Lunes 17:45.- Marlaska ha puesto la globalización en cuarentena. Cruel destino el suyo. La epidemia hace ya inocuas las concertinas. Me acuerdo de Barrionuevo: tierno como las espigas, duro como las espuelas. Estas cosas, mejor en lunes y con alguien de confianza. Pido humildemente que me borren de la lista de ministrables; más que nada, ese desapego mío a los uniformes. Se acabaron los chiquillos orgasmus y bonotren para merendar en Praga. Vuelven las absurdas y criminales teorías de la raza, la sangre y el origen.
Lunes 18:35.- Torra pondrá la frontera en Perpignan, donde los charnegos de la transición iban a ver porno. Los muertos indepes irán al cielo catalán, allí la eternidad se ameniza con cava. La mayoría secesionista es rica y meapilas y Dios almuerza en la casa del patrón. El coronavirus positivo acerca a Torra al paroxismo soberanista. Que me perdone la cabra de la legión, pero prefería a Pujol, incluso robando.
Lunes 18:47.- La respuesta a la pregunta de por qué no hay banderas en los barrios de los marginados es sencilla: no les sirve para nada. Como aquel personaje de Steinbeck, siempre que le enseñaron un trapo le robaron algo. Una tabla de medir infalible: la medida de la bandera es directamente proporcional a la hacienda, la cuenta corriente y las evasiones fiscales. El patriotismo se quita en la cola del paro.
Lunes 9:15.- Salgo de buena mañana con mis leggins, mis zapatillas, mi entusiasmo antioxidante. Sudor contra ansiedad. Endorfinas contra este liberticidio voluntario. Recorro la vera del río con trote suave de buena niña pija. Me para un policía. La próxima vez no será tan indulgente. Me vacila. Me avergüenzo. Hasta ese instante no me había dado cuenta de que el confinamiento se lo había adjudicado sólo a los demás. Me/nos pasa mucho. Lo prohibido sólo es para los otros.
Lunes 10:30.- Las estanterías vacías de patatas, de zanahorias, de lechugas, me entripan la mañana. Las calles del supermercado son túneles de soledad. Futurismo del chungo. No es una serie de Netflix. Zweig utiliza a Shakespeare para explicar su angustia antes del principio del fin: un cielo tan cargado que no se despeja sin tormenta.
Lunes 19:23.- Días de radio/telepredicadores. Mi altocargo se sube por las paredes. Los niños también. La familia era aquello tan azul de los fines de semana. El espacio y el tiempo se pelean con el amor filial. Y con el amor del otro. Ser objetor de las redes sociales no le salva del engrudo especulativo por el que se resbala la existencia. No oye, no lee, no quiere saber: un rumor de idiotas recontando muertos como goles de carrusel le llega a lo lejos.
Lunes 20:05.- Mi hermana es enfermera. Está en su hospital. Es su trabajo. Me aprieta la garganta un látigo de desamparo. Mejor le escribo. No me sale más que un te quiero oportunista… Este periodismo de vanidades de bisutería.