La renuncia de Artur Mas a ser investido president y a su escaño debe ser interpretada en el marco de la estrategia que está llevando a término en los últimos años. La astucia de la misma y su eficacia dan al “caso catalán” una especial significación en la historia de nuestro país. Nunca una formación política, en democracia, ha sabido utilizar mejor  los instrumentos públicos en favor de sus propios intereses. Jordi Pujol, que de política sabe lo suyo, aconsejó a Mas que dimitiera, recordando la frase que su esposa, Marta Ferrusola, le dijo cuando tuvo que confesar públicamente tener dinero oculto en el extranjero. “Todo esto acabará olvidándose, Jordi”. Palabras de la que durante décadas manejó no pocos hilos detrás del president.

Mas sabe tan bien como su maestro y mentor que el nuestro es un pueblo de memoria frágil, que se rige únicamente por lo que le dicen los medios de comunicación, a menudo son simples servidores del poder, y que nuestra historia está hecha a base de olvidos.

Atendiendo a eso, Mas ha decidido dar “un paso a un lado”, es decir, apartarse de los focos, sacarse de encima el lastre de ostentar la presidencia de la administración más endeudada de Europa, la que ha aplicado políticas más duras en recortes y, no en último caso, la de ser el líder de un partido con seis casos abiertos por presunta corrupción, con su fundador y familia en la audiencia nacional y dos tesoreros envueltos en el mismo asunto.

El ex president ha aguantado lo que ha podido, pero es evidente que, incluso a pesar de la intoxicación a la que ha sometido a una parte del pueblo catalán, las manifestaciones festivas, los “días históricos” y la martingala de ésa independencia de la que tanto ha hablado pero que nunca ha tenido el coraje de proclamar, la comedia tocaba a su fin. Había que dejar que el escenario lo ocupasen otros actores. Mas sabe que los asuntos que afectan judicialmente a Convergencia son de instrucción judicial larga. Véase, sin ir más lejos, el del Palau de la Música que, después de años y años, parece que finalmente va a poder celebrarse en las próximas fechas.

Se trata de seguir el viejo refrán catalán, aquel que pasa los días, acaba por empujar a los años. Atrincherado en el partido, que piensa refundar, dejando a CDC como “banco malo” para enfrentarse a la justicia, y creando una marca blanca sin ningún vínculo con el pujolismo, Mas entiende que ha salvado los muebles y, de paso, ganado el tiempo que necesitan los nacionalistas catalanes para dejarlo todo “atado y bien atado”, no sea que ganen las izquierdas un día de éstos y se descubra el pastel. Pero, para esto, Mas necesitaba una cabeza de turco.

Carles Puigdemont, el alumno de Pujol
Lo dice el president de la Generalitat actual, “Yo me considero heredero del magisterio de Pujol”. No es casual que el ex alcalde de Girona haya sido elegido por Mas como el actual abanderado de ésa independencia de la que tanto se habla y que tan pocos quieren proclamar. Puigdemont, miembro del ala dura de CDC, desde que fue elegido ha seguido al pie de la letra el plan ideado por Artur Mas. Pura política de gesticulación. Mientras aquí hacen teatro con juramentos a todo menos al ordenamiento legal vigente y tapan el retrato del jefe del estado, en Madrid, Francesc Homs no tiene ningún problema en jurar su cargo como diputado en los términos que marca la ley.

Si Puigdemont dice que en dieciocho meses Catalunya será independiente. Homs dice en Madrid que está allí para pactar. ¿A quién hemos de creer? ¿Al que parece ser un furibundo nacionalista o al que ofrece la mano tendida? Pues a ninguno. Representan mejor que nunca las dos caras que ha exhibido CDC a lo largo de su historia: Bolívar en Cataluña y Bismarck en Madrid. Hasta ahora, la docilidad pujolista le había salido cara al estado, pero se mantenía un stato quo que, eso sí, ha obligado al socialismo catalán a tragarse infinidad de sapos en las últimas tres décadas.

Ahora, la cúpula convergente pretende hacer lo mismo, elevando las apuestas. Se trata de que el gobierno se vea necesitado de los votos nacionalistas en el congreso. Homs asegura que si existe una oferta interesante y se puede votar la misma, estará encantado. Algunos apuntan que los propios convergentes “convencerían” a los de Esquerra para que hiciesen lo propio.

¿Qué es, entonces toda ésta comedia, a qué tanta bandera y tanto histrionismo? Quizás deberíamos preguntárselo a la UDEF, ésa acerca de la cual Pujol no sabía nada. En todo caso, ellos van representando sus respectivos papeles mientras que no hay gobierno en España y el que ha habido hasta ahora solo ha sabido practicar el tancredismo más suicida.

Porque en Cataluña hay un problema, y grande. Lo definió exactamente el president Maragall. El tres por ciento.