Suele haber distintas maneras de juzgar las acciones políticas, pero la preferida por los observadores casi siempre es la menos benévola. Como en el negocio del periodismo y de la política nadie quiere quedar como tonto, es bastante habitual pasarse de listo.

La lectura política de más corto vuelo de la alianza sellada ayer entre el socialista Ximo Puig y el conservador Juan Manuel Moreno pone el foco en la supuesta candidez del valenciano y la calculada astucia de Moreno, pues en el pacto de San Telmo para éste todo son ventajas mientras que aquél y su partido tendrían más papeletas para salir perdiendo que para salir ganando.

Ciertamente, la ‘grosse koalition’ valenciano-andaluza es todavía muy provisional y está por ver, primero, si resiste las presiones de la Moncloa y de Génova para que rebaje sus propósitos igualitaristas y, segundo, cuál acabará realmente siendo su eficacia, operatividad e influencia en la configuración del sudoku de la financiación autonómica.

Aun así, una lectura menos gallinácea y más atenta al bien común diría que estamos ante algo más que el mero movimiento de una ficha: el pacto de San Telmo introduce en el tenso tablero de la financiación territorial y de la propia política española una pieza nueva que los demás jugadores no podrán obviar si Puig y Moreno muestran la suficiente determinación para intervenir en la partida con todas las consecuencias. La nueva pieza puede ser nombrada de distintas maneras: transversalidad, consenso, pactismo, cordialidad…

Su novedad radica ahí: en que contribuye a rebajar la crispación, desacreditar el sectarismo y erosionar las posiciones maximalistas en un asunto tan decisivo como el reparto justo y equitativo del dinero de nuestros impuestos.

Aunque valenciano el uno y andaluz el otro, Puig y Moreno parecen alemanes nacidos y criados en la misma Alemania, el país del cual copiamos su Constitución pero no su práctica constitucional. El pacto de San Telmo es un reflejo -pálido pero reflejo- del pactismo teutón que supimos imitar en la Transición, pero solo en contadísimas ocasiones a lo largo de los últimos cuarenta años.

Simultáneamente, el presidente andaluz parece decidido a disputarle a Isabel Díaz Ayuso el papel de referente territorial de la derecha española, dado que la posición de Feijóo es demasiado periférica geográfica y políticamente para que pueda ostentar la centralidad. Esta misma mañana, Moreno ha anunciado su intención de reunirse con Ayuso pero también con los presidentes de Galicia, Castilla y León y Murcia para limar diferencias y ampliar la alianza forjada con Puig. En esta abstrusa cuestión de la financiación autonómica Moreno ha encontrado su ventana de oportunidad para volar solo, en apariencia sin la tutela de Génova.

Hasta ahora, Ayuso ha optado por un perfil bajo en este debate, donde le será complicado practicar el populismo de brocha gorda que tanto le gusta sin pisar los callos de sus homólogos y compañeros de partido Moreno, Feijóo o Mañueco. Veremos si, cuando Ayuso despliegue su artillería, Moreno le aguanta el envite considerando que, en la negociación del futuro sistema, la madrileña quiere hacer valer, al estilo del independentismo catalán, el criterio de la recaudación, tan contrario a los intereses andaluces: que quien más recaude sea quien más reciba.

Mientras, tanto el líder de los socialistas andaluces puede hacer poco más de lo que está haciendo: observar con atención la partida; gestionar con paciencia los daños colaterales, principalmente el derivado del hecho de que Moreno quede investido como Príncipe de la Moderación; pedir ayuda a la Moncloa; y esperar su momento.

A Juan Espadas no le va a ser fácil hacerse visible en el debate nacional de la financiación. La generosidad que Moreno ha encontrado en Puig no la encontrará Espadas ni en Moreno ni en otros presidentes autonómicos del PP.