que denominó “doble derrota” a raíz de los datos del PP el 14F catalán eran una crítica a Casado y a su más fiel seguidora (seguramente su súper asesor quiere volver a los tiempos gloriosos de todopoderoso hombre de Aznar): Ayuso.

Nadie esperaba que ésta (y su súper asesor) se quedará (n) callada (dos). Y entró al trapo, picó el anzuelo y se precipitó sobre la trampa de su homólogo gallego. A la vez que defendía a Casado, la madrileña se postulaba (y esto lo sabe muy bien su súper asesor) a la sucesión. Feijóo, una vez más, vuelve a acertar con la estrategia de convertirse, como ya empiezan a decir algunas voces más autorizadas, en “el líder que necesita el PP”. Moderación, eficacia y diálogo es lo que afirma ofrecer y, a su vez, es de lo que se señala en Galicia que carece.

Volviendo a Esperanza Aguirre – con quien, por otra parte, Feijóo tampoco se llevaba especialmente bien- y esa otra de sus ‘ranas’ que es Ayuso. En su momento, la ex lideresa quiso disputarle el trono ‘popular’ a Rajoy. En aquel congreso, en la entonces fetiche Valencia, el expresidente del Gobierno vivió uno de los peores momentos de su trayectoria política debido a los desplantes y la guerra abierta por la madrileña para hacerse con la presidencia del partido. No lo consiguió y, en cierta medida, empezó a cavar su tumba política que luego se encargaron de completar sus famosas ‘ranas’.

Aguirre era popular, famosa, considerada y querida… en Madrid. En el resto de España, visto lo visto, no lo iba a pasar tan bien. Ayuso está al frente del Gobierno madrileño porque en algunos puntos de la capital y su periferia quieren una nueva lideresa al estilo de la antigua. Pero la actual se encuentra con el mismo problema ¿busca el resto del país el lenguaje de confrontación continuo que despliega? Si los madrileños ayusistas (y los que no lo son) fueran gallegos responderían, a su vez, diciendo ¿logrará Feijóo con su tono de vicario los mismos éxitos electorales a nivel nacional?

Por cierto, ¿y Casado? Ni la barba le ha otorgado un estatus de seriedad válido para seguir al frente del PP, a tenor de la controversia interna. En Galicia lo saben desde hace tiempo (¿a quién apoyó Feijóo o no en su duelo con Sáenz de Santamaría?), de ahí que ahora mismo él y algunos de sus más fieles seguidores de la dirección del partido, además de buscar sede para la formación, trabajen ya para encontrar la suya propia. Mientras, Alberto Núñez Feijóo, sigue a la espera.